sábado, 23 de noviembre de 2013

Amores

Los años me han llevado al convencimiento, aunque, como en todo, puedo estar equivocado, de que los amores son variados, distintos, con perspectivas y consideraciones que nos hacen hablar de lo mismo, pero de diferente manera, y hasta en ocasiones nos referimos a conceptos dispares por la propia apreciación que cada cual hace de la estimación.

            Las ponderaciones y valoraciones son variopintas (cada uno es cada uno, que decía el artista), y eso nos lleva a contemplar los cariños como estructuras no siempre coincidentes. La vida, en su sencillez, alberga percepciones complejas. Lo que es más llamativo es que sea así con lo común, con lo que habría de ser un universal.

            Hay gentes que conocemos de toda la vida y que toda la vida nos ofrecen una cara que no siempre responde a nuestro entendimiento. Imagino que, cuando eso ocurre, no las queremos como son, porque las deseamos ver de otro modo, esto es, no como son realmente.

            La existencia es un intento de ir casando lo que aparece en ella, lo que nos regala, lo que tenemos, lo que se nos presta, lo que es…  Nuestro corazón y también nuestro intelecto nos conducen por interpretaciones y análisis que no comprenden en absoluto los amores de la misma guisa.

            Estoy seguro de que anhelamos más de lo que confesamos de palabra y con hechos. Lo que nos acontece es que nos enredamos en pequeñas texturas que no siempre nos impulsan. Más bien al contrario: nos paran.  Hay mucho miedo, demasiada inseguridad, para contextualizarnos.

            El motor que nos transporta tiene que ver con la felicidad, que es fruto del amor genuino. Cuando decimos que queremos y que no somos dichosos, algo pasa: o no amamos tanto, o estimamos mal. El cariño trae el equilibrio y la motivación suficientes para alcanzar la alegría. La ilusión precisa un ímpetu verdadero. Cuando no nos mostramos optimistas es porque nos hemos fallado en la apreciación o en la voluntad de mejoría.

            En este momento, en este mundo de bienes terrenales que contentan las llamadas necesidades básicas, es sorprendente que no seamos capaces de entregarnos con más energía y con resultados más provechosos. La balanza ha de tener otras medidas. Lo interesante no es poseer sino ser. El verdadero problema no es enunciar esto: hay que empaparnos de ello.

El dar multiplica

            Debemos pensar, porque es verdad, que el otorgar nos hace multiplicarnos. El que da, antes o después, recibe mucho más de lo que ha entregado. A todo ello hay que añadir la certeza de que somos más felices desde la solidaridad que guardando, fundamentalmente cuando reservamos lo que no vamos a disfrutar, lo que no empleamos.

            Una de las tareas cotidianas que hemos de emprender ha de ser la búsqueda del itinerario para afrontar la realidad del otro, de los demás, en la consideración de ser nosotros mismos, de poder estar, de ganar la partida del conjunto, en la mesura global, respetando los derechos de cada uno. Definamos, pues, el amor con peculiaridades buenas, límpidas, en pos de un engranaje lo más perfecto posible. Conocernos es, más que una obligación, una necesidad para aparecer despiertos ante los aconteceres diarios y, así, poder reaccionar bien, es decir, de la mejor manera.

            Cuando no aprendemos quiénes somos, por qué estamos aquí e incluso el para qué, solemos darnos sorpresas por confianzas erróneas en el prójimo, e incluso por una fe ciega en cuanto somos en relación a los demás (a menudo nos sobrevaloramos). El equilibrio, como en casi todo, nos oferta ganancias.

Juan TOMÁS FRUTOS.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Generosidad

Todo trance, todo trámite, todo camino que emprendamos, precisa de la generosidad de quienes anduvieron antes por ellos. Nos deberían explicar, los ancestros, qué les pasó, porque transcurrieron por ahí, y, asimismo, si hubo contrariedades, cómo las solventaron, porqué todo fue de un modo u otro… En definitiva, necesitamos de la experiencia de los predecesores, que nos demuestran que son en verdad hermosas personas si nos ayudan a cruzar el río aportando sus manos, en vez de tan sólo sus pétreas y distantes miradas.

El sentido del riesgo es voluble: depende de lo que hablemos, de quiénes y en qué contexto. Hay compañeros y compañeras de viaje que morirán vírgenes en lo que concierne a su capacidad de poner en cuestión lo que saben o lo que pueden confeccionar. Desarrollan tales rutinas todos los días que salir de ellas les es imposible. No existe voluntad, y lo demuestran, de contemplar al vecino realmente para ver en qué le pueden ayudar.

Cuesta dar, darnos incluso. Es algo que sabemos, pero, como todo buen hábito, cuando lo poseemos devuelve más que reclama. Debería haber una asignatura -Bueno, la hay: la de la existencia misma- que laborara en la dirección de la máxima entrega a cuantos nos rodean, conocidos o no. Eso supondría que brindáramos por ellos, fundamentalmente por los más jóvenes, con el fin de aportar transformaciones que nos ofrecieran las mejores mieles.

