lunes, 27 de mayo de 2013

Amados

Mi compañero Jorge me suele decir que los tiempos son los que son. Se refiere a mucho, contextualiza mucho, con una frase tan sencilla. Quizá por eso de vez en cuando hemos de reflexionar sobre lo que somos y lo que tenemos, acerca de cómo nos comportamos y sobre las actitudes que generamos con las personas de nuestro entorno.

            Las posturas beligerantes de algunos conciudadanos, las de insolidaridad, las de una cierta amargura propia y proyectada, nos generan niveles de tensión que no suelen conducirnos a ninguna meta loable. No sé si se han planteado la paradoja de ver a gentes de bien, que aman a sus familias, haciendo actos o diciendo palabras que no les pertenecen, que nos les pegan, que rompen la visión que tenemos de ellos/as.

            Sí, es como si se transformasen. Personas que creemos equilibradas y bondadosas hacen gestos, y algo más que gestos, que provocan dolor y antipatías, rupturas y penas, lágrimas y tristezas… Es increíble que el ser humano, pero así es, se muestre capaz de lo mejor y de lo peor.

            Es verdad también que hay compañeros/as que a priori también se les ve que van por mal camino. Aún así, tienen resquicios de buen comportamiento, aunque pueda ser fingido, con los seres de sus clanes o de sus propias familias. Cuando los vemos ahí, nos preguntamos qué ha pasado para que el lado bueno de la fuerza no les haya ganado un poco más. En todo caso, tengamos presente que siempre puede ganar la ilusión y el optimismo. Es cuestión de despertar a estos conceptos.

            Los hay irreductibles. Gentes que sabemos que nacieron para complicarse y complicar la vida a los demás. Son recuperables, imagino, espero, pero es difícil que ello pueda ser así.  De estos, al menos a priori, lo mejor es alejarse, o, cuando menos, intentarán amargarnos la existencia. No debemos dejarlos.

            Quizá una perspectiva para mejorar nuestra actitud y la de los demás, para que se produzcan consensos y cercanías, para que arreglemos algunos estados más o menos complicados, quizá, digo, pueda ser que nos veamos como seres que aman y que son amados. No me explico cómo una persona que es capaz de amar, a la que quieren también, se dedican a hacer daño a otros, buscando fracasos colectivos, haciendo injerencias extrañas, procurando malas famas o despreciando las tareas que tanta dedicación y esfuerzo consumen… No lo entiendo, de veras.

Hacer el bien

            Decía San Agustín que con amar bastaba, pero, claro, habría que añadir que haz el bien y no mires a quien, pues, si somos selectivos, qué mérito tiene, como dijo Jesús a su querido primo Santiago. Además, cuando despreciamos, cuando somos pésimos, cuando dejamos de lado nuestros deberes societarios, nos faltamos al respecto a nosotros mismos, y a aquellos que creen en nosotros. La confianza, si es de verdad, hay que defenderla en toda nuestra existencia. No debe haber resquicios o fallas de más o menos envergadura.

                Es cierto que, cuando nos reconocemos en el amor, somos más capaces y menos dañinos. Por ahí debemos ir en la actitud. Miremos, como dice El Principito, con el corazón; y, desde la óptica del amor, avancemos sin que los rencores, el odio y las malas artes nos ganen la partida. Sintámonos amados. Saben que funciona.


Juan TOMÁS FRUTOS. 

domingo, 19 de mayo de 2013

Emergencias



Las prisas nunca son buenas acompañantes. Tampoco nos dan buenas impresiones. Cuando vemos a alguien correr pensamos que algo ha fallado, que ha habido retrasos importantes, o que nos enfrentamos, se enfrenta, él, quizá todos, a una falta de previsión. Las celeridades las equiparamos a peligros, reales o imaginarios. Ir con ellas entraña que se nos pueda escapar algo, pues podemos estar más pendientes de lo urgente que de lo importante.


