sábado, 31 de mayo de 2014

El ciudadano, la esencia de la Democracia

            De vez en cuando conviene recordar lo obvio. Puede que las aceleraciones contemporáneas nos hayan llevado por derroteros en los que olvidamos que las claves están donde deben, aunque no siempre se manifiesten, o, cuando lo hacen, no las advirtamos, que de todo sucede. Este universo de titulares, de resúmenes, de conversaciones en base a lo que otros han escuchado, de superficialidades, de tonos lúgubres y, a menudo, tibios, no nos conduce a esa salvación que todos perseguimos en esa búsqueda de una meta que llamamos felicidad. Lo bueno es que todo puede cambiar, esto es, mejorar.
            Una de las bases de la democracia es, precisamente, la igualdad de oportunidades de y para sus ciudadanos, además de defender mecanismos correctores para que las minorías tengan voces y presencias con el objetivo de transformar y/o de nutrir en positivo el sistema vigente en cada momento. Hay pesos y contrapesos para una evolución, que, si no es constante, sí se produce en el transcurrir histórico, o, al menos, esto es lo que prefiero pensar.
            La base, el pilar, de un Estado Constitucional cuya soberanía reside en el pueblo (debemos resaltarlo) es, precisamente, la ciudadanía, el ser humano, como medida y  referente de todo, recordando la frase de Aristóteles. Conviene subrayar que las Administraciones, que todo su aparato e instrumental central o territorial, según se trate, se articulan para satisfacer las necesidades de los hombres y mujeres que componen la sociedad, cuya jovialidad se persigue como destino principal. Hemos de rememorar que el desarrollo comunitario se pretende para hallar y sostener la dicha. Es sencillo, pero en multitud de oportunidades se nos olvida.
            El mundo está cambiando. Sus reglas evolucionan, y los comportamientos y las percepciones, también. En ese giro enorme que todos estamos dando hay  esencias que permanecen, que han de proseguir como ejes de un futuro que, únicamente con ciertos cimientos, posee un loable sentido. Las mutaciones en las que estamos inmersos se sustentan en valores como la solidaridad, la igualdad de derechos y obligaciones, las actitudes bondadosas, las intenciones generosas, las opciones colectivas, el bienestar común… No hemos de perder la pista todo ello, si en el balance nos queremos destacar que ha merecido la pena. La frase medieval de que el fin justifica los medios no suele ser acertada.
Conciliar
            Responsablemente hemos de conciliar, y hasta consensuar recurrentemente entre todos, que la referencia máxima es el ser humano, en ese planteamiento democrático de progreso que ha de resplandecer. Y el eje es, ha de ser, cada uno, en su individualidad y en el marco global, siempre oteando su perfil único e irrepetible. De esta guisa podremos “empatizar” ante los excesivos casos de carencias, de paro, de pérdidas de viviendas y de intentos de romper la dignidad de la Democracia, que, incluso en sus imperfecciones, es una piedra angular.
            Hay que corregir mucho. Lo fundamental es que nos tenemos. Esto, en sí, es ya una fortaleza potente para caminar con soltura y para reconstruir y reinventar la existencia, que debe tener la frescura de la renovación, de la incorporación de otros pensamientos, de los hechos, de aquellas actitudes que no frenen a los más jóvenes, a los más preparados, a las más óptimas personas. Defendamos, por lo tanto, la bondad y el amor por encima de todo, y hagámoslo con verdades y realidades. Los eventos factibles son genuino cariño. No fructificará una herencia más rica que la generosidad respecto de quienes nos siguen generacionalmente.
            Es ésta una era de tránsitos. Miremos con la inocencia y la predisposición de quienes creen en que somos más que números. Somos el presente y el futuro. Nada, sobre todo si es pernicioso, es inamovible. Juntos logramos lo mejor. El eje crucial de la Democracia es el ciudadano. Estoy convencido de que nadie lo duda.

Juan TOMÁS FRUTOS. 

viernes, 23 de mayo de 2014

Por vosotros, este día

Comienza a ser, el de este año, un período de ausencias. Sin hacer balances, debo decir que muy mucho se ha marchado, sobre todo en el ámbito inmaterial, en lo intangible, en cuanto a sentimientos. Uno descubre lo que merece la pena, lo que le ha otorgado la felicidad, lo que la ha disipado igualmente, cuando pasa por trances más o menos esperados, más o menos dolorosos, más o menos empáticos con la realidad circundante.

El destino nunca es caprichoso. Es lo que es: duro y afable en función de los resultados, y, fundamentalmente, de las circunstancias, que nos hacen ver lo que acontece con unos ojos u otros.

Dos pilares como las columnas de Hércules se han marchado recientemente de este Valle, y han supuesto sendos mazazos en un escenario que, aunque previsible, nos ha hecho tambalear. No obstante, seguimos adelante por ellos, con su ejemplo, porque siempre los recordaremos con una sonrisa, con mucho amor y por una entrega a los demás que supera utopías y tópicos.

Sé positivamente que siguen ahí, que ahí continuarán, con su calor, con su ternura, con su conocimiento, a través de sus hechos. Es una suerte estar vivos y poder compartir lo aprendido con los seres queridos, con los que nos marcaron el camino, que de algún modo nos acompañan también. A ellos, a su esfuerzo, a la voluntad que nos legaron, a los anhelos de superación, a los que nos aman, a los que persisten ante la adversidad, a quienes en todo momento brindan una palabra amable y una sonrisa, les dedico el día de hoy. Sé que no les puedo fallar, y no lo haré.