En estos modelos de caída de un sistema, de mutación, de esfuerzo colectivo complejo por la tan repetida y sufrida crisis, hemos de dar impulso a quienes han de recoger el testigo y demostrar que pueden contribuir decisivamente a la salida de esta situación en la que nos ubicamos. El afán, el empleo de energías en estos momentos tan decisivos, es básico. Hemos de movernos con altruismo, con altura de miras, y con el propósito de un desarrollo societario global.

Necesitamos apoyar a quienes vienen con sus mejores años e intenciones a construir ese porvenir del que todos nos aprovechamos. Los beneficios mancomunados son los que más sostienen a la sociedad, los que más perviven, los que tienen los anclajes precisos para tirar hacia el porvenir con impulso y consistencia.

Cada vez que experimentamos una etapa con obstáculos en nuestras vidas nos complace tener al lado a personas que son capaces de dar lo que nunca, o pocas veces, hemos sembrado en ellas. Pedimos, pues, lo que no siempre brindamos. Frente al egoísmo que no podemos o no queremos evitar está el altruismo de quienes son referencias, paladines, defensores de los bienes comunes.

Posturas conjuntas

La generación actual precisa de nuestras ideas, de nuestros criterios y razonamientos, de las manos más amigas posibles, de una ingente contribución para que no se repitan errores y no se caiga en hastíos y cansancios estériles. Hemos de poder en el conjunto y en lo individual desde comportamientos y hábitos fructíferos.

Reflexionemos y advirtamos que la generosidad deriva del amor. Sin éste nunca se dará aquella. La crisis demuestra que no hemos sembrado donde deberíamos, al tiempo que también nos otorga ejemplos maravillosos de armonía desde personas bondadosas y entregadas al prójimo y a todos aquellos que han de ser relevos naturales en nuestras existencias.

El mundo demanda mucha generosidad para salir de esta coyuntura de frenada, de arrastre y de opciones no trenzadas. El objetivo ha de ser localizar usos excelentes, mantenerlos y seguir en su fomento. Entiendo que no hay otro camino.

Juan TOMÁS FRUTOS.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Perplejidad

Estamos en un mundo donde la capacidad de sorpresa anda un poco tornada de dirección, casi sin norte: al parecer, el talento para generar perplejidad es cada vez más enorme. Estamos tolerando a gentes que son capaces de enseñarnos todos los días lo que no realizan ni por asomo. Es verdad, porque lo es, que quien escribe no es exponente de nada. Estar en la tabla del ciudadano normal es la mejor radiografía de mí mismo que puedo señalar.

No obstante, el problema surge cuando algunos se muestran como recetas de lo mágico, como ejemplos de vida, y no es que nos den modelos de actuación, que hasta ahí podría estar bien, sino que se constituyen y presentan a sí mismos como diáfanas caras de la más óptima moneda.

Algunos de los atrevidos estarían en ese tono de los ungidos por los dioses, pero otros, pese a su presunción, que no de inocencia, se hallarían lejos de ese concepto. Recuerdo que de pequeño escuchaba un cuento, que me repetía mi abuela, con moraleja y todo, donde una sartén le decía al cazo que se apartara por temor a que éste le tiznara. Llama a risa, pero una risa agridulce, el ver estas situaciones de cuando en cuando, o de mucho en mucho, en ecosistemas que deberían ser emblemas para la sociedad toda. También acontece en lo cercano.

Nos hace falta una transformación. Precisamos genes nuevos, personas con bríos que nos recuerden que el mundo es mundo porque los ciclos regeneran lo malo y potencian lo bueno. Las controversias se diluyen con el paso de las eras, que igualmente precisan mutaciones generacionales. Hay que saber dar el testigo.

Imagino que las prisas, los hábitos (mejores, regulares y peores), nos han conducido por inercias que debemos modificar. Hemos de fomentar otros usos, fundamentalmente porque es de sabios el ir hacia delante, esto es, fermentar lo humano desde la humildad y la sencillez, desde la consolidación de lo que merece la pena.

Modelos

Indudablemente, es difícil definir patrones. Lo es más catalogarlos, y puede que más mantenerlos. El universo de lo conocido y soñado se han mezclado tanto que es complejo destacar lo esencial de lo accesorio, aunque es un hecho evidente que nos hemos de esforzar para ello. En todo caso, hay que tener paciencia, mesura y altura de miras para no contemplar a los demás como si fueran menos que nosotros, porque es un principio democrático (de los fundamentales, por cierto) el que somos todos iguales. Conviene recordarlo para sostener la salud de la sociedad.