Por eso, cuando alguien utiliza la palabra urgencia, o una parecida, la de emergencia, nos vienen a la mente, y también al corazón, estampas de problemas, de agobios, de desasosiegos, de dolor, de pena, de fracaso, de vértigo incluso.


Es cierto que las emergencias también se pueden ver desde el lado del que ayuda, del que presta su mano y su cuerpo, su vida y sus experiencias, sus opciones, sus oportunidades de mejorar, de avanzar, de afrontar las inclemencias o las condiciones adversas para seguir adelante desde el compromiso societario y solidario. La urgencia tiene aparejada la estampa de la solidaridad, de la bondad de quienes arriesgan por mejorar ante el trance de otro.


Sinceramente creo que la mejor emergencia es la que no se produce, esto es, la que podemos prever o evitar, pero entiendo que eso es imposible. No todo se puede plantear a priori, ni todo nos viene por los caminos imaginados. La vida tiene sus libertades, y es bueno que sea así. Los modos controlados no son nunca buenos.


También es verdad que hay emergencias que se producen, que nos acontecen, que son buenas, y que lo son -urgencias, correr, prisas, un poco de locura- por mucho que las esperemos. Un nacimiento, la llegada de una persona querida a nuestras vidas, supone una hilera de momentos de aceleraciones, pero que, entrañan, pese a la zozobra, un magnífico acontecer. La ilusión que se une a la emergencia, en este caso, lo compensa todo. Asumimos que el paso nos viene marcado para un fin loable, extraordinario, hermoso. Este tipo de vicisitudes son magníficas.

 

No obstante, hoy en día estamos demasiado rodeados de emergencias complejas, raras, extrañas, duras, de situaciones cargadas de un exceso de prontitud. Queremos las cosas para ayer, o anteayer, y así no hay manera de terminar, pues, con tanta vehemencia y alteración por concluir, no siempre damos con la tecla adecuada, bien sea por los nervios, o porque nos mostramos un tanto obtusos y ofuscados por el afán desmedido por arribar al todo, que, de esta guisa, se convierte en nada.

 

Afrontar el día a día

 

El consejo, que no siempre podremos cumplir, es que hemos de ir en todo poco a poco, pues así se solventan antes los problemas, y, en paralelo, se consolidan las posiciones y las actitudes que pretenden solucionar lo que ocurre con una definición de implicación positiva. Solo se vive una vez, y eso, amén de enfrentarnos al riesgo, supone igualmente una provechosa metodología.

 

Planificar es bueno, pues nos adelantamos a las situaciones de crisis. Si no a todas, a algunas, y, cuando menos, podemos saber cuál puede ser nuestro comportamiento personal ante ellas. Hemos de coger rutas desde la premisa del ensayo, de la práctica cotidiana. Somos seres de costumbres: es defendible que nos habituemos en positivo ante las circunstancias de toda índole y los condicionantes tanto internos como externos.

 

No podemos evitar las emergencias. Ésta es una ingente verdad. Las hay de todo pelaje. Lo que sí podemos hacer es afrontarlas con fuerza y tesón, sabiendo qué hacer o cómo comportarnos. Las crisis permanentes suelen ser aquellas que implican la no aceptación de un duelo y que llevan aparejadas la incertidumbre o la parálisis a la hora de salir de él.

 

Meditar sobre ello y ejecutar acciones al respecto es trabajar por nuestro futuro. El que piense que no tendrá situaciones de emergencia no tiene los pies en el suelo. Lo que nos podrá diferenciar, si es el caso, es cómo nos entregamos al destino cuando llegue el momento. Sepamos verlo. Como dirían en la Antigua Roma, ¡Fuerza y Honor!

 

Juan TOMÁS FRUTOS.

domingo, 12 de mayo de 2013

Buscamos sensaciones


Toda la vida es una búsqueda, a menudo lenta, con sus sencillas complicaciones, entre impresiones más o menos lúcidas que nos arrastran hacia unas intuitivas percepciones que no siempre cuajan como nos gustaría, lo cual es normal, o me lo parece. El caso es que luchamos, siempre luchamos, mientras tratamos de avanzar por sendas y veredas de luces y de sombras en pos de una felicidad que puede ser esquiva por el deseo presuroso o por mil circunstancias que pueden tener que ver con que no aportamos, consciente o inconscientemente, la suficiente entereza y fuerza.

