Me cuesta trabajo pensar que la envidia prolifere
tanto como se suele decir. Hay en nuestro país una especie de leyenda tan
histórica como urbana, diríamos ahora con un lenguaje más moderno, en el
sentido de que existe un excesivo mirar hacia lo que hacen los otros, a los que
tratamos de detener, o, sencillamente, no los valoramos como deberíamos, en
vez, pienso, de otear qué es lo que podemos llevar a cabo para que fructifiquen
más y mejores actividades.
No sé si es real, subrayo, esto de la envidia como
pecado universal, pero lo que sí es cierto es que, de emplear el mismo tiempo
en combatir los malos hechos, las malas circunstancias, e incluso el pasotismo
sobre penurias endémicas, que el que desarrollamos para críticas destructivas en
situaciones más o menos neutras, con seguridad que esta nación, todos los
países, ganarían muchos enteros de presente y de futuro. Convenimos acerca de
esta reflexión, pero también es palpable que aprendemos con acontecimientos y
no de los vocablos.
Hay una tarea impagable en las Organizaciones No
Gubernamentales. La hay en los que entregan su tiempo y sus vidas en favor de
quienes no ven sonreír sus existencias como a todos nos gustaría. Los hay que
vigilan tierra, mar y aire por y para nuestro bienestar. En todos los campos de
la acción social se desarrollan faenas sin las cuales muchas cuotas de
felicidad no serían tales. La eterna crisis se supera así, y no de otro modo.
Apoyar con tesón sus causas, sus proyectos, sacarles
de las fatigas, de sus quehaceres a veces sin ecos colectivos, o no en la
medida precisa y suficiente, es una obligación social para que el universo tenga
un futuro honroso. Padecemos, igualmente, a los empeñados en negatividades que
no valen para nada: solo generan desasosiego. Creo que lo halagüeño genera
ilusión. Le preguntaron una vez a una monjita qué objetivo tenía el rezar. Más
allá, o, en paralelo, del hecho religioso, señalaba que le faltaban horas en el
día. La necesidad de positivismo es enorme.
Por eso, creo que es un buen aliciente reparar en
quienes comparten en la calle, en quienes ayudan en fundaciones, en quienes reparten
comida o dedican horas y dinero a aquellos a los que la existencia no ha
tratado tan maravillosamente, como sería deseable.
Sé que esto está dicho, e incluso mejor dicho, por
otros y en muchas iniciativas y conceptualizaciones. Como lo que valen son los
hechos, os pido que sigamos los itinerarios de quienes anónimamente cada día
salvan el mundo. De ellos es el verdadero reino de la Paz, que, como recordaron
Gandhi y la Madre Teresa de Calcuta, es el camino.
Juan Tomás Frutos.
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