domingo, 26 de enero de 2014

La mirada empática

Lo que más comunica es lo que vemos, lo que percibimos desde el punto de vista del contenido y del continente. Por eso hay que saber utilizar la vista. Reiteramos a menudo que miramos a los demás, que los vemos, y seguramente, por nuestros hechos, no acontece así. Tengamos presente que por nuestras obras somos conocidos. La teoría conductista de la comunicación insiste en ello. Sucede que no contemplamos a menudo las soledades, ni muchos de los dolores, ni de las necesidades que se nos plantean. Es una suerte de selección a la inversa la que hacemos, de modo que no cargamos con lo que otros desarrollan, con lo que poseen o con lo que necesitarían. Pese a todo, sigo creyendo que la solidaridad es un valor que campea por los lares habituales de nuestra convivencia frente a la larga competencia de la sociedad moderna. Hay muchos que deciden correr con el peso de los otros. Son ejemplos a seguir.

Hoy, sin duda, prefiero quedarme con los modelos más optimistas de entrega. Hemos de buscar, como prioridad, a los demás de manera empática: ése es el consejo, y hasta de la guisa más simpática hemos de actuar, que podemos. Hemos de detener el tiempo presuroso para dar con la esencia de las coyunturas que nos envuelven un día sí y otro también. Debemos señalar el camino de la cordura que pasa por conocer lo que se lleva a cabo, y para ello nos hemos de poner, verdaderamente, en el lugar de los que nos acompañan por esta aventura maravillosa que se llama existencia humana. Lo es si la interpretamos desde el prisma de la fortuna que es existir.

Los ojos nos dicen mucho, quizá todo. Es difícil que puedan mentir. Cuando hay deseo, de todo tipo, cuando hay pesar, de toda índole, cuando hay alegría, de raíces profundas, cuando hay un afán por conocer, etc., todo ello, por supuesto, se nota a través de la propia mirada, que contempla, sí, pero que también da a entender nuestros afanes, nuestras fuentes, nuestras interioridades, lo que meditamos, lo que precisamos, lo que perseguimos. Asimismo es importante saber y chequear, y actuar en consecuencia, respecto de la mirada de los que nos rodean.

Los ojos nos brindan el poso de nuestra alma, que se muestra capaz de superar todo acontecimiento y de enganchar con el prójimo en un acto de futuro prometedor. En la mirada hay calor humano, sentimientos, sensaciones, gratitud, capacidad de diálogo y de negociación, de salir adelante. Igualmente nos procura entendimiento, y por eso no debemos renunciar a ella, por muchas prisas que tengamos o que nos dispongan las circunstancias.

Identificarnos

Mirar al otro es casi una obligación. Hemos de identificar quiénes somos en relación a los demás, pero no por estar pendientes de sus elucubraciones, sino para ser obra y resultado de los mismos quehaceres, de toda una suerte de empeños que nos pueden hacer derivar a anhelos claves. Reconozcamos lo que somos, lo que nos gustaría ser, mediante el análisis de lo que divisamos y de lo que otros vislumbran. Lo deseable es que procuremos vernos bien a través de medidas oportunas y que nos esforcemos por los demás con merecimientos y arraigos.

De lo que se trata, pues, es de otear, y no sólo de mirar. Para ello hemos de adentrarnos en las ilusiones, en los bagajes, en las pretensiones, en lo objetivo y en lo subjetivo de lo que ciñe el envoltorio verbal y no verbal con el que intentamos transmitir una suerte de conocimientos. Lo importante no es únicamente que lleguen, sino que los sepamos experimentar. Para ello, repetimos, la mirada, siempre la mirada, es nuestro referente. Con los ojos abiertos que nos decía el poeta Luis Rosales podemos acercar muchas distancias y conocer más allá de multitud de fronteras. La esperanza es realizable, y más con el brillo de los ojos que tiene en cuenta las circunstancias ajenas y hasta las personales.