Elucubramos con  cierta recurrencia y asiduidad muchos conceptos esenciales, que, en teoría, albergamos muy nítidos en nuestras retinas, en nuestras mentes, puede que hasta en nuestros corazones, pero la verdad es que acompañarlos con realidades es complejo, pues a veces nos faltan agallas, o tenemos demasiado pudor, o bien nos inquietamos en exceso, o puede que callemos cuando no debemos...

La paz es universal, como es la bondad, como el amor, como la solidaridad, como la tolerancia y el respeto, como la cesión, como la interlocución, como el equilibrio y la moderación, como el afán de la justicia y del buen comportamiento. Podríamos poner toda una hilera de ocasiones que nos permitirían sumar como personas y ser más humanos y calmados en nuestras actitudes y en las cosechas que nos aportan.

La existencia del ser cognitivo se sustenta en la persecución de intenciones, de hechos, de ideas, en la complementación de expresiones y de actitudes que han de ser causas y consecuencias de los eventos cotidianos, que deberían basarse en la fe, en la esperanza, en las emociones. Lo positivo opera milagros, más de los que se perciben.

 

Fernández-Ardanaz subraya que nos abocamos a la experiencia desde las actividades diarias, resultantes de las fórmulas cumplimentadas de valores genuinamente extendidos a través del genoma humano. No somos lo que decimos, sino lo que hacemos, lo que nos atrevemos a desarrollar. Todo es, debería, una pura actividad libre, sin determinismos.  Cada cual es dueño de escoger su camino, aunque en ocasiones sea mucho más difícil para unos que para otros.

Me recalca un amigo que el romanticismo es incorregible, y yo añado que gracias a Dios. Mimemos, por ende, los corazones cada jornada en un acto de fecundidad en pos de la confianza, que nos permitirá creer en las opciones de un ser humano amenazado, ante todo, por él mismo. Pese a los equívocos, la situación puede mudarse y mejorar. Lo espero así desde hace años.

Diversos anhelos

En esas constantes pretensiones que enumero, siempre se hallan anhelos de amor, de solidaridad, de tranquilidad, de salud, de alegría, de buenos momentos, de fines ganados desde lo imposible. Deseamos el dulzor de la mañana, como la calma de la infancia, la perspectiva de la inocencia, o las garantías de quienes nos quieren de verdad y nos lo demuestran.

Buscamos coyunturas y estructuras diversas, y el conocimiento de las sensaciones más o menos desgranadas. Intervenimos, o debemos, para corregir los errores y fomentar las más óptimas vibraciones con el objetivo de que todo vaya por el camino de la cordura y del afecto casi a partes iguales.

La existencia humana es un quehacer continuo y continuado para acercarnos a las ópticas que nos hacen constituirnos en la química adecuada, en consonancia con nosotros mismos. Andamos, de algún modo, camino de perfección, que diría mi querido Pío Baroja. De conseguirlo, paramos en la posada o en el puerto idóneo cuando estamos al final del ciclo. Parece lógico. El Santón de Kim lo experimentó, y así nos lo relata Rudyard Kipling. Lo cierto es que ese aprendizaje lo hemos escuchado desde antiguo, y los más mayores nos lo cantan, nos lo rezan, nos lo expresan sin que sepamos lo que nos quieren referir hasta que esas sensaciones son ya nuestras. La edad nos trae esa cosecha, que se impregna paulatinamente en la piel.

La curiosidad es propia del ser cognitivo, que quiere saber, que desea el encuentro con lo desconocido, con lo inexplicable. Estamos en busca del viento que nos conduce por las coordenadas necesarias para saber que el punto de llegada siempre fue el que, incluso sin vislumbrarlo, anduvimos soñando. Para ello, lo aconsejable es tener los ojos bien abiertos y el corazón a la escucha, así como una mentalidad expansiva. La búsqueda en la acepción que aquí sostenemos es igual a vida. Por lo tanto, para saber si existimos nos hemos de preguntar sin todavía perseguimos algo. La respuesta no admite esperas.

