domingo, 31 de marzo de 2013

El escaparate mediático y los valores de la sociedad

La precipitación y el nivel de tensión que vivimos y que trasladamos hacen que los medios de comunicación sean ese escaparate donde vendemos ciertas distorsiones que nos podrían recordar al Callejón del Gato de Valle Inclán. Las guerras que retratan los informativos, los asesinatos, los robos, las controversias, las violencias de género, las imágenes impactantes y demoledoras con las que convivimos cada día, nos hacen aceptar ese modelo imperante en el que parece que los accidentes de tráfico, por poner un ejemplo, son inevitables a la condición humana, cuando, ciertamente, son consecuencia de una mala educación vial, de la carencia, en muchas ocasiones, de óptimos hábitos de convivencia. Pidamos, en éste y en otros supuestos, mucho respeto.

Los sesgos con los que presentamos las informaciones son muchas veces precipitados, a menudo sin contrastar lo suficiente, buscando atractivos por encima de criterios más racionales, con planteamientos de sentimientos en estado profundo o superficial, y siempre en pos de una audiencia que, pese a todo, se halla muy fragmentada por la “multi-oferta” televisiva. Además, todos competimos por los mismos espacios, de la misma manera, con idénticas perspectivas, con ópticas que se estiran desde márgenes estridentes. Eso, exactamente, no contribuye a construir sociedad. Saturamos, y buscamos perchas y cebos de modos, en ocasiones, poco ortodoxos.

La realidad se basa en unos usos que tienen como base que las malas noticias son las mejores para un periodista (o, mejor dicho, para su empresa), pues venden más y más rápido el producto, sin que haya necesidad de pensar sobre lo que estamos ofreciendo a través de los medios de comunicación masiva. No invitamos a pensar, sino a devorar las imágenes con ilusión y pasión, sin ver más allá, sin observar sus ecos, sus aspectos evitables, sus posibilidades de conseguir unas mejoras ciertas. Parece que el mundo tiene que discurrir así, y eso no es verdad, pero es la certeza que trasladamos. La superficie gana, en ciertas oportunidades mal aprovechadas, a lo denso, a lo que debería serlo.

El parte cotidiano nos recuerda que leemos en titulares los contenidos que mostramos en piezas cada vez más cortas, y sorteamos los obstáculos de todo un proceso que, pese a los avances de la ciencia, sigue siendo complejo en su confección y en su difusión. Las imágenes se nutren de sus perfiles más atractivos, de modo que las estampas que mostramos a menudo neutralizan o catalogan el mensaje muy por encima de lo que narramos en él, y no siempre ganamos con ello, claro. El 80 por ciento de lo que comunica es imagen, y, cuando hay contradicción entre lo que contamos en el off y lo que se percibe visualmente, predominan las estampas gráficas que se suceden respecto de lo que explicamos en la noticia en cuestión. No siempre reparamos en ello, pero debería ser así, deberíamos tenerlo presente. Hay influencias que no tenemos en cuenta, o sí, pero, en todo caso, ahí están como algo que nos supera.

En comunicación decimos que una cosa es lo que se quiere contar, otra cosa es lo que se cuenta, y otra, a veces diferente, lo que se entiende finalmente en ese proceso. Como las personas y sus circunstancias de recepción comunicativa son dispares, también lo son sus interpretaciones, y ello lo deberíamos considerar. Sí, es cierto que sabemos que esto es de esta guisa, y, a menudo, nos curamos en salud, esto es, tenemos en cuenta los filtros o distorsiones que se pueden producir. Consecuentemente, nos vamos a lo seguro, y, como lo que se quiere desde los medios masivos es llegar a cuanta más gente mejor, se ofertan sentimientos por encima de raciocinios, que no siempre se disponen con el criterio más acertado en aras, como sabemos, de un consumo grande, que es lo que perseguimos.

El medio es el mensaje, como nos recordaba McLuhan, y ahora, con unos hábitos de consumo tan esperpénticos como hipócritas, donde no confesamos devorar determinados programas (Todo el mundo dice ver “La Dos”), nos hallamos ante una situación difícil de vislumbrar en sus formas y en sus posibles soluciones ante los agravios o ruidos que entre todos fomentamos. La coherencia, que es tan comunicativa, falta recurrentemente.

Busquemos, por ende, los modelos que nos inserten en las posibilidades en positivo. La violencia engendra violencia. Los mimetismos ante las modas o la iconografía que parece representar a la sociedad se imponen con sus aspectos más sangrantes y truculentos. No deben servir los medios de comunicación como correas de transmisión de los eventos más luctuosos, no sin un ánimo de construir la comunidad de personas a la que sirven a través de una vocación de interés público que a menudo no aparece por ninguna parte. Han de analizar, precisamente estos medios, los motivos de toda esta fenomenología “victimal”, procurando alcanzar cotas de desarrollo, de progreso y de “aminoración” de los peores compartimentos. Hemos de ser críticos con aquello que no edifica a la sociedad: no cabe siquiera que no tomemos partido y que seamos inocuos. Ante la violencia hemos de estar en el lado opuesto, fomentando el pacifismo, la tranquilidad, el sosiego, la idea de pacto, etc. Aquí no puede haber neutralidad.

Todos somos iguales ante la ley: lo pregona el artículo 14 de la Constitución, que añade que es así con independencia de las circunstancias o condiciones de cada cual. Es un derecho fundamental, como el derecho a vivir, como el derecho a una formación o a una sanidad integral. Por lo tanto, los desvíos de ese derecho pleno, la no consideración, la ignorancia, la falsedad, la omisión de nuestros deberes ciudadanos en este plano, constituyen una actuación lesiva y delictiva que hemos de perseguir y de neutralizar en el grado que sea y lo antes posible. No cabe mirar para otro lado, o, como diría Bertold Brecht, cuando vengan contra nosotros, o nos perjudiquen gravemente, ya no habrá posibilidad de respuesta clara, diáfana y real.

Compartamos buenos deseos, óptimos fines, en el convencimiento de que la bondad genera sentimientos con el mismo perfil. No somos conscientes de la influencia que tienen las numerosas horas que percibimos cargadas de violencia, de amarillismo, de versiones estridentes de una sociedad llena de sombras, de apatías y de enfrentamientos. Ese tipo de dinámicas sólo generan más fluctuaciones en negativo. Hay un efecto perverso y contaminante en las malas conductas, que influyen como modelo de convivencia, o, mejor dicho, de carencia de base para la convivencia.
Por eso, la cercanía, la empatía, los silencios, las escuchas, los procesos proactivos en comunicación, las sensaciones y los raciocinios en tradicional equilibrio, las versiones de la realidad en sus fortunas más esperanzadas y alegres…, han de darnos el impulso para hablar de las mayorías que hacen menos ruido y que contribuyen a construir sociedad en todos sus aspectos determinantes. No cabe el consuelo de decirnos que las cosas suceden porque sí y que no las podemos evitar. La crisis actual tiene mucho que ver con la no defensa de los mejores valores morales y éticos, ésos que los griegos llamaban universales. Si nos lo proponemos, pese a esta visión que reconozco un tanto apocalíptica, todo podrá mejorar. Los valores mayoritarios son otros. Sin duda.