Juan TOMÁS FRUTOS.

lunes, 20 de enero de 2014

Relatividad

Nada tiene carácter absoluto. Recordemos el aserto: “Nada es verdad ni es mentira: depende del cristal con que se mira”. Con estas mismas palabras o parecidas se expresaron Campoamor y Hamlet, entre otros, ante sus correspondientes condicionamientos. Por eso hay que vislumbrar más allá. No acortemos y tomemos atajos que nos salen caros.

Revelaba el filósofo danés Soren Kierkegaard que, de vez en cuando, tenía que salir de su laboratorio, esto es, de su despacho, y darse un baño de humanidad paseando por la calle, viendo lo que sucedía, comentando con sus conciudadanos lo que pensaba y los acontecimientos de su época Con esas incursiones contrastaba opiniones y aconteceres, esto es, les daba cuerpo al caminar en busca de aire fresco y renovado para sus ideas. Efectivamente, el contexto, en todo proceso comunicativo, es fundamental para conocer lo que sucede, los porqués, así como las posibles soluciones, que también las hay, incluso en coyunturas muy complejas.

Sin duda, la situación en la que se producen los más diversos eventos es básica para interpretar lo que ha acontecido verdaderamente. La óptica con la que miramos los acontecimientos está edulcorada, o todo lo contrario, por las circunstancias temporales y espaciales de cada etapa, que hemos de tener presentes para poder valorar oportunamente.


Porque todo está sujeto a variopintos barómetros, nos debemos adaptar a las opciones de una existencia que ha de predicar con ejemplos cargados de cohesión, de coherencia y de aplicaciones con solventes remedios, que lo serán si solucionan cuanto nos envuelve, sujeto a la relatividad de las teorías y de las prácticas.

Sabemos que las decisiones importantes las debemos dejar un tiempo quietas antes de tomar una actitud seria frente a ellas. Sí, lo urgente hay que afrontarlo con rapidez, pero lo importante precisa durabilidad en el tiempo, y para eso hay que sopesar todo cuanto tiene lugar y se lleva a cabo.

Los intereses varían a lo largo de la vida porque también cambian nuestras ópticas, lo que nos condiciona la visión de lo que es crucial y de lo que no lo es. Nada permanece, como señalaba Heráclito de Éfeso, que añadía que todo fluye y todo cambia; y por eso precisamente los cimientos no son siempre los mismos. La existencia se transforma con el movimiento de sus columnas más señeras. Todo es, reiteramos, relativo. Lo que sí continúa imperturbable, en cuanto a su apreciación, es la salud, que la pedimos para nosotros, para nuestro entorno, para todos.

Pluralidad de culturas

La relatividad se percibe en la pluralidad de culturas. Obviamente, con sus ventajas e inconvenientes, ninguna está en posesión de la verdad y de los posibles resultados de ésta. No hay una moral única. Todo se encuentra supeditado al aprendizaje y al régimen de valores que hemos experimentado y/o asumido. Es cierto que hay entendimientos universales, como son el derecho a la vida, el renunciar a la violencia, el comportarnos en ayuda de los demás cuando la necesitan, etc. No obstante, no todo el mundo los analiza de esta guisa. Por esta razón nos topamos con tantos conflictos sociales.


En esta misma línea, por lo tanto, constatemos que hay conceptos en y con los que debemos consensuar unos ciertos elementos globales, como son la bondad, la entrega, el respeto, la educación, la solidaridad, el amor, la querencia y creencia en el ser humano, el positivismo, la ilusión, la búsqueda de la felicidad, la justicia, la defensa de los más débiles y necesitados...

La historia, rica en modelos y contra-modelos, es el baluarte que hemos de esgrimir para demostrarnos que hay muchas verdades. Las cosmologías son absolutamente relativas, porque no hay estamentos o instantes intrínsecamente buenos o malos. Las modas, las etapas, las perspectivas culturales, las presencias o ausencias de saberes dispares nos conducen por itinerarios más o menos loables o defendibles y/o en contrario, pero siempre sin restar validez a priori a los parámetros de cuantos nos rodean. En el camino medio está la virtud, sobre todo para no equivocarnos con el prójimo, al que hemos de querer tanto como a nosotros mismos. Aquí no podemos, no debemos, relativizar.