Juan TOMÁS FRUTOS.

domingo, 5 de mayo de 2013

Amigos


Me recordaba, y aún me recuerda, por fortuna, mi padre que quien tiene un amigo tiene un tesoro. No lo entendía del todo cuando era pequeño. Supongo que era así porque de infantes la vida suele ser generosa y lo normal es que estemos rodeados de auténticos amigos que en un número ingente nos envuelven con sus halos de felicidad hasta tal punto que para nosotros eso es lo natural. Lo vemos, por lo tanto, como normal, tanto como el aire que respiramos.

Luego, por desgracia en este caso, el  tiempo nos envuelve con sus mantos de socialización, e inexplicablemente se nos quedan por el camino muchos de esos amigos. Tengo una persona muy querida que me reitera que las amistades que no continúan no lo son verdaderamente. Creo que tiene razón.

Lo bueno de la vida es que lo que nos quita por un lado nos lo da por otro. Las gentes, las buenas, van y vienen, y, por suerte, no andamos solos si tenemos entrega y convicción para seguir adelante.

Siendo positivos, es lógico que reconozcamos que hay amistades como las de la infancia, las buenas, las que nos legan leyendas y comienzos venturosos, que lo son para siempre, como dice la canción. Las recordamos con la nostalgia de que cualquier tiempo pasado fue mejor. No obstante, hay que mirar al futuro, porque sinceramente estimo que está repleto de opciones de dicha. Eso sí: precisamos saber mirar con el corazón, como nos indicaría El Principito.

Al igual que en Periodismo nos refería el maestro Kapuscinski que no cabe el cinismo, tampoco ha de tener presencia en una relación de amistad. La autenticidad es la base de una relación de amigos, que han de verse como hermanos, y que, fundamentalmente, se han de comprender en las situaciones más complejas, donde se descubrirán de verdad.

La vida es eso que nos empeñamos en controlar hasta que se acaba. En ella encontramos de todo. Uno de sus dones son las personas que nos quieren de manera genuina, sin tapujos, sin condiciones, valorando lo que somos y cómo somos, sin desear cambiarnos, sin pedir nada a cambio.  Con esas gentes podemos ser felices. Nuestro esfuerzo se ha de dirigir a descubrirlas y a valorarlas, amén de conservarlas como esa riqueza no extinguible que son.

Potenciar las amistades es casi un deber societario. Debería serlo. Desde esa textura se construye todo lo que merece la pena.  Somos en la medida en que nos reconocemos con los demás, según Chomsky y Umberto Eco. Por eso debemos mostrar agallas y energía en la defensa y el sustento de lo humano desde la amistad y el amor. Si éste nos falta, no somos nada, aunque tengamos todo el oro y el dinero del mundo. Una perspectiva cambiada nos ha llevado a la actual crisis de identidad.

Se aprende de todos

Sé que dar con amigos, que descubrir si lo son, que perderlos, que verlos flaquear, que experimentar desengaños, es fatigoso y hasta doloroso. A menudo nos decimos que habríamos preferido no haberlos conocido. No es verdad. De todos se aprende. Lo que las relaciones no nos deben aportar es desencuentros con otras personas, ni recelos universales, ni desconfianza en el ser humano. Lo mismo que unos se marchan aparecen otros, aunque no sea con idéntica facilidad. Hemos de sacar el más óptimo provecho intelectual y espiritual de cada ocasión, que siempre es irrepetible. Se cierran puertas de amistades, y se abren otras, quizá mucho más deseables y fructíferas.