Juan TOMÁS FRUTOS.

sábado, 30 de marzo de 2013

Tuyo mi silencio

Me gustaría tener palabras
para compensar una ausencia,
para apagar una tristeza,
para devolver las miradas
que nos gustaron,
para arrimar de nuevo la complicidad
de quienes fueron maestros
en nuestras vidas pasajeras.

Daría todo lo que sé
por averiguar el secreto
de quienes se marcharon de nuestro lado
con tanto amor como nos dieron,
o puede que con más.

Todo entregaría en esta mañana
que busco palabras para acompañarte,
que es como acompañarme a mí mismo,
pero no sé qué decir
cuando en este océano de tempestades
y de hermosuras luminosas
se nos hunde un preciado barco.

Mi silencio es hoy tuyo, de todos.

Juan T.

jueves, 28 de marzo de 2013

Sobreviviremos

Intentas herir,
pero no puedes.
No acepto tu agresividad.
No la replico.
Te quiero sin condiciones.
Haz lo que desees.
No cambiaré.
La decisión de amarte
está tomada con cautela y fuerza.
Sobreviviremos al tiempo
y las circunstancias.
Juan T.

martes, 26 de marzo de 2013

La fila


            Es una mañana cualquiera. Un grupo de niños y niñas hacen fila, y son 30, para entrar al colegio. Llega la profesora, y todos van tras ella, insertos, quizá sin saberlo, en una unidad de acción. De pronto la fila se parte. Una niña ha perdido el zapato y cae al suelo. La parte de la fila que a ella le sigue se para. El que marcha tras ella se detiene en seco. Hay un problema. Todo el grupo de niños/as, hasta ese momento en puro alboroto de mañana, mantiene la fila en la trozo que queda, y espera acontecimientos. La fila se guarda y respeta. Nadie parece discutirlo, y nadie parece pensar que ésa no sea la mejor opción.

            El chico que sigue a la niña que ha perdido el zapato conserva la sonrisa y también un aspecto de dulzura. No hay prisa. La pequeña ha de calzarse. La profesora abandona momentáneamente la parte de la fila que iba primero, y va a ayudar a la chica. La niña se pone su zapato y se incorpora. La fila sigue intacta. Todo está en orden ya. La infanta comienza a andar y también los chicos y chicas que le seguían. La fila se recompone al unirse las dos partes escindidas. Es de buena mañana, y yo me quedo atónito.

            Me llama la atención, aunque parezca una situación súper-sencilla, por el respeto que supone esperar al caído, porque, además, no se muestra celeridad, por aguardar, esos pequeños/grandes seres humanos, lo importante (la compañera, en este caso), porque se ha mantenido la estructura ante un imprevisto, porque los niños han protegido a la colega en una situación de debilidad, porque ha primado la lógica… De mayores, ya de bien mayores, a veces advierto situaciones similares donde no vemos ni siquiera al caído. Es una lección de vida, o eso me parece.

            Me voy al trabajo, tras lo contemplado, muy contento, y con una enseñanza tan aplastantemente obvia que no entiendo por qué no somos los mayores los que les enseñamos con hechos lo que en realidad debería ser. Mientras esto medito, un coche se salta mi paso de cebra, otros dos, un poco más adelante, discuten sobre las supuestas seguridades del día, otros recuerdan a parientes que no conocen, tres se tropiezan (eso sí, pidiendo perdón) porque van ensimismados con el móvil o mirando a cualquier parte menos hacia el frente, algunos más se cruzan sin saludarse como si fueran desconocidos (lo cual quiere decir que están pensando en otras cosas que no tienen que ver con el entorno de ese instante), y yo mismo me acelero y corro hacia un trabajo por el hecho de que todos miméticamente andamos, según nos decimos, “a un buen ritmo”, con prisas, vamos.

            La pregunta es qué nos ocurre para no guardar esa magnífica fila, para no ser un poco más solidarios, para no disfrutar alegremente incluso de los pequeños inconvenientes, para no liberar la energía en positivo. Puede que estemos tapando nuestros corazones de niños. Asimismo, puede suceder que en el día a día no sepamos elegir a nuestros compañeros de fila, o que no nos deleitemos de manera suficiente con aquellos y aquellas que nos han tocado en suerte. Es cuestión de pensarlo un poco, o, quizá, un poco más.

Juan TOMÁS FRUTOS.

miércoles, 20 de marzo de 2013

La presencia de los pobres en los medios de comunicación


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La “victimación” de los pobres en los medios de comunicación

 

 

(Juan TOMÁS FRUTOS

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A Emilio G. Mercader,

porque me ha enseñado

otra realidad,

que estaba ahí,

muy cerca.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Introducción

 

Si alguien que es víctima en todos sus extremos, en todas sus vertientes, de manera plena, es el pobre. Su capacidad para mejorar, para conocer, para prosperar, para reclamar la igualdad de derechos, para ser persona… está mermada por los estereotipos sociales y por la propia idiosincrasia de los sistemas político-económicos que, incluso cuando hay correcciones en la búsqueda de un equilibrio y del llamado Estado del bienestar, incluso en esos casos, los pobres constituyen el sector más deteriorado y perjudicado de la sociedad. Es ahora, y lo ha sido siempre, históricamente.

 

El papel compensatorio y vigilante de la Prensa ha de estar ojo avizor en todos los casos de exclusión y de victimización, pero, precisamente en lo relativo a la pobreza, su rol ha de ser más activo, pues esa base “victimal” puede conducir a otros tipos de daños y de penurias que podrían suponer una doble o una triple consideración como víctimas del modelo societario.

 

Un pobre tiene necesidades que pueden llevarle a sufrir más enfermedades, a que no pueda acceder en régimen de igualdad a la educación, puede que no comprenda las cosas que le atañen y que, por lo tanto, no las pueda evitar…Por ello, insistimos en este trabajo de defensa y compensatorio en el devenir cotidiano de los medios de comunicación con el fin de mejorar la presencia de los sectores más desfavorecidos. Hay numerosas propuestas a favor de una ética más humana. Palpemos las intenciones y traduzcámoslas en hechos.

 

1.- Los Pobres

 

Pasan a nuestro lado, a menudo con el honor de quienes saben que lo más importante en la vida no es tener, sino ser, pero también es cierto que la crisis los ha golpeado tanto que no siempre saben dónde están y lo que son. Les faltan motivaciones, pues todos los días se presentan grises, llueva o no. El sistema los ha dejado de lado, o eso parece.