Lo que sí es un poco esperpéntico es cuando aparecen prototipos en nuestro territorio, el de todos,  a los que “les duele la cara de ser tan guapos”, que van sobrados, que son la excelencia misma personificada, que no hacen sufrir ni padecer, y que, además, son santones en vida que apuntan el camino del arreglo, del buen quehacer en definitiva. Los hay (santones), pero menos de los que dicen ser. Probablemente los que subrayan ser tan estupendos se quedan atrás respecto de los que, guardando o no silencio, sí efectúan obras que son amores entre sus seres queridos y/o conocidos. Glosa el refranero popular que siempre habla el que tiene por qué callar. A lo mejor parla por eso, porque “cata” más que el común de los mortales de aquello que suele denunciar. La vida es así.

Juan TOMÁS FRUTOS.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Perdón

El ser humano puede ser acusado, con razón y sin ella, de multitud de actitudes perniciosas, pero no podemos restarle la gran capacidad que tiene de adaptación y de perdón en su afán por seguir hacia delante. Siempre pensamos, y eso es genial, en una ocasión más, en una oportunidad añadida, en que podemos mejorar, reconciliarnos, apostar por el futuro en definitiva.

            Metemos la mata más de la cuenta, repetimos errores, nos enfrentamos por necedades o nimiedades, pero, en el fondo y en la forma, tenemos fe y fomentamos el anhelo de querer y de querernos por encima de todo en la convicción de que las circunstancias pueden mejorar, y, de hecho, con el paso de las diversas etapas, así es. Nos movemos hacia triunfos variopintos, y no hablo, en exclusiva, de visiones materiales o materialistas.  Por fortuna, mejoramos.

            En Legión, una obra excepcional, Gabriel como arcángel humanizado, destaca que es fácil enamorarse de los humanos, pese a sus contradicciones. Somos capaces de lo mejor y de lo peor (eso señala él, y es pura verdad). Lo relevante es que, en el acumulado de los años, queda esperanza y un magnifico quehacer. Hacemos posible y viable el porvenir ganando la partida a las eras difíciles.

            La mayoría de las religiones modernas, en lo que respecta a su lenguaje civil, aluden a la compasión, a la bondad, al amor y al perdón como base para una reconciliación sincera que nos conduzca por sendas de progreso, de equilibrio y de felicidad. Casar las actitudes e intereses es básico para afrontar el día a día con provecho.

            No es sencillo perdonar, porque cada cual, como dijo el filósofo, tiene sus condiciones propias, y éstas nos definen a la hora de tomar decisiones y de afrontar la existencia con una posición u otra. La generosidad es el cimiento de toda construcción colectiva, social, o entre individuos considerados como una relación de punto a punto, en régimen de igualdad. Sin una manera de comportarnos entregada a los demás no es factible el entendimiento.

            En esta época de conflictos que nos ha tocado, que nos toca, experimentar, podemos, podremos, superar la crisis actuando de buena fe, con ausencia de malicia, que se diría en la clásica película, buscando desde la mejor intención el avance del conjunto, esto es, los logros mancomunados. El coste de las malas interpretaciones y de los peores hechos es tan alto que no podemos consentirlo.

            Hay quien piensa que la auténtica meta está en provocar conflictos y en salir victoriosos de ellos. La historia nos subraya que pocos salen indemnes de las pugnas. Siempre persisten heridas y cicatrices, con las pérdidas de inocencias que ello supone. Vamos, con el transcurrir de los años, acumulando posos que, cuando son deficitarios, acaban pesando más de la cuenta.

Estímulos

            Hemos de bregar, pues, por las opciones que nos determinan desde las estructuras profundas y convertidas a través de la verdad en ese pasaporte hacia la dicha que nos recrea en situaciones dulces y estimulantes.  Las precisamos para la armonía que nos sana. El aroma ha de ser grato.

            Perdón no es exactamente olvidar. Si acaso, se trata de dejar atrás la carga de fractura, pero siempre teniendo presentes los posos de las experiencias, que tanto nos brindan, sobre todo el no repetir los errores al tenerlos en consideración. No rememorar alberga el peligro de volver a reiterar lo nefasto. El fin de nuestras existencias ha de ser el de progresar evitando los equívocos anteriores.

Debemos fomentar el entusiasmo y aminorar lo pésimo. Nos hemos de acostumbrar a subir los peldaños del consenso. Para eso, para conjurarnos en lo deseable, para dejar fuera de juego los malos instantes, para darnos confianza y beneficios, hemos de soslayar los enfrentamientos y los tropiezos desde la tarea de la conversión por lo humano. Imponer el perdón es un esfuerzo a medias, puesto que éste suele desarrollarse de una manera natural cuando lo hacemos aflorar desde vertientes refrescantes y unidas por la paz y la justicia. En ellas está el perdón, en este caso sí, como elemento sustancial y con mayúsculas. En esta crisis es buena parte del itinerario. Aguarda, indudablemente, un nuevo impulso.


Juan TOMÁS FRUTOS.