viernes, 18 de abril de 2014

LA "DESGRACIA" COMO ESPECTÁCULO


            Soy consciente de que, en Periodismo, hay de todo. La mayor parte de nuestra tarea es loable, pero hay minorías que nos hacen daño, y que conviene enunciar para transformarnos y ser un mejor referente social. Esos recurrentes hechos que a menudo nos llevan a subirnos a la cabalgadura de un tren periodístico sin estrella, donde explotamos aspectos innobles que tienen que ver más con el morbo, con el sensacionalismo, con el amarillismo, con la afectación y con el chisme, que conectan mucho más, digo, con lo monstruoso y descabellado que con la información misma, nos deberían, antes de sonrojarnos en una ocasión más y caer en la derrota, llevar con certeza a unos ciertos análisis o reflexiones constructivas con el propósito de mejorar. Lamentablemente no es así.

            Periódicamente, y no hace falta que pongamos ejemplos concretos, surge el sempiterno dilema que nos lleva a preguntarnos qué es lo primero, si el derecho a la información frente al que nos protege en nuestra intimidad y demanda posturas respetuosas, o si, sencillamente, debería ser al revés. No está claro: depende, claro, de cada caso, que hemos de interpretar adecuadamente. Sin embargo, la praxis a veces es doliente. La prueba evidente de lo que reseñamos la advertimos en los resultados de un cierto quehacer periodístico (sí, minoritario, pero que hace mucho ruido) que se identifica más con lo morboso y truculento que con las dosis netamente informativas.

            No caigamos, por favor, en la trampa de pensar si una situación, en función de los personajes, debe ser tratada de una manera u otra. Ese argumento es falaz, cicatero, poco recomendable. Las personas somos personas, y, como tales, tenemos derecho a que la ley nos proteja, y, sobre todo, a que la sociedad y sus Administraciones Públicas no nos dejen indefensos en favor de pingües beneficios que “vendemos” desde la profesión en aras de una supuesta libertad informativa. Aunque se trate de un comportamiento asociado a una cierta moda y con el recorrido que todos conocemos, no debemos pasar de largo respecto del problema que nos plantea.

            Decía el maestro italiano Indro Montanelli que el límite en la llamada libertad de expresión ha de situarse “en la conciencia de quien la ejerce”, esto es, los periodistas, y añadía que esa libertad “no está en las leyes ni en los reglamentos sino en la conciencia de las personas”. Es evidente que el asunto de la conciencia nos sumerge en aspectos tan subjetivos que no sabemos muy bien qué hacer o qué decir. Ryszard Kapuscinski nos aclaró un poco más las cosas cuando nos dijo que “un periodista debe ser una buena persona ante todo”. Es de suponer que, si se es bueno, se tendrá una óptima conciencia. Podría ser un coherente silogismo, y quizá un portentoso paradigma que nos debería animar a la reflexión y al consenso.

Cambiar de actitud

Si no cambiamos de actitud, seguiremos siendo cuestionados por una sociedad que nos coloca como gremio, a los periodistas, al final de una cola, donde somos los menos creíbles, los menos verosímiles, y eso, ¿verdad?, suena a paradoja. Encarnamos, según las palabras de Desantes Guanter, a los sujetos cualificados de la información, los profesionales, y representamos los intereses de los sujetos universales, los ciudadanos. No podemos dejarnos llevar exclusivamente por ese sujeto organizado, seguimos con Desantes, que equivale a la empresa informativa, que normalmente solo busca dividendos, más y más grandes. Si nos permitimos dominar completamente por el aspecto crematístico, por la empresa, por lo financiero, seremos meros “mercenarios” que abordan un producto muy “sensible” a cambio de un salario (bajo), y poco más.

            En paralelo, sumemos lo que ya decía Lou Grant, maestro en aquella serie norteamericana de muchos informadores y comunicadores de mi generación: recalcaba que un periodista no podía ser bueno y famoso al mismo tiempo. Según él, había que elegir entre una cosa u otra. También es cierto que, desde la honradez, no nos haremos millonarios nunca (no es lo que perseguimos: defendemos el servicio público y el interés general). El que contradiga este aserto que se pregunte el porqué. Lo que evidentemente debemos reclamar es dignidad salarial, que no siempre acontece en los que desarrollan su faena, la gran mayoría, con humildad y salubridad.

            El viaje de nuestra profesión merece la pena, eso sí, siempre y cuando tengamos lealtad a ciertos principios. Eso es lo que debemos defender en toda época y lugar. Hay un código deontológico que cumplir (puede que encontremos escritos hasta cientos de ellos). No obstante, lo relevante es convertir el anhelo en hecho. Quizá para eso, entre otras medidas, hace falta la puesta en marcha de un verdadero Estatuto Profesional.

Entretanto, cuando veamos algunos que, en nombre de la profesión, ofrecen informaciones que no pueden ser calificadas de tales y que, además, conculcan el derecho a la intimidad (debidamente ponderado) y a la más mínima decencia y educación, lo menos que subrayaremos es que “no somos de ésos”. Ni la muerte, ni la desgracia, ni lo tremendista se han de convertir, por un mal tratamiento, en un espectáculo. Así no vale.


Juan TOMÁS FRUTOS.

viernes, 11 de abril de 2014

Semana de Sentimientos

Todo el mundo lleva su cruz a cuestas. Puede que varias. De tamaños, de pesos, de costes, de opciones, de fracturas, de posibilidades, de caídas por ellas, de dolor… todos sabemos… mucho.