El café, que decía Juan Luis Guerra, no cae del cielo, pese a su insistente deseo de que así fuera, pero tampoco se precipitan otros productos que probablemente son mucho más necesarios. Falta el trabajo, falta el pan, falta la ilusión, y, aunque en cierta medida llegan, no son suficientes para aguantar hasta final de mes, al que uno llega un poco apretado de cinturón y de más circunstancias.

Están ahí, se mueven por doquier, unas veces más reconocibles y otras lo son menos. Salen de supermercados con una compra reducida, o incluso sin ella, miran y ven las fantasías de un universo venido a menos. Callan más que otras personas, aunque deberían gritar más, pues sus necesidades son más perentorias. El silencio los envuelve.

Son los últimos, los pobres, los que no llegan al umbral de la dignidad, como nos recuerdan las frías cifras, y por eso, por ellos, todos somos un poco menos nobles. La sociedad les ha mostrado el lado de un fracaso global donde ellos llevan la peor parte.

Algo hay que hacer para remediar, o, cuando menos, mejorar estas ignominias: el derecho a comer, a una vivienda digna, a tener opciones en la vida, es básico. Si carecemos de estas posibilidades, nos puede incluso faltar hasta la salud, que es la palabra mayor, aunque no siempre lo advirtamos así.

Son pobres, nuestros pobres, pobres nuestros, y nuestra obligación como sociedad es que no sigan sufriendo, que sufran menos, que tengan un pedestal para subir la cuesta existencial. Es Navidad, es verano, es época de bodas, de cumpleaños, de comuniones, de celebraciones en general, y muchos de ellos sólo lo saben por lo que dicen en la televisión o por las iluminaciones de nuestras calles.

 

2.- Por el oficio más hermoso del mundo

 

Desde las entidades profesionales y desde el oficio de periodista queremos y debemos animar a la reflexión sobre la coyuntura actual de nuestro sector, amenazado y golpeado por la precariedad, los bajos salarios, la reducción de plantillas que lleva a una merma de la calidad informativa y la desaparición de medios y esperanzas en una profesión que es fundamental en toda Democracia.

 

Por ello, hemos de poner en marcha, ya, una mesa sectorial que nos lleve a ver qué medidas se pueden y se deben emprender. Quizá entre todos podemos contribuir a la hora de arbitrar y de pedir ayudas para el sector, para su reciclaje, para la mejora de su prestigio y de su presencia.

 

El Observatorio de la Situación Periodística en la Región nos dará datos para abundar en soluciones que hemos de consensuar y de tomar con la perspectiva de que funcionen a medio y largo plazo. El sector debe recuperar la ilusión como instrumento definitivo y definitorio de sus grandes potencialidades, así como en consonancia con la labor de servicio a la sociedad al completo.

 

No miremos hacia otro lado ante lo que está sucediendo. Todos los días amanecemos con datos escalofriantes de pérdidas de audiencia, de empleos, de publicidad… Muchos amigos y amigas se están quedando sin trabajo o bien su futuro está seriamente amenazado. Los datos nos indican que, al menos, la mitad de los profesionales de la comunicación se plantean dedicarse a otra cosa, y eso no es bueno, ni para ellos, ni para los que han de venir, ni para la propia sociedad. La selección de los profesionales que permanecen en este sector no ha de producirse de esta manera tan dramática.

 

La frase de “querer es poder” y aquella otra de que “juntos podemos” han de abrirse camino. No es deseable que no reconozcamos el mundo en el que vivimos, con sus circunstancias, con las necesidades de cambios y de mejoras, con las previsiones que hemos de utilizar para determinadas mudanzas, sobre todo a efectos de actitudes. La valentía ha de ser la premisa para que sin prisas, y sin pausas, vayamos hacia otro universo con menos condicionantes en negativo en lo que concierne al Periodismo.

 

Entre otros objetivos, hemos de poner en marcha una Cátedra de Comunicación que nos anime a investigar sobre nuestro sector y que, más pronto que tarde, nos sirva de referencia para todo cuanto hay que hacer. Decían los griegos que en el punto intermedio está la virtud. Por eso, parece lógico que intentemos corregir los extremos carenciales en los que se hallan muchos compañeros. Se habla de la destrucción de un 30 por ciento de los empleos, de salarios que no llegan, como media, a los 600 euros al mes, de jornadas extensas sin compensaciones, como ocurre en otros oficios, de demasiados fines de semana laborando al mes, de falta de tiempo (con todo este panorama parece normal) para formarnos….

Entre los estudios prioritarios han de estar los planteamientos que ahora mismo tienen, y también los que han tenido en las últimas décadas, en lo que se refiere a la presencia de los pobres en los medios de comunicación. El afán máximo debería ser el corregir errores, y el mejorar la visibilidad de los sectores más maltratados de la sociedad.

 

Es momento, pues, de coger otro tren, de dirigirnos a otra estación en la que compartir ese diálogo necesario, seguido de actuaciones y de propósitos de enmienda, para salir de ese túnel carente de la suficiente dignidad laboral. Creo que en ello estamos de acuerdo todos, y por eso todos nos hemos de aproximar a ese espacio donde nos sintamos lo más cómodos que sea  posible para afrontar una nueva etapa en la que, por supuesto, no sobra nadie. Todos somos esenciales para arreglar las disfunciones de un trabajo que, pese a todo, sigue siendo el más hermoso del mundo. Lo es, con todos, fundamentalmente con los últimos.

 

3.- Periodismo, cimiento fundamental de la libertad

 

Miremos al entorno comunicativo que nos rodea, y hagamos unas reflexiones que, aunque obvias, son necesarias. Conviene que sepamos qué es lo importante y qué es lo anecdótico cuando hablamos de algo tan sustancial como el Periodismo. El ser humano, de manera individual y como colectivo, tiene en la comunicación periódica su piedra angular. La pieza básica del desarrollo de toda sociedad que se precie es el Periodismo, un oficio que tiene su origen en la misma idea y en la realidad del ser humano. Cuando éste tiene conciencia de sí mismo y comienza a organizarse en pequeños clanes o familias, ya podemos ver esbozado un primer estadio del Periodismo.

 

En cualquier era podemos detectar a alguien que trata de contar algo a sus congéneres. Es un papel básico, y hasta necesario. La opinión pública precisa de ser alimentada con lo que ocurre y con su interpretación pertinente. Por eso, incluso teniendo cuidado de no dar consejos, o de no darlos en exceso, consideremos prioritaria la protección de los pobres, de los olvidados, de los que tienen menos, de los menos favorecidos. El ser humano ha de ser tratado, tanto a nivel de protagonista de unos hechos, como de receptor de los mismos, con la más alta dosis de ternura y de respeto.