Juan TOMÁS FRUTOS.

domingo, 19 de enero de 2014

Dueños de nuestro presente y futuro

La historia personal y colectiva está caracterizada por capítulos o escenas que nos colocan en un determinado sitio o que nos encarrilan por veredas que, a su vez, influyen en lo que conseguimos, poseemos, aprendemos y/o somos. Por eso es aconsejable que, periódicamente, dediquemos unos minutos o hasta algunas horas a reflexionar sobre lo que realizamos con nuestras existencias. El perfil que detectemos contribuirá a que desarrollemos medidas para mejorar.

En este sentido expongamos que sucede de vez en cuando que percibimos o nos ocurre algo que provoca toda una secuencia vital a través de una elucubración por la que transcurre una época dorada. Divisamos los años en un instante fugaz. Es verdad que creo que no hay mejor tiempo que el presente, pero en estas ocasiones a las que aludo se produce una cierta nostalgia que impacta y genera sentimientos agridulces, a la postre ilusionantes. La Naturaleza humana es tan sabia que lo normal es que permanezca el balance más positivo, lo cual ayuda a la interpretación aquí destacada.

Sea como fuere, contemplamos que la existencia es más sencilla de lo que de manera cotidiana solemos afrontar. No olvidemos que hay menos problemas importantes de los que referimos con asiduidad. Las complejidades, sin dejar de lado los aspectos objetivos que nos golpean recurrentemente, se basan en perspectivas variables y no definitivas, aunque puedan ser determinantes.

Hay coyunturas, hechos, acontecimientos, que nos llaman la atención, puede que efímeramente, es posible que por un tiempo, y que nos señalan de un modo fehaciente que los itinerarios son más reiterados y relativos de lo que meditamos a diario. La calma en las vivencias es una garantía de justicia y de equidad en las apreciaciones. Ésa puede ser una de las conclusiones que obtenemos de las estampas que glosamos.

Todo sucede por algo. No se trata de creer en lo inevitable del destino, sino más bien en la conveniencia de sacar partido a lo que experimentamos. La frontera entre lo escrito y lo no escrito no es fácil de indicar. Nuestro coraje, seguramente, puede decantar los resultados hacia el margen en el que nos hallemos más confiados en nosotros mismos.  La fe mueve montañas, y sueños… que podemos hacer realidad.  Lo comprobamos cada vez que palpamos aquello que nos regaló alegrías y que en la actualidad nos desarrolla humanamente. Es el caso.

La existencia humana está llena de enigmas, de opciones de cara al corto, medio y largo plazo. Las sendas elegidas perfilan los resultados, los resúmenes, lo que conseguimos. Nada acontece totalmente por azar. Lo que acogemos, así como lo que perdemos y omitimos es consecuencia de criterios, de actitudes y de posiciones ante lo que se nos presenta o frente a aquello que generamos directa o indirectamente.

De nuevo, y como defensa de un comportamiento existencial, en este nuevo amanecer, en este extraordinario día por desmenuzar, vemos una resplandeciente luz, como la oteamos ayer. Sabemos, porque ésa es la óptica, que algo bueno está por ocurrir: en esta jornada lo será porque hemos decidido ser dueños de nuestro porvenir desde una vigencia excepcional.

Juan TOMÁS FRUTOS.

lunes, 13 de enero de 2014

Rescates

Han hablado filólogos, lingüistas y especialistas en el lenguaje sobre el poder de las palabras. Tienen una fuerza descomunal (no descubro nada), y aportan bagajes relativos o absolutos en función del medio empleado, del soporte en el que aparecen, y del contexto en el que son pronunciadas y/o escritas. Poseen un valor esencial, o no, según quién las pronuncia. Por ello se ha aludido recurrentemente al peligro que albergan. No obstante, creo que hoy en día el auténtico temor nos puede venir por el hecho de que ya no tengan el empuje o la energía que transportaban tiempo atrás.

