De nuevo, el
espanto en grado sumo. No nos hemos concienciado tanto como en otras ocasiones,
no hemos visto, esta vez, la miseria tan de cerca, o nos hemos perdido por el
camino… Todo puede haber sucedido. El caso es que los niños somalíes, y los
adultos, mueren de hambre. Una escasez terrible, una de las mayores de la
historia, asola cuerpos y espíritus, y deja día tras día, semana tras semana,
mes tras mes, miles de fallecidos por el hambre, por la falta de agua, por la carencia
de medicinas, por no tener lo más esencial.
Dicen las
estadísticas que producimos alimentos para el doble de la población mundial,
pero también nos dicen los datos que hay 12 millones de personas pasando un
hambre atroz en el Cuerno de África, un cuerno que arremete, con sus fatales
condiciones, como un toro duro contra sus hijos, causando espesura y caos. Es
incomprensible.
La guerra por
intereses silentes, por otros más claros, por presencias malditas o
negligentes, empeora la situación. La guerra lo empeora todo. Entretanto, la rutina de la vida en Occidente, que sólo
mira con pavor los posicionamientos financieros, con todas sus incomprensiones,
diluye la gravedad del problema.
La crisis, con
sus inconmensurables flecos, nos hace mirar hacia otros lados, hacia intereses
personales que consideramos más urgentes, que nos agobian porque se trata de la
esquina que vemos, pero no nos damos cuenta que esta desproporción injusta
alcanza conciencias y, antes o después, nos pasará factura.
Que no me
digan que la Naturaleza es así, que no me digan que no cuesta mucho más,
demasiado más, mantener sistemas defensivos y ofensivos (ofenden las cifras) en
cuestiones militares que se deben más a intereses de empresas o supranacionales
que a la paz que dicen defender. No se trata de hacer demagogia, sino de poner
en su sitio las verdaderas prioridades. El derecho a la vida es la base de los Estados democráticos, que parecen no
creer en las democracias cuando se trata de mirar más allá de esos artificios
que llamamos fronteras territoriales.
Podría decir
mucho, como cualquiera de nosotros, sobre la vergüenza de lo que pasa en
Somalia y en países fronterizos. Hay demasiado dolor contenido y dejado al
albur de batallas dispares, algunas no libradas. Sí que creo que los gobernantes del mundo podrían utilizar
sus aviones de última generación militar para cargarlos de la comida que
producimos en exceso en otros lugares del mundo, y, en vez de descargar bombas,
que hicieran posible una lluvia salvadora y sanadora, como hace unos años
soñaba Juan Luis Guerra en toda una emblemática canción: el pedía, de modo
simbólico, café, y nosotros pedimos alimentos y muestras de amor. Un cariño
que, cuando vemos, a niños famélicos, parece haberse perdido por oscuros
vericuetos.
Recemos por
esa lluvia, y empecemos, al tiempo, a reclamar y a actuar ya, todos y cada uno
de nosotros, para que el milagro sea una realidad. Por favor, aportemos lluvia
para Somalia. La situación es tan compleja que no se puede esperar más.
Juan TOMÁS FRUTOS.