 

Todo un bagaje instrumental ha rodeado al Periodismo desde que nace de una manera incipiente y poco definida hasta nuestros días. Los avances tecnológicos han sido una consecuencia de las ganas de ir ganando partido a los elementos de la naturaleza, y, en concreto, en el ámbito comunicativo, son utilizados para perseguir una mejora en el conocimiento, que es lo que nos distingue, a priori, del resto del medio natural, pues tenemos capacidad de analizar lo abstracto y de vislumbrar lo que ha sido, el porqué, así como su futuro, sus consecuencias y las posibles modificaciones en las conductas y actitudes.

 

Desde el siglo XVIII, con el fortalecimiento del Periodismo en las urbes, en los burgos, con la nueva clase social, la burguesía, hasta nuestros días, ha habido sucesivos progresos, todos importantes. No obstante, la revolución que supone Internet hoy en día no deja lugar a dudas sobre los avances que estamos registrando. En ellos, el Periodismo encuentra “un aliado”, si entre todos somos capaces de arbitrar buenas prácticas. Ese aliado no puede ser la prisa por contar o por atropellar los derechos de otros. Pongamos especial cuidado en las historias de aquellos que han tenido la desgracia de ser pobres, o que bien lo han perdido todo. Ahora, con la crisis, esta historia se repite mucho, por desgracia.


El Periodismo, como decimos, hunde sus raíces en los mismos comienzos del ser humano. Siempre hay alguien que cuenta a los demás lo que pasa, lo que está sucediendo, lo que ha sido y lo que podría ser. A lo largo de los siglos se ha ido configurando un oficio, a la vez que profesión más tarde.

 

Ahora, las Nuevas Tecnologías son la base de un nuevo sistema reinventado y refrescado en sus esencias. Estamos convencidos de que, con un buen uso, el Periodismo desde Internet, basado en la Red de Redes y que consulta y se nutre de estos avances, está mejorando, y más que se lucirá. El aprendizaje es multidisciplinar. Si miramos al núcleo de la sociedad, seguro que vemos, entre otras cosas, el ejercicio del Periodismo. La voluntad es necesaria, y también el compromiso. El Periodismo es un cimiento esencial de la libertad para todos y cada uno de los que componemos una sociedad que se diga avanzada. Esa sociedad en progreso no puede dejar atrás a los pobres, que no sólo “heredarán el Reino de los Cielos”, sino que merecen ser tratados con dignidad en la Tierra, tan suya como de los demás.

 

4.- Por la excelencia periodística

 

Refresquemos la memoria. Veamos algunos puntos cruciales. No descubrimos nada nuevo. Es un oficio, el de informador, más que consolidado, pero con problemas acuciantes, duros ellos. La profesión periodística atraviesa, como le ocurre a otras, una crisis que se presenta mediante las más diversas caras: la social, la ética, la formativa, la de su propia identidad… No es un buen momento para afrontar todos los deberes que hemos ido dejando en el pasado más o menos reciente, pero lo cierto es que no debemos permitirnos que pase más tiempo sin que nos enfrentemos a lo que está sucediendo con medidas tan claras como contundentes.

 

El sector peca de falta de corporativismo, de carencia de una movilización ante los asuntos profundos que, con el paso de los años, se han convertido en problemas más o menos graves: hablamos del intrusismo, de los bajos salarios, de la precariedad laboral, de la falta de elementos para poder trabajar con unos mínimos de calidad, etc. Por muchos motivos, la profesión se ha ido alejando de esos niveles de excelencia a los que pudimos llegar debido a diferentes presupuestos durante la década de los 80. El tratamiento de algunas cuestiones, como la situación de los más desfavorecidos o la presencia “in crescendo” de determinados tipos de violencias, son un ejemplo de lo que estamos reseñando.

 

Es cierto que la nuestra es una profesión liberal para la cual no se exige titulación ni siquiera en los medios públicos, aunque en estos últimos sea una práctica generalizada el contratar a egresados en Comunicación, en Periodismo o en áreas cercanas. Es evidente también que no contamos con un Estatuto específico, a pesar de los numerosos intentos llevados a cabo (ahora estamos afrontando otro), que nos lleve a establecer derechos y deberes en el desarrollo de este oficio. Es, igualmente, verdad que los códigos de buenas prácticas, o códigos éticos o deontológicos, como se les quiera llamar, no siempre son conocidos, y, en pocas ocasiones, se tienen en cuenta a rajatabla, sobre todo en determinados formatos y espacios audiovisuales. En todo caso, digamos que a menudo dominan los criterios industriales o empresariales frente a los profesionales, y eso repercute negativamente en el tratamiento de aspectos o perfiles de cierta sensibilidad. Los pobres, en este sentido, suelen tener una visibilidad estereotipada y poco liberalizadora.

 

Es la nuestra una suerte de profesión anárquica, que, pese a todo ello, desempeña con holgura, el papel constitucional que tiene conferido. No obstante, hay todo un territorio perdido, o vencido en parte por algunas rutinas o desidias, que conviene recuperar para bien de la profesión, y, fundamentalmente, para mejoría de las ofertas dirigidas a la ciudadanía, a la que nos debemos en primer y último término. Tengamos, pues, en cuenta los criterios más decididos de amor y concordia a los demás.

 

Generar una conciencia crítica es más que una necesidad: es ya un tren que no podemos perder, o, de lo contrario, nos quedaremos sin esa fiabilidad que es tan precisa para que seamos auténticos referentes sociales. Conviene que, como el resto de poderes de una Democracia, el de la Prensa sea real y que esté en manos de la sociedad y de sus propios intereses, teniendo en cuenta criterios de acceso de minorías, de preservación de valores, de mejoras para los colectivos y de defensa de los derechos individuales, etc. Nos va en ello mucho en juego. Entre sus deberes esenciales está la protección de la fama, de la dignidad y de los derechos de los que menos fortuna tienen, en el doble sentido del término. Debemos contribuir a la emancipación de los pobres, el asunto que nos ocupa aquí y ahora, y para ello hemos de denunciar la situación en la que se hallan, los motivos por los que han llegado ahí, así como plantear diáfanos argumentos de mejora. La desigualdad es el enemigo mayor de una posible y defendible solución a la pobreza, el hambre, las enfermedades, etc. Los medios de comunicación y los periodistas han de estar del lado de los más débiles.

 

Por eso conviene recuperar ancestrales deseos humanistas, reglas de oro de respeto y de cortesía, valentías por causas que no debemos olvidar como si ya fuesen perdidas… y todo ello ganándonos el respeto, en primer lugar, que debe poseer la profesión que ejercemos. Nuestra debilidad, como oficio, es tremenda. Recordemos y reiteremos: estamos en un panorama que se sostiene con salarios paupérrimos, con carencias de personal en las plantillas, con prisas por llegar a titulares más o menos llamativos, con un intrusismo, ya dicho, que tiene más que ver con prácticas poco defendibles y con otros problemas que hemos de afrontar con gallardía y a través de la persecución de modelos de cambio que conecten con los nuevos valores que llegan a la profesión. Por favor, hemos de hallar más motivos para continuar en este oficio que para dejarlo. Hay mucho que cambiar, seguro que sí, pero, claro, con el consenso y con la intervención de todos/as. Esta debilidad también nos empobrece, y no ayuda en nada a que podemos contribuir a la mejoría de otros sectores y estamentos societarios.