La crisis, la etapa en la que nos encontramos, los comportamientos humanos, los fracasos, las frustraciones, o todo junto, nos han conducido a puntos de inflexión en los que parece que nada es lo que era. La increencia es el concepto imperante. En décadas pretéritas detectamos movimientos de gentes que se involucraban en un sistema o modelo dispar con el experimentado hasta ese instante quizá en el afán de cambio, o de llamar la atención, o de revolucionar los planteamientos en pos de un progreso societario. Las dinámicas de grupo vienen de una apuesta arriesgada por mejorar lo existente, que, en ciclos, entra en decadencia. Es normal que se persiga una mutación. Sin embargo, actualmente todo anda, más que nada, en una espiral de descrédito que deberíamos remediar.

Sería, por lo tanto, conveniente recuperar las buenas costumbres de interpretar lo que se dice y cómo se dice teniendo en cuenta las circunstancias y los condicionantes en los que no movemos, esto es, leyendo entre las líneas de los que cuentan la realidad. Es un esfuerzo, el que aquí defendemos, que no es baladí, pues todo se ha vuelto tan mimético y repetitivo que nos confundimos por ese valor inocuo que parecen despertar las palabras en una era de altibajos y de apreciaciones complejas y llenas de confusión.

Tanto es así que la ciudadanía, al ser preguntada al respecto, señala que cada vez se cree menos en las instituciones, en sus instrumentos de difusión y en las actuaciones que se hacen o que se subrayan que se llevan a cabo. Esto es preocupante, pues toda comunidad de vecinos precisa de elementos de referencia, y en la actualidad todo entraña, u ostenta, un relativismo a ultranza que comienza a dañar incluso las capacidades o los cimientos de la recuperación de la propia fe en nosotros mismos, que es lo principal para salir del atolladero en el que nos hallamos.

Recuperar conceptos y valores fundamentales

Un término que hemos utilizado en exceso, seguramente impelidos por la necesidad, es el de rescate. Lo económico, que todo lo inunda y lo puede, ha debido ser sometido a operaciones de recuperación que han generado todo tipo de eventos y de iniciativas, con resultados que van desde los negativos a los positivos, pasando por tránsitos, asimismo muy prolongados, de ingente incertidumbre. Las cartas, sobre la mesa o no, nos están llevando a metas o desembocaduras donde siempre el fin ha de ser la ciudadanía, y no sólo la mejora de las finanzas y de los grandes números. Pues bien: ese término rescate nos valdría estupendamente para aludir a la conveniencia de recuperar valores fundamentales perdidos, intereses mancomunados, así como experiencias de resolución de conflictos personales, profesionales y societarios.

Quizá ese valor dramático de la palabra rescate, ese concepto del cual nos hemos de valer y que denota precipitación y actuaciones contundentes, rápidas y con un coste alto, nos aparta un poco de la apreciación que deseamos aportar en este caso. La situación es de un nivel tal de ruptura y de competencia atroz y voraz que necesitamos tomar el timón de lo que sucede, en esta contemporaneidad alocada, con una contundencia que no admite dudas.

No puede haber retrocesos en todo lo que suponga cura del intelecto o del cuerpo, es decir, de lo físico y de lo espiritual. Hemos ganado mucho en las últimas décadas, con el sacrificio de un innumerable grupo de personas, como para perderlo ahora sin afrontar con gallardía los trasiegos en los que nos vemos involucrados.

Hay que rescatar (ése es el vocablo) muchas cuestiones básicas: es una misión obligada que sostengamos los valores asistenciales y sociales, la educación, la sanidad, la convivencia, así como la tolerancia, la paciencia y la cesión para lograr pactos globales y largos en el tiempo. Rescatemos, por favor, la confianza y la energía para salir adelante.

