domingo, 25 de agosto de 2013

Iguales

            No sé si reflexionamos a menudo sobre el hecho de lo humano, sobre nuestra condición como seres casi únicos en la Naturaleza, tanto para lo bueno como para lo malo. En todo caso, es necesario que apreciemos que, como entes vivos, estamos en una parte alta de la evolución y que, como especie, somos esencialmente iguales los unos a los otros. Las diferencias externas en nuestro comportamiento, este decir, todo aquello que se observa, que se percibe, no deben esconder el hecho de que, biológicamente, somos idénticos los unos a los otros.

            Ello nos ha de servir para pensar en que esa igualdad ha de darse, asimismo, en los derechos y deberes que protagonizamos y/o representamos, esto es, ha de vivirse de veras. El recalcar esto es porque no siempre se contempla así, lo que equivale  a reseñar que no se interpreta en la medida que sería menester. Fijémonos en la ingente relevancia de la defensa de la igualdad que es, como concepto, y, más aún, como realidad, una apreciación moderna máxima, singularmente necesaria y sostenible. Son las Constituciones Liberales, y sobre todo las Democracias del Siglo XX, las que consagran la igualdad donde antes sólo veíamos, o consentíamos, diferencias de clases, estamentos, escalafones, o desigualdades en definitiva.

Por este reconocimiento, por esta defensa de la igualdad ante la Ley, estos textos normativos son denominados Cartas Magnas: lo que hacen es cimentar las bases de esos universales que giran en torno a la idea, a la realidad, de que el hombre, la mujer, son iguales con independencia de su nacimiento, de su raza, de su credo, de sus finanzas, de su nacionalidad, de sus ideas, de su residencia, de sus cargos, de todas sus circunstancias y condiciones sociales.

            La felicidad, ese afán por el que luchamos desde que nacemos, incluso sin saberlo, se basa en la justicia, en las oportunidades para todos y cada uno, en corregir las vicisitudes que marcan los devenires de lo propiamente humano, que, en su quehacer desmedido por crecer y multiplicar todo a su alrededor, a menudo amasa más de lo que puede, y, en todo caso, más de lo que debe, dejando a otros al albur de mil batallas que nos hacen caer ante la balanza de la igualdad.

La hermosura de la vida

                Los agobios en los que a menudo sucumbimos, o las premuras, o los hábitos a la hora de aprender y de ser entre los demás, pueden hacer, consiguen de hecho, que no advirtamos lo que sucede alrededor, y por eso es factible que ocurra, porque acontece, que no divisemos a los otros como las personas que son: recordemos que cuentan tanto como nosotros, tanto como cualquiera, probablemente con más tutela de sus derechos cuando se hallen en indefensión o inferioridad, como reza la Ley. Meditar sobre ello es caracterizar lo que nos diferencia del resto de los seres de la Creación, esto es, nos permite saber de la hermosura de la vida, experimentarla en todos sus poros, desde la similitud connatural.

            La grandeza del ser humano está en el reconocimiento de sus posibilidades y limitaciones. El gozar de un bienestar, de la salud, de buenos resultados en sus tareas, es un regalo que hemos de saber apreciar desde la máxima de que lo óptimo está ahí para ser compartido, al menos en sus opciones esenciales, por y para los demás. Somos iguales, y de ello deberíamos sentirnos muy orgullosos. Hay motivos.

Juan TOMÁS FRUTOS.

martes, 20 de agosto de 2013

Rica de verdad

La muerte llega con su realidad y sus tópicos y nos regala su esbeltez dañina, distante, ésa que nos pierde con elementos superfluos y realidades urgentes que se diluyen entre importancias que lo son. Nos cuentan los medios de comunicación que se nos va una dama bañada en dinero, con éxitos, con realidades materiales que se superponen al día a día haciendo de lo cotidiano algo excepcional.

Las empresas periodísticas, como reflejos de esa realidad que debemos resumir en frases cortas, en titulares, se encaminan por unos resúmenes sumariales que no siempre destacan lo fundamental, que, a menudo, probablemente siempre, se conoce en lo más sencillo, en aquello que es normal, y no en lo estridente.

Lo que sucede es que lo simple no es llamativo, supongo que porque es lo que ocurre jornada tras jornada, porque abandonamos la mirada sobre lo milagroso, no lo advertimos como atractivo. Solemos repetirnos que no valoramos cuanto tenemos, y es verdad.

Descubrirnos es la gran tarea, probablemente la única, si hablamos con propiedad, pero entiendo que no hay tiempo para ello. Quizá el término comprender no sea el más apropiado­. Las prisas nos suelen llevar por caminos de aprendizajes muy someros, superficiales, que apenas atinan con los ejes que merecen la pena. No es fácil ver, no lo es, porque no nos habituamos a emplear el tiempo en saber los unos de los otros.