 

Las claves, evidentes ellas, están ahí, y mucho tiempo ya, por desgracia. Es momento de hablar menos y de hacer más. No hay prisa, seguramente. No hay que atropellarse, pues, de hacerlo, cometeremos errores que han de ser evitables a estas alturas. Lo cierto es que tampoco hay tiempo para más demoras. Debe comenzar la era de la acción, en lo periodístico también. No dejemos para mañana lo que hemos de empezar a hacer hoy mismo. Seguro que lo agradeceremos. Haciendo hincapié en cómo victimizamos doble y triplemente a los pobres, hemos de reseñar que las informaciones sobre estas capas de la población pueden ser mucho más gratificantes y emancipadoras, partiendo de la crítica  a las situaciones que han llevado a que en algunas sociedades el 30 por ciento de la población no tenga lo suficiente para llegar a final de mes. Éste es el caso de los países desarrollados. En otros la tesitura es peor, bastante peor.

 

5.- Preguntas y más preguntas, esencia de la Prensa

 

Digamos como elemento primario aquello que ya nos repetían de pequeños de que, para saber, hay que preguntar. Es un fundamento del ser humano. Éste pregunta para progresar, para conocer, para ir avanzando. En el frontispicio de la actividad periodística hay una serie de reglas que entroncan con los primeros momentos de este oficio, que conviene reiterar que se debe a la sociedad al completo. Entre esas bases está el que la Prensa pregunta y critica lo que no le parece oportuno.

 

La práctica, que empieza a repetirse con una cierta frecuencia, de no dejar que la Prensa, que los periodistas, que los representantes de los medios y de la sociedad, pregunten en las ruedas y convocatorias, es un vicio detestable que conviene rechazar por muchos motivos y con, entre otras, las siguientes consideraciones, especialmente en el caso de las informaciones que tienen que ver con la dignidad del ser humano, con la sensibilidad, con los valores sociales, y más expresamente con la pobreza:

 

            -En la esencia del Periodismo está el preguntar, el discernir lo que es importante de lo que no lo es, lo que es interesante y principal de lo que no lo es, lo que es relevante de lo que pueda ser accesorio. La decisión sobre cómo es, o debe ser, una noticia es del periodista y no de las fuentes.

 

            -Recordemos que el Periodismo es un derecho constitucional reconocido en el Título I de la Carta Magna de 1978 y que hay que garantizar, en todo momento, su libre ejercicio y sus buenas condiciones de desarrollo.

 

            -Pensemos que cuando alguien no quiere contestar a un periodista, esto es, cuando desea guardar silencio, hay un motivo, que a menudo no es defendible. Algo esconde con esa actitud. Todos tenemos derecho a saber lo que ocurre y en qué condiciones y circunstancias. Una manera de conocer lo que sucede, un instrumento básico, es el periodista, que ha de ser respetado.

 

            -Frente a los vicios de no responder sólo quedan las buenas prácticas, esto es, preguntar y preguntar.

 

            -El preguntar permite obtener matices, más elementos de juicio, vislumbrar los estados de ánimo, conocer a la persona y si nos dice lo que piensa verdaderamente. Hay un metalenguaje que se conoce mejor a través del tradicional y, por otro lado, normal sistema de preguntas y respuestas.

 

            -El que no quiere preguntas demuestra una nítida falta de valentía y el no querer afrontar cuestiones o verdades incómodas.  Recordemos que el derecho a informar no tiene nada que ver con el artificio de laboratorio que pretenden algunos responsables y representantes públicos y privados. El derecho a conocer es dinámico, con múltiples direcciones, y no sólo en una. Hay que preguntar, hay que poder preguntar.

 

            -Conviene que digamos, cada vez que informemos, si no se nos ha permitido hacer preguntas, para que el ciudadano/a pueda valorar mejor lo que le contamos.

 

            -Cuando se hacen declaraciones institucionales se hace publicidad y/o propaganda, y no exactamente información.

 

            -Al tiempo que el periodista debe comunicar lo que conoce, ha de tener la opción de saber lo que ocurre mediante el cuestionamiento de lo que se le narra. El periodista no es un mero “figurante que traslada” datos. Debe poder interpretarlos y analizarlos, y para ello ha de poder preguntar.

 

            -Debemos protestar en los casos en que se impidan las preguntas. No cabe la pasividad ni la falta de movilización por parte del colectivo de periodistas, y mucho menos por parte de sus empresas.

 

Por todo ello, es necesario que levantemos la voz ante este tipo de situaciones y que arrojemos luz sobre lo que sucede. La profesión requiere, en estos y en otros supuestos, que no permanezcamos impasibles. Hace falta un rearme moral ante esta clase de actuaciones. Y ante otras. Es momento de ir practicando la comunicación incluso sobre nuestros propios asuntos. No practiquemos aquello de “en casa del herrero cuchillo de palo”.

 

Los consejos y las consideraciones que aquí hemos expresado son especialmente útiles en el caso de las informaciones que tienen que ver con la pobreza y con los procesos de exclusión. Insistimos, por ende, en la necesidad de que tengamos en cuenta estas reflexiones y otras de similar calado.

 

6.- Conflictos como modelos

 

Hay que llevar cuidado con los exponentes que vendemos cada día. A veces incluso lo hacemos de manera inconsciente. Las condiciones del ser humano son muchas, variables, repetidas y mensurables. Cada etapa histórica tiene las suyas, que se muestran de manera preponderante respecto de otras. Unos condicionantes y otros van surgiendo en función del momento, y conviene que, de vez en cuando, reflexionemos sobre lo que acontece, en la seguridad de que obtendremos interesantes conclusiones. La vida es un conjunto de ciclos en los que hemos de mantener una media aceptable. No quiere eso decir que no podamos equivocarnos. Claro que podemos. De los errores se aprende y mucho. Tampoco queremos decir que vivamos exclusivamente de los éxitos y de viejas glorias, si alguna vez las cosechamos. Hay que buscar, en todo caso, ese ritmo tranquilo y sosegado, que a menudo puede estar salpicado de prisas y de aceleraciones. Somos humanos, y hemos de demostrarlo. Mucho consuelo nos puede otorgar, e indefectiblemente nos proporcionará nuevas perspectivas.