La vida es maravillosa. Su hermosura es consecuencia de los buenos actos, que siempre son más grandes y más fuertes que los malos, aunque genéricamente no lo advirtamos de esta guisa. Las humildes y a menudo desconocidas acciones societarias e individuales de defensa de lo humano, de todo lo humano, superan con creces a las nefastas. Ocurre, sin embargo, que hacen menos ruido. De ahí, quizá, este escrito. Estamos, estoy, con la bendita mayoría que cree en el prójimo, en el otro, y que pone su costado para que la cuesta sea más llevadera. Hablo de los amigos, de los que lo son, aunque no siempre los reconozcamos.

Juan TOMÁS FRUTOS.

Contigo siempre

Sabes que nadas en el vacío,
sabe que sufres en la nada,
te sabes en una espiral
de difícil salida.

Te sabes extraña,
rota, indigente,
en un frasco sin perfume,
atada a la sinrazón,
a la injusticia, a lo inexplicable.

Te ves en un callejón
que se estrecha y te oprime.
Experimentas la lejanía forzada
del amor que lo fue.

Te sabes mal, muy mal.
Lo sabes ahora
en este infinito de infierno.

Mañana sabrás
que siempre he estado contigo.

Juan T.

sábado, 4 de mayo de 2013

Analicemos el día a día


Miremos el quehacer diario, y tratemos de encontrar las posibilidades y las empatías necesarias para no quedarnos atrás. Precisamos fórmulas basadas en el quehacer diario, en no quedarnos solos, defendiendo que lo esencial salga adelante y funcione. No es fácil, pero hemos de intentarlo hasta conseguirlo.

La existencia ha de estar sometida a un constante escrutinio, y no con el afán de atosigar o presionar en ningún sentido, sino para darnos la ocasión de ir mejorando en base a las circunstancias que en cada momento vayamos viviendo. Vislumbremos el presente en pos del futuro.

No rompamos las líneas que nos pueden unir a la felicidad. Necesitamos bastantes dosis de energías, muchas, para dar con esa voluntad que puede ser salida hacia el tono celeste de un discurrir maravilloso entregado a las opciones fundamentales.

No es, ni mucho menos, malo que cuestionemos lo que hacemos cada día. Nos hemos de enfrentar a las razones y a las opciones que nos proporcionan los diferentes personajes que aparecen en nuestro entorno. Hemos de valorarlos. De todos podemos aprender, y a todos ellos hemos de darles entereza para que funcionen en ellos los elementos que consideramos cruciales.

Es preciso, sin duda, que escrutemos lo que sucede alrededor. Debemos intentar que nuestra guía sea la felicidad. Podemos acercarnos a ella, saborearla, compartirla, ser personas, en definitiva. Compensemos los esfuerzos. No dejemos que las brumas nos ganen las partidas.

No consintamos que nuestros pasos sean nulos. Prediquemos con ejemplos. Invirtamos nuestro tiempo en buenos propósitos. Nada justifica los medios empleados en función de un fin. No seamos egoístas. Las personas han de estar en el frontispicio de nuestras actividades. Preservemos los sentimientos. Seamos magnánimos y dignos en nuestro proceder.

Situemos los límites ante la sinrazón. No vivamos en paraguas que no nos sirven. Empleemos las palabras como bases de nuestras distinciones e intereses. Apaguemos los fuegos que se produzcan en el entorno. No apliquemos recetas insensatas e inservibles.

Por otro lado, hemos de cambiar para mejor. Nos debe gustar aquello que es considerablemente bueno para el colectivo. Pidamos opiniones, y pongámoslas en práctica. Los días no han de pasar en vano.

Sigamos con calma el curso cotidiano. Todo tiene su porqué aunque no siempre lo intuyamos. Ahuyentemos el miedo. Estudiemos los casos que se nos presenten y seamos previsores. Hemos de aprender cada día con mesura virtuosa. El estudio paciente ofrece óptimos resultados desde premisas que hemos de validar acudiendo a varias fuentes para conocer diversas opiniones e intenciones.