Debemos volver a tener claro que la Ley se ha hecho para servir al ser humano, y no éste para esclavizarse por coyunturas o estructuras injustas. La auténtica vocación, la llamada de genuino porvenir, nos ha de venir del corazón con una simiente racional y no extrema. Esto es lo lógico, como es evidente que lo primero que tenemos que rescatar es la dignidad en nosotros mismos, la de todos, sin exclusiones. Echemos una mirada. Si no logramos ese decoro, lo demás tampoco será posible.

Juan TOMÁS FRUTOS.

domingo, 12 de enero de 2014

Encuentros prometedores

Al final de cada día siempre es aconsejable que dediquemos unos minutos, un tiempo, el que podamos, a reflexionar sobre lo vivido, acerca de nuestras costumbres, sobre las opciones de presente y de futuro en las que nos movemos. En ese análisis, si lo hacemos con coraje y bravura, podemos hallar caminos para la transformación, para el cambio en positivo.

La historia pasa muy deprisa. Siempre decimos que el ritmo es demasiado trepidante. Lo es, pero no deja de ser un tópico: a menudo desaprovechamos ocasiones, etapas, instantes, segundos, que valen toda una vida, y luego decimos, siempre lo decimos, que nos falta ese trecho esencial para dar con lo que perseguimos.ero no siempre sucede de este modo. Incluso, como sabemos, tropezamos varias veces en la misma piedra al no sacarle partido a ciertas oportunidades. No obstante, no es cuestión de agobiarse, que hoy es un día muy saludable para hacer propósito de enmienda y para encomendarnos a los buenos hados, que los hay, y con los que debemos contribuir para que todo marche sobre ruedas.

La existencia está colmada de frutos de esperanza y de fe, de posibles encuentros con personas y en circunstancias que nos muden las perspectivas y también las intenciones con las que nos movemos. Las citas, previstas o no, cerradas o no, nos ofertan nuevos conocimientos, saberes de primera mano o curtidos por las etapas de una historia donde demasiadas cosas se repiten.

Por ello, de vez en cuando hay que arriesgar: para esa actitud, que ha de superar el miedo a la transformación, necesitamos mucha pasión. Con ella comenzamos el día, otro buen día, el nuestro, el elucubrado, el compartido desde la confianza de que el mundo puede mejorar, siempre, claro está, empezando por nosotros mismos. En realidad, como subrayaba John Lennon, "todo lo que necesitamos es amor".