 

Lo que, sin duda, no es defendible es que nos mantengamos en una frontera de excesos, de estridencias permanentes, de controversias complicadas que pueden hacer, y, de hecho, hacen de las existencias cotidianas unos cursos tristes, demagógicos y rotos por estampas colmadas de frustraciones y de melancolías. No hay más que mirar al interior de muchas personas y contemplar, por desgracia, lo que señalamos.

 

Oteemos un poco los medios de comunicación, y observaremos, en ese espejo, “el Callejón del Gato” de Valle Inclán. Duele ver tanta habladuría, tanto enfrentamiento, tantas palabras de dolor, sufrimiento y pena, tanta distancia en el plano corto, tan pocas miradas de consenso y de complaciente entendimiento… Las hay, evidentemente, pero no las mostramos. Conviene que lo hagamos, como conviene que nos digamos que nos queremos, porque estoy convencido de que es así, de que hay más amor en el mundo que odio. No dejemos para otros días venideros las panorámicas de cariño y de entrega sincera que tanto placer nos pueden regalar.

 

Cuando nos dedicamos a dar cuenta de tantos abusos cometemos, puede que sin caer en la cuenta de ello, esa distorsión y ocasionamos esa fractura que puede consistir en que una parte, en este caso negativa, parezca el todo de la sociedad, cuando no es de esta guisa. Los excesos, cuando son las reiteradas señas de identidad de un momento social, no son buenos. Que los difundamos tanto como ejemplos o modelos, aunque no lo hagamos con esa intención, no es una opción óptima, no lo puede ser, pues recordemos que los mejores períodos históricos son los que han publicitado las excelencias de sus artistas y de sus adelantados en los más diversos ámbitos, ya fueran el científico, el filosófico, el musical, etc.

 

Cuando las garras de algunos sucesos laceran nuestros intelectos y endurecen algunas almas, deberíamos preguntarnos por el coste que ello tiene. Seguro que, como decía el poeta, alguien tendrá que pagar por la pérdida de tanta inocencia. Todos y todas. Es bueno que hablemos, que nos comuniquemos. Siempre. Cuidado con los modelos que triunfan o que hacemos triunfar. La pobreza es uno de esos argumentos recurrentes en los medios de comunicación con un tipo de tratamiento que se basa en los tópicos y que no consigue una autonomía e independencia suficientes para que su presencia en lo periodístico sea más liberalizadora. Sin embargo, debería tener una presentación más consciente y menos basada en el sensacionalismo. Cambiar un poco el camino, o un mucho, es ya una necesidad.

 

7.- Prisas y competencias que incomunican

 

Nada se ha conseguido en sociedad sin que medie la comunicación. Lo sabemos por experiencia. Ahí está la historia con todas sus controversias para dar cuenta de ello. El ser humano es contradictorio y complejo por naturaleza, y a menudo lo es en cuestiones básicas. No debería ser así. Lo lógico es que aprendiéramos de nuestros errores. La era de la comunicación tropieza con demasiada soledad. Hay una contradicción en sí cuando aseveramos este planteamiento que, por desgracia, es verdad. Asumimos los papeles que nos tocan con prisas y competencias que desdibujan las caras que quisimos tener de pequeños. Conformamos otros árboles, otras ramas, un exceso de objetivos e intereses en los que no nos reconocemos. Lástima.

 

Uno de los errores más repetidos es el tratamiento de las minorías en los medios de comunicación. Los pobres ocupan aquí un lugar destacado en el uso de sus malas condiciones existenciales para prodigarse en aspectos morbosos, sensacionalistas y llamativos. Hemos de cambiar el “chip”. Debemos ser capaces de dar el lado más amable de estos sectores (nos referimos a su forma de ser), al tiempo que hemos de denunciar sus carestías, procurando una mejora sustancial. Contribuyamos a que se reconozcan como personas.

 

La valentía se presenta en forma de premuras que rompen los diseños con los que soñamos y que no cumplimos ni cumplimentamos por falta de entrega y de tiempo, que siempre se diluye, porque nos hemos empeñado en ello.

 

Comunicar implica muchos procesos y elementos dentro del procedimiento global. Debe haber mensajes estipulados o no, con códigos más o menos comprensibles, debe haber voluntades en los emisores y en los receptores, debe haber movimientos de ida y de vuelta, con efectos, consecuencias, planteamientos previos y resultados, con gestos, con proxémica, con una metalingüística, con unos resortes que nos conduzcan por vericuetos llenos de sensaciones más o menos objetivas. Ha de darse mucho dinamismo. Se trata de un proceso exultante.

 

También debe haber amor. Decía San Agustín, y más tarde Santo Tomás de Aquino, que con la estimación basta para que el mundo y sus condiciones se alíen con nosotros. No sé si es así, pero lo cierto es que es un magnífico punto de partida. El cariño rompe muchas barreras y no deja fronteras pues fomenta la cercanía, que es sinónimo de comunicación.

 

Las ciudades se llenan de gentes, de personas que no se miran (sin mirada no hay comunicación, no hay entendimiento). Y se colmatan de ruido, de obstáculos en el flujo comunicativo: las prisas, los intereses creados, las distancias cada vez mayores, los ahogos económicos, el querer ganar siempre, las carreras por la nada, el deseo de llegar antes al océano de las dudas, que aún nos generan más lejanías… Es todo un bagaje estremecedor. Las historias que contemos deben mudar esto que glosamos. Nuestro objetivo ha de ser mejorar la estructura en la que se encuentran los más pobres y otros ciudadanos en régimen de desigualdad.

 

El proceso de crecimiento vital de la persona se basa en la comunicación. Hay un momento en que olvidamos esto, que es como olvidarnos de nosotros mismos, de nuestras esencias, de cuanto somos. Pensar es fruto del intercambio de ideas, de pensamientos, de consideraciones. La meditación y la comunicación se consiguen dándonos a conocer y tratando de conocer al otro desde el respeto y la altura de miras. Como todo en la existencia humana, esto que decimos se consigue con práctica, con mucha práctica, con mucho tesón. Es cuestión de animarse. Seguro que seremos más felices como punto de partida. Vamos a intentarlo, poco a poco, sin prisa, claro. Y si, además, ayudamos a los más pobres con óptimas informaciones, seguro que todo surtirá mejores efectos. Contribuir con los que se hallan en situaciones más delicadas en una salvaguarda personal y colectiva.