Juan TOMÁS FRUTOS.

domingo, 18 de mayo de 2014

El precio de la vida

Conviene recordar, porque así es, que una vida no tiene precio. Es evidente que vale todo el oro del mundo, si fuera el caso. Sí, es una forma de hablar, pero en el sentido de esta expresión se alberga la realidad de que no podemos jugar con nuestras existencias en función de parámetros economicistas. No, rotundamente no.

Un responsable de un laboratorio, pero podríamos poner otros ejemplos, ha confesado recientemente que lo suyo es un negocio. No niega su carácter vocacional, pero reconoce que la premisa es ganar dinero, y lo ganan a cuenta de sanar, o de intentar curar, o de paliar daños, o de mejorar, más bien, la estancia terrenal de los seres humanos. Al llevar a efecto esto en base a obtener un beneficio “contante y sonante”, dejamos en el otro lado de ese planteamiento a miles, a millones de personas, también seres humanos, como aquellos que tienen “riquezas”, que no pueden consumir esos medicamentos que contribuyen a una transformación positiva.

Alguien dirá, con simplicidad, que es la vida, que es el panorama social, que es lo que hemos hecho entre todos. Hay razones para decir esto, pero también es cierto que este modelo de crecimiento carece de suficiente caridad.  Escuchábamos, y veíamos, en “Las sandalias del pescador”, que, aunque tengamos todas las riquezas del mundo, aunque habláramos todos los idiomas posibles, si nos falta amor, nada poseemos. Así es. Cuando pensamos exclusivamente en lo crematístico es que nos falta mucho cariño. Mediten, meditemos.

Hay insuficientes valores en aquellos que se procuran un ánimo de lucro sin pararse a pensar en los que se quedan en el camino cuando afortunadamente contamos con remedios para afrontar algún problema. Las industrias se introducen en dinámicas y metodologías, en sendas inhóspitas, que pueden y son lícitas, esto es, pretenden su supervivencia, su continuidad, pero, en paralelo, deben contemplar y defender que la medida de todo es lo humano, la preservación de la humanidad misma. Es nuestro objetivo antropológico.

Todos sabemos que hay medicinas que valen demasiado, protocolos que nos superan por sus fauces financieras, y tratamientos que disparan sus cifras tanto que ponen en riesgo el utilizarlos o no, el que los empleemos para mantener vidas: éste habría de ser (reiteremos, por favor) su objeto primordial, y no ganar dinero, que también, pero en segundo término.

Hay que mudar, sin duda, la hoja de ruta. Si algunos medicamentos han de pagarse en un más largo plazo, habrá que tomar medidas en esa dirección. Estamos poniendo (si pensamos como el Consejero Delegado del Laboratorio que no hemos mencionado) en riesgo vidas humanas y el sostenimiento de un planteamiento universal que no se fundamentaba en números sino en la supervivencia personal y colectiva. Al menos, eso pensábamos.

Algo más que costes

Por otro lado, si queremos hablar de cifras y de estadísticas, pensemos que es bastante más costoso el embrutecimiento del sistema que sólo piensa en ganar dinero por los costes del comportamiento social que se brinda en otros frentes, esto es, en otros menesteres. Además, no sabemos si muchas de las personas que no saldrían adelante por ser tratadas como números podrían haber aportado (seguramente sí) un bien intangible que obviamente nos perdemos también. Como dice Eastwood en “Sin perdón”, cuando no permitimos vivir a alguien le quitamos cuanto es y cuanto podría haber sido. Eso lógicamente es un perjuicio individual y societario. Estos parámetros, por desgracia, no se suelen tener presentes.

Somos almas, como quiera que las entendamos; somos corazones; somos ideas, recuerdos, actualidad, futuros; somos amor. También somos genéticas, y nos mostramos cada día como herederos de unas personas que se esforzaron para que estuviéramos aquí de la mejor manera posible. Les debemos el respeto de conformarnos con dignidad, y de tratarnos con la suficiente estima, desde el afán de ser mejores con nosotros y con los demás.

Predicar el amor es algo más que una frase. Por las obras, por el quehacer de cada jornada, se nos conoce, y, asimismo, por lo que no afrontamos. En salud, como en educación, todo es poco. El freno del dinero o la búsqueda obsesiva de él pueden acarrear mucho dolor. Así sucede, y así, entiendo, debemos verlo. Ahora tocaría pactar entre todos, sin polémicas estériles, cómo llegar al bien común. Queremos decir de todos.


Juan TOMÁS FRUTOS. 

sábado, 10 de mayo de 2014

PODEMOS

La vida está llena de presentes. El estar vivo y con salud es uno, el principal. El aprovechar lo que tenemos, el tener raciocinio para ello, es otro. Dar con amigos, tener una familia, poder disfrutar de lo nimio y de lo importante, viajar, querer, ser amado, aprender…  son opciones, conceptos  y oportunidades que nos brindan felicidad, si interpretamos que ésta aparece cuando estamos preparados, buscándola, sí, pero sin perseguirla.

Cada día es una elección, una ocasión más, un anhelo, la proyección de objetivos, que, cuando menos, hemos de intentar desarrollar. El regalo mayor que podemos otorgarnos es tener voluntad de superación, el no venirnos abajo, el progresar desde la perspectiva de que todo puede mejorar, fermentar hacia una dimensión más óptima. Observar esta realidad desde el silencio y sin obsesiones nos puede alimentar el corazón.

Así, pues, nos hallamos ante una nueva jornada en la que hemos de nutrir el espíritu y fortalecer el cuerpo desde la convicción de que querer es poder. Recordemos que en muchos momentos y etapas de nuestras vidas nos salva la confianza en nuestras posibilidades. Podemos.


Juan TOMÁS FRUTOS.