Juan Tomás.
Sería deseable aprender de la experiencia, de la propia y de la ajena, pero no siempre sucede de este modo. Incluso, como sabemos, tropezamos varias veces en la misma piedra al no sacarle partido a ciertas oportunidades. No obstante, no es cuestión de agobiarse, que hoy, precisamente, es un día muy saludable para hacer propósitos de enmienda y para encomendarnos a los buenos hados, que los hay, y con los que debemos contribuir para que todo marche sobre ruedas.
Hemos de progresar. La existencia, indudablemente, está colmada de frutos de esperanza y de fe, de posibles encuentros con personas y en circunstancias que nos pueden mudar las perspectivas y también las intenciones con las que deambulamos. Las citas, previstas o no, cerradas o no, nos ofertan nuevos conocimientos, saberes de primera mano o curtidos por unos capítulos donde demasiadas cosas se repiten.
Improvisar, arriesgar, exponernos al éxito y al fracaso es una renovación que nos puede ubicar en un estadio de sorpresa en pos de la dicha que todos decimos pretender, pero a menudo falta para ello la suficiente convicción. El discurrir cotidiano no puede ser una suma de tentativas o de promesas: necesitamos hechos, eventos con más o menos fortuna que nos hagan mejores personas, aprendiendo incluso de los errores.
Los avances societarios se dan a partir de la observación, que nos ha de proporcionar adelantos sustanciales. No malgastemos los años en realizar sin pensar, en permitir que nos lleve el río de lo rutinario. No es malo que sea así, pero en ciertos intervalos de la senda hemos de manejar las riendas. No importa que no salgan las cuestiones como queremos: lo interesante es intentarlo, esto es, vivir en definitiva.
Cada estadio es un paso, consciente o no, hacia alguna parte. Lo ideal es que conozcamos dónde nos porta, o, cuando menos, hacia dónde anhelamos dirigirnos. Ganamos de esta guisa. Por eso debemos otorgarnos algunos instantes a conocernos y a ver si somos oportunamente joviales con lo que llevamos a cabo. Al amanecer, aunque duelan, deberíamos formularnos algunas preguntas, y, por supuesto, actuar en función de las respuestas.
De vez en cuando hay que afrontar posibles pérdidas con el fin de obtener réditos inmateriales de dicha: para esa actitud, que ha de superar el miedo a la transformación, necesitamos mucha pasión. Con ella debemos comenzar la jornada, otro buen día, el nuestro, el elucubrado, el compartido desde la confianza de que el mundo puede fructificar, siempre, claro está, empezando por nosotros mismos. Buscar encuentros con lo sencillo, con lo sorprendente, con lo flamante, con lo renovado, es el itinerario más resolutivo y prometedor. En realidad, como subrayaba John Lennon, "todo lo que necesitamos es amor". Tengamos presente que, para recoger, primero hay que plantar.
Juan Tomás Frutos.

Juan Tomás.


Juan Tomás.

martes, 7 de enero de 2014

Fotos

El universo está lleno de estampas representativas, en diferentes porcentajes, de lo que es y alberga en sí, es decir, de cuanto supone. De hecho, hay multitud de panorámicas en nuestro entorno: éstas se ven caracterizadas en función de lo retratado, del eje de la cámara, de la perspectiva, de las dimensiones, así como por los colores captados, por la luz, por las voluntades, por lo pensado acerca de ellas, por su espontaneidad o bien por lo que calculamos…  Hemos de tener en cuenta, igualmente, factores como el azar, sin olvidar las premisas y los filtros de los otros, que manejan una óptica propia, y siempre con la determinación del presente, del pasado, o en relación a lo que aguardamos en el futuro, quizá con el empuje de lo que ya está escrito en alguna parte…

La existencia, por lo tanto, es una secuencia de fotos o de grabaciones en video o en otro soporte, por seguir con esta figuración, donde la calidad y la cantidad la ponemos un poco entre todos, entre los emisores y los receptores, y teniendo en cuenta en todo instante que la conexión entre los dos extremos del proceso comunicativo es básica para que se entienda lo que se quiere reflejar en cada instantánea. Da un poco de vértigo pensar en ello. Puede que por eso no lo hacemos.

Por otro lado, las fotos que percibimos o que desciframos tienen reflejos, ecos sugerentes, entusiasmos, tristezas, así como fines comunes o particulares: se trata de un sinfín de objetivos que hemos de conocer y de interpretar. Precisamos tiempo para saber lo que sucede en nuestro entorno. Los retratos de nuestro alrededor ofrecen sentimientos, razones, gozos con penumbras y correcciones, además de desventajas y problemas, que somos capaces de superar, si los divisamos oportunamente y vamos hacia delante sin complejos.

Aunque el silencio no es rentable, tenemos necesidad de otear el día a día con quietud, con mesura, cediendo espacios y talento hasta donde pueda ser. Hay que ser generosos si queremos conocer. La cesión de posturas es muy comunicativa, si procuramos empatizar y entender y que nos comprendan al tiempo. En paralelo, hemos de conformar la realidad desde la creencia en nosotros mismos, facilitando las opciones a medio plazo.