 

8.- No al silencio, sí a comunicar

 

Lo que nos diferencia de la mayoría de seres de la Naturaleza es nuestra habilidad para trasladar e interpretar mensajes complejos. Esa capacidad, como es lógico, hay que aprovecharla. Comunicar siempre da sus frutos. No hacerlo nos distancia, genera abismos. Dice un axioma en comunicación que “el silencio jamás es rentable”. No lo es. No puede serlo, pues basamos en la comunicación el crecimiento histórico del ser humano y de las sociedades en los más diversos y dispares niveles. El relacionarnos desde y con la comunicación nos da ventajas, privilegios, así como un estatus por encima del resto del reino natural, sobre todo si somos capaces de utilizar bien, de optimizar, el valor añadido del proceso de interacción. Crecemos y nos multiplicamos en el sentido más extenso de estas palabras cuando compartimos experiencias y frases con contenidos más o menos variopintos. Las ideas expuestas, retornadas, exploradas y explotadas nos conceden el regalo de una docencia perenne y edificante. Por ello hablar de cómo se encuentran los más pobres, que es el caso que nos ocupa, y de cómo mejorar su situación, es una obligación que nos edifica como seres humanos.

 

Hace falta que, de vez en cuando, nos repitamos los ingredientes del proceso que nos permite conocer más y mejor lo que nos rodea, e incluso aquello que se halla allende nuestras fronteras biológicas, materiales o físicas. Comunicar es un periplo con fascinantes paisajes que nos invitan a tomar una taza de café en cualquier rincón del mundo y con cualquier sabio de los que son o han sido. Es genial.

 

Por cierto, nos gusta repetir que la comunicación no únicamente es todo, lo es para todos. El pluralismo ha de ser auténtica pluralidad: debe haber opciones para el conjunto, para toda la sociedad. El ejercicio comunicativo nos debe conducir por derroteros que nos permitan salir adelante con una voluntad decidida de cambio, con mejoras que podamos plasmar en el día a día. En el caso de informaciones relativas a los más desposeídos nos hemos de esforzar de manera especial.

 

Debemos partir en cada jornada hacia los fines que nos tengamos encomendados, o que puedan surgir, con el alma abierta a relatar y a que nos cuenten lo que tiene interés o podría tenerlo en nuestras vidas y en las de los demás. No estemos dormidos ante lo que está por suceder. Nos debemos tomar esa macedonia de frutas que está constituida por los presentes compartidos en forma de experiencias y de reflexiones verbalizadas. Es un quehacer magnífico que nos dará más corazón y coraje, que son dos facetas que parten del mismo origen. Si el eje son los pobres, todavía cimentaremos más oportunamente el oficio de periodista, el de comunicador, desde la perspectiva de ser, o de intentar ser, buenas personas.

 

Hablemos, pues, y no dejemos para mañana lo que podemos hacer hoy. La vida es muy corta como para no aprovecharla. Démonos un respiro, guardemos un poco de silencio, pensemos lo que queremos decir, y adelante. Es cuestión de costumbre, y de respeto, claro. Comunicar es rentable. Hagamos cálculos materiales e inmateriales, y obtendremos unas conclusiones que nos dejarán perplejos. Pensemos en ello con cierta periodicidad. Sin establecer parangones, detestables en la mayoría de los casos, daremos con un gozo difícil de hallar en estos tiempos convulsos. No dudemos: estemos con los que menos fortuna poseen, ya sea ésta en forma de carencia de salud, de economía, de estabilidad, etc.

 

9.- Formación y talento ante la crisis informativa



Hay que tener espíritu de superación para todo. La educación y la formación son resortes fundamentales para sobrellevar cualquier contrariedad o contratiempo. Además, poner de relieve y cuestionar lo que hacemos y lo que acontece es una norma básica que permite el reciclaje, siempre deseable. Es el caso que nos ocupa. El periodismo, se suele repetir, está en crisis, en una crisis casi permanente, pero, sin duda, las perspectivas, y así preferimos pensarlo, pese a todo, son buenas o muy buenas. Los medios son un fin, tienen unos objetivos loables y de servicio público, y conforman esa base con la cual construimos la altura media de una comunidad que se precie. Informan de lo que pasa, crean opinión, generan controversias y buscan de manera permanente la verdad o las muchas verdades de un momento y un espacio determinados. Por eso hemos de empeñarnos en proteger y en hacer mejorar a los últimos de la sociedad. Nuestros pobres han de hallar soluciones a sus problemas, y en esa búsqueda hemos de ser vanguardia.

Debemos hacernos, pues, una serie de reflexiones en este ámbito, que consideramos, sin temor a equivocarnos, maravilloso y estupendo. La comunicación no ha de soportar embestidas de un agravio constante e inhóspito que impacta en busca de audiencias. Hacer esto es jugar a muy corto plazo.

La formación y el talento construyen un futuro en la profesión, que ha de estar en un permanente reciclaje. La evolución es la base del porvenir. Hemos de oír, de escuchar, de conocer, de compartir todo lo que nos llega en forma de datos, de mensajes y de análisis. Debemos pensar cómo afrontar algunos tipos de informaciones y cómo “consensuar” el abordaje de algunas cuestiones. Veamos todos los perfiles. En el caso de los más pobres, hemos de ver por qué están en esa situación y cómo poder superarla. Hemos de intentar construir sociedad teniéndoles como una auténtica base.

Contemplar el futuro en positivo es necesario para que se produzcan resultados bondadosos para el conjunto de la comunidad. Conciliar, pactar, mirar sin travesuras y con alturas y profundidades constituyen esas condiciones que nos dan dignidad y beneficios compartidos. Además, hemos de pensar que de todo se puede solventar con buena voluntad y con actitudes, que hemos de procurar sin demora. La pobreza es un mal que debemos combatir y que tiene solución.

Las crisis significan puestas en cuestión de lo que es, respecto de lo que sucede, en relación al futuro. Las crisis son riesgos, posibilidades de terminación o de caída, pero también son opciones y oportunidades que surgen de los puntos de conflicto o de final. Podemos compartir ese parecer variopinto que nos ha de llevar un poco más allá, más lejos, con las suficientes garantías. Es el momento, pues, para mudar el modelo y convertirlo en un aliado para que los más necesitados no se queden solos en sus reivindicaciones.

Los medios, sus profesionales, las Administraciones, que han de velar por un óptimo ejercicio, la sociedad misma, las diferentes organizaciones que integran las diversas comunidades vecinales, y que han de defender sus derechos, han de adecuar sus necesidades desde la máxima responsabilidad. Hay derechos que sustentar, y que se mantienen, pese a las condiciones de un modelo que fluctúa por cuestiones económicas, que se han de superar, a pesar de los quejidos. Sanear los conceptos y repasar lo que sucede es básico. Las informaciones sobre la pobreza no han de ser amarillistas y superficiales: han de procurar ser sanadoras de los errores del sistema. No sólo planteemos los problemas: vislumbremos soluciones.