La vida, le repetía hace poco a alguien muy amado, es eso que pasa mientras hacemos planes. Da escalofríos, pues hay algo de verdad en ello: probablemente una gran verdad, demasiado grande. Lo que nos ocurre es nuestra responsabilidad, y hemos de procurar cambiar cuando las situaciones no marchan por las veredas deseadas. Nos cuesta soslayar inercias. Las dudas no siempre tienen respuestas, puede que por miedo, por pereza, por inacción, por falta de valentía, porque nos cansamos de intentarlo y de fracasar…

Siempre he pensado que las cuestiones esenciales no se acaban, no se agotan, sino que, más bien, se transforman como la energía en manos de quienes vienen detrás, que intentan hacer lo que pueden por mejorar. No obstante, es lógica la preocupación por la marcha, por la distancia, por la soledad, por las mutaciones, que decimos que son buenas, pero que también entrañan dolor, pena, alejamientos, miedos a lo ignoto.

Modelo para aprender

Ahora leo la crónica de una muerte no anunciada. Opto por pensar que ninguna lo es, aunque a todos nos toque antes o después. La mayoría de los escritos prefieren destacar lo que tuvo: yo anhelo pensar en lo que fue, en lo que ha supuesto, en lo que nos ha facilitado, en el ejemplo que ha sido. De los modelos se aprende, y por eso los hemos de descubrir, definir y ensalzar, eso sí, intentando no gestar leyendas. Éstas se hallan en la tentación costumbrista.

Sin hablar de una persona en concreto, o puede que sí, imaginada ésta o no, comprometida en todo caso, sin descender a los logros y a sus valoraciones, sí que debemos tener tiempo para subrayar la importancia de la vida, de avanzar, de conseguir metas que procuren un desarrollo social. Hemos de meditar también sobre el cariz fungible de la existencia, que debemos exprimir y aprovechar todo cuanto podamos. En un momento todo se va. El instante viene cuando viene, sin avisar, y, aunque nos pueda brindar señales, no solemos darles crédito.

El caso es que llega el final, y, para entonces, hemos de tener los deberes hechos, y el sentimiento de felicidad, de equilibrio y de paz en orden. Es lo ideal. Lo relevante en el momento de la marcha es que el balance sea el mejor posible sobre la consideración de un progreso sólido y basado en la armonía de ser recordados, o no, desde la convicción y con los hechos que nos caractericen como buenas personas. Lo que deseo para esta mujer tan adinerada es que sea rememorada de esta guisa por los suyos. Si ocurre de semejante forma, habrá sido, en este caso sí, una persona rica, verdaderamente afortunada.

Juan TOMÁS FRUTOS.

lunes, 12 de agosto de 2013

Enamorar, enamorarse, enamorado

No sé si hay un secreto para la felicidad. Quizá no. De haberlo debe ser un misterio conocido por todos, esto es, se ha de tratar de un mensaje de los que uno espera, pero que hemos escuchado desde siempre y que, por desfortuna, no hemos sabido desmenuzar, interiorizar y poner en práctica (puede que por repetido).

Sea como fuere, si algo nos hace alegres es el amor, concebido éste en una extensión singular, infinita, polivalente, cargada de fe y de esperanza en el presente y en el futuro. El cariño real se ha de concebir en todos los sentidos: a los progenitores, a los ancestros, a los de la familia, a los de fuera de ella, a los vecinos, a los conocidos, a los hijos, a la pareja, a lo que nos gusta, a lo que nos hace aprender a base de equívocos, a lo que conocemos y a lo que no, a lo que comprendemos y a lo más ignoto, a todo lo que existe y a lo que está por concebirse… Desde esta expansiva apreciación, el amor lo es todo: es la dicha misma.

Por eso, porque creo que es así, uno ha de vivir permanente enamorado. ¿De qué? De lo más sencillo de nuestro entorno, de lo que tenemos, del hecho de estar saludables y en compañía de alguien...  Siempre hay algo a lo que agarrarnos, de lo que sentirnos orgullosos, y, si no pletóricos, sí gozosos por el milagro cotidiano de estar, sobre todo si nos hallamos estupendos.

También hemos de procurar enamorar todos los días a quienes andan cerca. Con el ejemplo de cada jornada podemos conseguir gustar, deleitar, entretener, hacer que otros se complazcan por el hecho de conocernos y de tratarnos. Al mismo tiempo hemos de intentar buscar en el factor sorpresa la ocasión de enamorarnos. Podemos hacerlo constantemente, y no únicamente de personas nuevas que en diferentes territorios podamos conocer, sino igualmente de elementos, de circunstancias, de hechos, de posibilidades que afrontemos. Hemos de alegrarnos con lo que albergamos y/o con lo que nos subraya el destino.

Lo bueno que tiene el amor es que no es finito. Al contrario: consigue que seamos más libres, más humanos, más personas, cuando lo multiplicamos, cuando lo abonamos, en cuyo caso nos devuelve con creces lo que le hemos brindado. El cariño es, en todo momento, sinónimo de bienestar, de sensaciones cuantitativa y cualitativamente generosas y bondadosas que nos envuelven en paños de temperaturas agradables.  Le hemos de saber sacar provecho.