Si buscamos el provecho del aprendizaje, debemos interactuar también con los episodios que gráficamente quedan en nuestra historia, de la que hemos de sacar el máximo beneficio. Analicemos, pues, en el uso de los diversos lenguajes, los gestos, los diversos códigos, las distancias empleadas, desde una inteligencia emocional que desgrane el interés puntual y por igual el más duradero. La intuición y el contraste de pareceres juegan aquí una partida crucial.

Es bueno que sepamos valorar si hay superficialidad o profundidad en los protagonistas y en los paisajes que vamos acumulando a través de los argumentos que se presentan en esas imágenes cotidianas con las que convivimos expresa o casualmente. A menudo a ese discernimiento contribuye la exposición de todos los datos de lo experimentado, esto es, para poder acercarnos a un acontecimiento hemos de tener un contexto claro. Eso conlleva un quehacer previo cargado de voluntad.

Indagar

En consecuencia, indaguemos con diáfana transparencia en todo cuanto hallemos en las fotos de cada jornada. Encontraremos perfumes y docencias que nos permitirán transformaciones que, si hacemos desde la ilusión y una óptima intención, siempre serán para fermentar aspectos saludables. La existencia es una superposición de capas que hemos de habituarnos a colocar y luego buscar para aprovecharlas en cuestiones leves y también en las relevantes.

La historia está llena de intenciones, pero sobre todo de hechos, de los que hemos de aprender. Las imágenes valen más que muchas palabras, y en los eventos que reflejan debemos toparnos con las peculiaridades de lo cotidiano, con lo que verdaderamente es. Nos hemos de preguntar, ahondando en los aspectos gráficos, si merece la pena cuanto hacemos, o si hemos de mudar en pro una verdad que nos satisfaga y nos equilibre.

Es verdad que para desmenuzar una foto necesitamos tranquilidad, al tiempo que hemos de atender las peticiones y los comentarios de los protagonistas, sobre todo de aquellos que no hablan para embaucar sino para opinar desde el corazón, siendo genuinos y humanos.

Aunque a veces nos parezca lo contrario, la mayor parte de las fotos de nuestras vidas las decidimos nosotros. Puede que el paisaje y muchas de sus circunstancias no, pero sí sus tonos, sus coloridos, sus gracias, sus encajes, sus pálpitos, sus acompañantes, así como el tiempo de las risas y de las lágrimas, el momento del Sol y de la Luna, los rayos que vislumbramos, las estimaciones logradas… Indudablemente, el balance de blancos y de negros lo podemos ajustar nosotros. Quizá lo ideal es ir paso a paso, si no tenemos el hábito de interpretar las secuencias de nuestras existencias: el consejo es fomentar el tiempo suficiente para escrutarlas. Puede que descubramos algo que desconocemos de nosotros mismos. Las fotografías, a veces, sorprenden.

Juan TOMÁS FRUTOS.

sábado, 4 de enero de 2014

El primer deber del día


Reza el título de la película que "amanece, que no es poco". Con esa apreciación entre milagrosa y romántica, no exactamente la del filme, nos ponemos en marcha en esta unión singular que hemos creado. Tenemos la suerte de no estar solos.

Nos proponemos vivir el instante y en la espontaneidad. No podemos hacerlo cada jornada, aunque deberíamos, pero hoy vamos así. El fin de semana tiene algo de mágico en ese sentido, y lo queremos aprovechar.

Tomamos una taza de café que sabe a la gloria de un pasado que hemos perpetuado en lo recurrente, pero que salpicamos en este presente con dosis esenciales de felicidad.

La esperanza es una elucubración que tiene visos de realidad en función de nuestra fortaleza. Hoy nos levantamos con la convicción de tenerla: hemos descansado y el corazón y la mente se mueven al unísono.

Nos colocaremos también los zapatos que nos permitirán viajar al "Mundo de Oz", donde reside el cariño. Para trasladarnos con ellos sólo hemos de desearlo de verdad. Por ende, ése es el primer deber del día: amar.


Juan TOMÁS FRUTOS.