Lo importante es sobreponerse a ellas, convivir con ellas, afrontarlas con valentía dentro de los temores que todos podamos albergar, que, de suerte en suerte, nos invaden, pero no debemos dejar que nos ganen. La partida, debemos decirnos, siempre es nuestra.

Estamos en plena Semana de Pasión, en unos días para recordar, para revivir desde la experiencia lo que fue y lo que pudo haber sido. La vida son ciclos: de nuevo caemos en la cuenta de ello.

Contabilizamos gentes que se van, personas que vienen, opciones perdidas y otras muchas que surgen, vencimientos y re-inicios. Todo lo bueno está por ocurrir. El consejo es que mantengamos los ojos bien abiertos para no perdernos lo crucial en relación a aquello que nos sucede, para ser capaces de interpretarlo.

Vivir, de algún modo, es revivir, y no sólo por repetir experiencias con las oportunas o respectivas circunstancias de cada etapa, sino porque hemos de ahondar en las opciones que tenemos, que son muchas, bastantes, a menudo infinitas, para ser felices.

Es una semana para los que creen, para los que creerán, para los que aún andan de camino hasta sin saberlo. También son jornadas para rememorar a quienes se encuentran en otra dimensión, como la querida compañera Carmen: cada una de estas mañanas le mandaré un beso.

Y mandaré más besos y abrazos, esta semana y sucesivas, porque no estoy dispuesto a esperar que sea demasiado tarde para demostrar que amo a quienes tanto se lo merecen por multitud de motivos. Es mi particular Semana de Sentimientos.


Juan TOMÁS FRUTOS. 

Cercanías

La comunicación es un arte tan sencillo como provocadoramente difícil. Además, lo que puede funcionar en unas personas puede ser complejo y distante en otras, por lo que sólo la experiencia y los éxitos en este territorio alcanzados con un don o talento natural llevado de la mano de la voluntad pueden presumir del desarrollo de la oratoria o de la escritura como bases para relacionarse, negociar o extender los pensamientos, las opiniones y las ópticas existenciales.

Uno cae bien, gusta, cuando se le ve cercano, cuando se aproxima de una manera espontánea, puede que intencionada o no, y nos cuenta lo que piensa y lo que es entre valoraciones, pareceres y hechos que han de concordar con lo que se realiza cotidianamente.  No podemos ser distintos de lo que decimos ser. La cohesión y la coherencia comunican: lo contrario no.

En comunicación funciona la cesión, la intermediación, la búsqueda del consenso, el uso de palabras y de situaciones sencillas para que se entiendan bien. En este mismo sentido, hay que procurar cercanía. Lo que llega al corazón alcanza el intelecto. La cuestión es cómo hallar una visión equilibrada de modo que no pongamos en práctica la tentación de llamar la atención desde el continente por encima del propio contenido. Esta actitud está condenada al fracaso a largo plazo.

Se espera de quienes conocemos que sean cercanos, que tengan confianza, que la otorguen también. La fe mueve montañas, nos traslada hasta ubicaciones donde nos decimos que es posible cualquier afán, cada proyecto afrontado, que consideramos, desde esa postura, realizable.

No hemos de brindar muchos consejos. Lo importante es que, observando las cuestiones desde premisas relativas, busquemos las intenciones desde una emotividad que opere. Cuando perseguimos ilusiones, sentimientos, eventos, elementos y conceptos que tengan que ver con el corazón, nos sabemos y entendemos, pero no debemos “estirar la realidad” más de lo preciso.

Los acercamientos invitan a que los itinerarios fructifiquen, a que sean en la lealtad y desde la máxima capacidad. Hemos de comprometernos con verdades que nos hagan figurar donde debemos, con mesura, con alegría, con unas joviales finalidades que nos hagan sentirnos eternamente jóvenes. Podemos hallar, si nos damos la mano, las promesas fraguadas que nos permiten recorrer los espacios más peculiares y veraces.

Palabras similares

Los términos o vocablos que consideramos similares son, a su vez en este caso, cercanos en el doble sentido. Así, por ejemplo, cuando nos referimos a la contigüidad, determinamos que nos hallamos juntos: debemos advertirlo así, y demostrarlo con los hechos cotidianos, y no sólo con las palabras. También esta interpretación supone entender que no estamos yuxtapuestos, sino complementados.

Otra voz entendible en este mismo ámbito es la de proximidad. Sí, es asimismo estar pegados en lo espacial y en lo temporal, y no exactamente en sentido literal, sino en la visualización de las ideas y de los comportamientos de cada jornada. Por nuestros hechos nos conocen, nos damos a conocer. Si empatizamos y simpatizamos, seguramente estaremos, en paralelo, cerca de los demás.

Cercanía equivale a vecindad. Aludimos a que estamos en el mismo bando, en idéntico paraje, en un emplazamiento conjunto. Nos vemos, y nos reconocemos. La experiencia es sincera, de puesta en común.
Hay quienes no saben que el trecho más corto en las relaciones, incluso en las diferencias entre dos o más personas, está en la línea recta, a partir de la cual pueden mejorar muchas perspectivas.  Es cuestión de verlo así: no se trata de darnos más y más explicaciones, sino de entenderlas.

Igualmente nos referimos, con otro término, a compañía. No es bueno que nos traslademos en soledad. Realmente lo que precisamos es compartir para sabernos con significación en los progresos societarios, que deben dispensarnos mejorías desde las emociones y los raciocinios que podamos fermentar. En todo caso, debemos mantener la certeza de que la cercanía se demuestra ejerciéndola. Prueben.


Juan TOMÁS FRUTOS.