Hemos de circular por nuestras circunstancias vitales con los ojos abiertos y los corazones prestos a interpretar los vocablos pronunciados y los silencios que se produzcan. Empecemos sin celeridades y desarrollemos las indagaciones con el mismo sesgo. No hay prisa, no debe haberla, si hablamos de vivir, que ha de ser algo cierto, palpable e interesante. No todo es ganar, no todo es una aparente victoria.

Juan TOMÁS FRUTOS.

jueves, 2 de mayo de 2013

La capacidad de sorpresa


Uno es humano mientras mantiene su capacidad de sorprenderse, mientras no acepta los cánones de la realidad como un círculo cerrado al que no se puede acceder y que no se puede variar. Es malo que nos acostumbremos a hechos y cuestiones a las que no deberíamos habituarnos. Somos, los humanos, seres de rutinas: hacemos todos los días lo que hemos hecho en las jornadas precedentes, a menudo sin preguntarnos por las motivaciones.

Digo esto porque parece que nos estamos dejando llevar por imágenes cotidianas que deberían escandalizarnos y, paralelamente, provocarnos medidas frente a ellas. Hablo, en este caso, de la pobreza, que, como diría José Luis Coll, es una situación que nunca debería darse, que no debería existir. Lo lamentable es que no somos capaces de eliminarla por múltiples motivos. Unos serían más fáciles que otros de mudar para que se redujeran las bolsas de necesidad que padecen nuestras supuestas sociedades avanzadas.

Bueno, sí, se trata de sociedades que han progresado en lo económico y en muchos órdenes de la vida, pero dejan por el camino, casi como algo inevitable, todo un río de personas y de situaciones que son tremendamente penosas y dolientes.

El problema actual es que se ha ido sumando a la pobreza estructural, esto es, a la de siempre, una nueva pobreza, por así decirlo, compuesta por aquellos a los que el sistema ha expulsado, al menos de momento, y sufren condiciones muy complejas para poder salir adelante. No sólo tienen problemas para pagar la hipoteca, sino también para comer y vestir diariamente, sin olvidar el desarraigo que se produce en paralelo y la exclusión respecto del resto de la sociedad.

El no poder acceder a una serie de elementos y/o de recursos complican las integraciones de las siguientes generaciones, que no entienden, en sus primeros estadios, por qué no pueden tener lo mismo que sus vecinos de al lado o de otros puntos sociales o geográficos. La igualdad de derechos es la base del sistema democrático, por lo cual cuando hay desniveles todos debemos luchar para que se restituyan esos cimientos que nos equilibran y que nos ubican al mismo nivel de búsqueda de la felicidad.

Por todo ello, cuando pasamos junto a un contenedor de basura y vemos que alguien se encuentra allí cogiendo comida, e incluso comiéndola, deberíamos sorprendernos tanto como para no aceptar esa situación como parte de la deuda con un sistema que se hunde por numerosas razones. La geografía de nuestro entorno se está llenando de casos de necesitados, y hemos de empezar, ya, a tomar iniciativas para que no siga creciendo el número, sino que, más bien, vaya decreciendo.

La crisis, nos decimos, debe ser oportunidad, pero ha de ser la opción inmediata para decir que esto no debería seguir sucediendo en una sociedad que ha producido muchos beneficios, aunque no estén donde hacen falta para evitar esa ingente pobreza. Las cifras, tan frías y duras ellas, hablan de casi un tercio de la población en el umbral o padeciendo una total carestía. En otras etapas se hablaba de pobres de solemnidad, pero la pobreza no tiene ninguna solemnidad, y, si la tiene, es para decirnos que la soberbia de la injusticia nos pasará, antes o después, factura.

Juan TOMÁS FRUTOS.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Aprendamos de los errores

El presente y el futuro
son las referencias
para superar los baches
del pasado que nos hirió.

Hemos de aprender
de las experiencias,
de sus causas y casuísticas.

Permitamos que los dones
y las cosechas cotidianas
nos lleven
por las sendas de la felicidad.

Dejemos atrás la amargura
y a quienes la sustentan.

Aprendamos de los errores
y fomentemos las virtudes
como base de una existencia plena.

¡Adelante!

Juan T.