Cíclica evolución

Por lo tanto, concebimos, debemos, el anhelo vital en una permanente y cíclica evolución, en la que hemos de enamorar y enamorarnos, y, como consecuencia de ello, sentirnos enamorados, y así sucesivamente. Sin duda, en esos círculos concéntricos podemos intercalar e introducir a más y más personas, que nos irán retornando lo poco o lo mucho dado, si nos mueve una buena intención.

La presencia humana pide coherencia, esfuerzo, sencillez, humildad, virtud, compañerismo, voluntad, gracia, trabajo, descanso, comunicación, silencio, intentar lo que merece la pena, y luego ganar y perder… La existencia nos solicita que la agotemos para volver a empezar cada día con la ilusión y la sorpresa que nos otorgan ansias por seguir, a pesar de que no siempre logremos los objetivos, que los hemos de sostener contra viento y marea. Para que ello sea de esta guisa debemos afrontar nuestros retos con ingentes dosis de amor. Con él todo podremos. Sin él no haremos nada de valor. Nada.

Juan TOMÁS FRUTOS.

domingo, 4 de agosto de 2013

Mensajes

            Supongo que todos hemos soñado con recibir un mensaje que nos diera fuerzas y brillos en nuestras vidas. De adolescentes pensábamos en amores posibles o imposibles. Ya más mayores nos metimos en la vorágine de los correspondientes oficios y nos introducimos en universos profesionales con éxitos o fracasos en forma de decisiones que venían de manera escrita u oral. Unas veces captábamos lo que ocurría, y otras no tanto. Los lenguajes precisan hábitos para su correcta interpretación.

            La vida es un amasijo de comunicaciones que intentamos ordenar en ese caos que nos desune para que el proceso o procedimiento nos conduzca por aspiraciones más o menos sinceras en pos de una comunicación espiritual. Todo es una pura contradicción, y, sobre todo, ello se nota en el análisis de cuanto nos sucede, que no siempre observamos igual. Recordemos que el conectar es básico para fomentar las mejores relaciones, para incrementar los resultados, para ser personas en definitiva, para dulcificarnos en nuestra humanidad, para avanzar y ser lo que deseamos en ese punto de equilibrio que nos permite superar la fricción. Los mensajes están ahí, pendientes de ser descifrados.

            La búsqueda de un fin, de una salida, de una ilusión, es consustancial a la existencia misma. Queremos dar con ese punto que nos justifica, que explica lo que fuimos, lo que somos y que nos indica cuanto podremos ser en el futuro. Desbrozar las claves es casi una obligación cotidiana.

            Hay milagros en nuestro entorno que perseguimos todos los días, y, precisamente en esa incesante carrera, a menudo nos bloqueamos y no los vemos. Es un poco antitético, pero así es. Hemos de aplicarnos remedios de calma, de sosiego en la mirada, de pretensiones colmadas de aprecio y de buenos hábitos. Es, esta postura, la baza más segura para saber qué hacer en cada etapa. Mejorar en el interior y la máxima entrega en cuanto emprendemos nos han de invitar a progresar con costumbres señeras y con una escuela de consideraciones nobles. Esas actitudes contribuyen a aumentar los mensajes de paz y de conocimiento que dan la justicia y, por ende, la felicidad individual y societaria.

            Las relaciones humanas se basan en interacciones, en comunicaciones de ida y de vuelta, en retornos de experiencias y con hechos con los que progresar en el día a día. Es fundamental que, ante los cambios y transformaciones, seamos capaces de acercarnos a lo que ocurre, de interpretar posibles soluciones, y de consolidar nuestras actividades con intereses objetivos y subjetivos. Es crucial que, para soslayar los problemas, tengamos datos, mensajes suficientes, con los que imponer astutas opciones existenciales.

Averiguar las claves

               La vida está repleta de intentos, de hechos, de circunstancias, de medidas y de escenarios con los que podemos diseñar propuestas que han de plantearse desde la sinceridad. Ésa es la senda, creo que la única factible. Necesitamos averiguar las claves que abren las puertas de la sabiduría, que no es únicamente un acopio de ideas.

            Por otro lado, hemos de movernos con el corazón a la escucha, con los ojos abiertos para que los mensajes que nos rodean, a menudo en forma inexplicable, no pasen desapercibidos. Hemos de otear intensamente para ver de verdad, para escrutar lo que acontece.

            La naturaleza humana está colmada de creencias y de disposiciones con las que incrementar las satisfacciones y las alegrías, que hemos de compartir de modo alternativo y procurando completar el círculo del corazón y de la razón. Salgamos de la cárcel de los tópicos, de las negativas a las experiencias reales, de los elementos establecidos, de los parangones que no nos llevan donde queremos…

Hay mensajes en botellas, como reza la canción, esperando ser abiertos. Tengamos presente que los contenedores de estas misivas pueden ser de diferente tipología. Tampoco debemos olvidar que esos contenidos los hemos de poner en práctica, o, de lo contrario, no tendrán dirección genuina. Quizá nos debamos repetir esto más de lo que pensamos.

Juan TOMÁS FRUTOS.