Los medios siempre cumplen su función de informar y de supervisar el ambiente que nos rodea. Ese fin ha de ser mayor en tiempos convulsos, de complicaciones y de cambios más o menos generosos. La responsabilidad ha de ser la premisa que nos ha de mover en el ejercicio profesional y en su defensa interna y externa. Busquemos el éxito espiritual: el resto vendrá poco a poco. La comunicación no sólo invita a aprender: también cura de los males de la soledad y de la ignorancia. Como hablamos de intangibles, pensemos que la mejor forma de percibirlos es la dicha que podemos saborear al comienzo y a la conclusión de cada día. Seguro. Comuniquemos, por ende, de manera integradora, de modo que personas en situaciones de riesgo, como los pobres, puedan hallar bases en los propios medios informativos para contar lo que pasa, y no de un modo sensacionalista, desbrozando, al tiempo, posibilidades de mejora.

 

10.- El Periodismo como sustento societario


Conviene repetir que un pilar básico en una sociedad es la Prensa. De hecho, cuando ésta no existe o no es independiente, hablamos de autoritarismos o totalitarismos. En ello, en la Prensa, en su existencia, en su libertad, todos estamos convocados. Debemos apostar por el consenso y la participación de cada uno de nosotros/as cuando nos referimos a la comunicación periodística y netamente informativa. Una de las ramas más atractivas de la Comunicación como proceso y como arma básica para el desarrollo de la sociedad es el Periodismo, que es el cimiento del desarrollo de los sistemas democráticos y constitucionales, pues constituye la garantía de que la ciudadanía tenga conocimientos y opciones para elegir y hacerlo con propiedad. También los medios son instrumentos para mejorar, para que los que están al final de la rueda económica puedan ir prosperando. En ese sentido, han de ir equilibrando los desarreglos sociales.

El Periodismo es el sustento para el desarrollo societario, pues permite conocer qué es lo que pasa, por qué, y quiénes son los protagonistas, al tiempo que avanza responsabilidades en lo bueno y en lo malo. La interpretación del entorno tiene su llave aquí. Con los pobres aún más.

La voluntad y la entrega de los profesionales y la consideración de la necesidad de la sociedad como cómplice y aliada de unos buenos procesos de comunicación están en las raíces de las consideraciones que aparecen en este escrito.

Sin Periodismo, concebido éste con instrumentos más o menos desarrollados, pero siempre desde la libertad, sin él, decimos, no hay sociedad, no hay una sociedad democrática, no hay posibilidades de cambio y de mejora. Sus funciones son, pues, enormemente sustanciales para abordar todos aquellos resortes que nos pueden hacer ver de otro modo, con amplitud de perspectivas, y con un ojo crítico y abierto al aprendizaje, venga éste de donde venga, siempre que imperen criterios transparentes. Abundando en el tema de este trabajo, subrayemos, otra vez, que el Periodismo es, sin lugar a dudas, un sostén fundamental para que los pobres puedan salir de una dinámica injusta y cruel.

La evolución tiene su vértice en el optimismo y en el conocimiento de lo que ocurre. Las dos facetas surgen de la comunicación humana, y ésta, para que sea mayoritaria, para que sea social, precisa del Periodismo como articulación necesaria para trasladar ideas, opiniones y eventos del entorno más o menos lejano o cercano. Todo partido necesita narradores, y cuántos más, mejor, con el fin de que sepamos interpretar lo que sucede en el campo en cuestión y también para analizar como se vive desde fuera, desde la grada. Ahí está el Periodismo: insistamos en ello. No dejemos tampoco a un lado a las minorías, a los pensamientos nuevos, a los que tratan de brillar cuanto vienen los otoños de algunos ideales y de algunas actividades. Las oportunidades han de aparecer con muchos instrumentos democráticos, entre ellos la Prensa, que tiene una obligación sustancial con los que no poseen lo mínimo para subsistir.

Ilustremos con calma, y mirando ejemplos de nuestro alrededor, cualquier momento de mejora, y seguro que daremos con una labor insustituible del Periodismo y de sus profesionales, que son los llamados sujetos cualificados de la información, en palabras de expertos como José María Desantes Guanter. El sacar partido a lo que ocurre es cosa de todos, indispensablemente de todos. En la Comunicación nadie debe faltar. Para que ello sea así debemos practicar con modelos diarios, generando la costumbre precisa para abordar estructuras consolidadas en lo periodístico en particular y en lo comunicativo en general. La libertad, la organización de una estructura libre y plural, es una garantía por la que hemos de pugnar cada jornada. Lo importante, asimismo, es que utilicemos esa autonomía para proteger a los que necesitan más ayuda. No lo olvidemos. Los pobres han de ser un sector primordial en esa protección por parte de los periodistas y de los medios de comunicación.

 

11.- Entre la objetividad y la subjetividad de la comunicación

 

Todo es fruto de un trayecto, de una senda que no siempre volvemos a pisar, pero que nos da un regalo de experiencias muy interesantes. Es momento de oportunidades, de confluencias de posibilidades que nos atañen, que nos regalan el mejor presente. Hay un torrente de ideas y de sentimientos. Confieso que todo se ha aliado para que nos convenzamos poco a poco, con voz queda, entre pensamientos de querencias ilimitadas. Me siento a favor de ello, de esa actitud que me implica con lo universal. Hemos esperado mucho como para que ahora se nos vaya de las manos lo que es y lo que tiene un sentido indescifrable. La comunicación ha sido clave. Lo es actualmente también. No fracasemos, sobre todo porque hemos de atender las peticiones y/o necesidades de los más desfavorecidos.

 

Reconozco que la vida tiene su inicio y su final, pero únicamente lo advertimos cuando somos racionales. La subjetividad ha de estar marcada por los afectos, que han de confluir en las experiencias, en las quedadas de desayuno tranquilo y conversación fluida. Procuremos que la dinámica de la información vaya acompañada de eficacia y de eficiencia fundamentalmente en el ámbito de la pobreza, de los que pierden o han perdido una base para dar con la felicidad.

 

Debemos atender lo que pensamos, y hemos de convenir que la existencia es algo más que caminar. Lo primero que hemos de defender es que la prisa no nos caracterice, que no eleve el ritmo de los pasos compartidos, y que, en paralelo, tratemos de disfrutar con lo que nos ocurre. Hemos sido con pensamientos de géneros divertidos, y a ellos hemos de tender de nuevo. Seamos positivos para construir la realidad de aquellos que no tienen lo esencial para deambular, para sobrevivir. Pongamos desde los medios todo lo posible para que haya complementos y alternativas.

 

No dejemos que las cosas se nos escapen de las manos. Vivamos el territorio con una verdad expansiva. Nos relataremos lo que es y lo que nos puede procurar que seamos dichosos entre los demás, a quienes hemos de tocar con la varita de las emociones no truculentas, no amarillistas, no esperpénticas, sino con aquellas otras que nos vienen definidas por la sencilla amistad, que nos ha de conmover con paciencia, con colores, con seguridades no atadas.

 

Acepto que todo puede ir bien o mal en función de lo que vaya sucediendo. Iremos viendo. El riesgo queda ahí, como la oportunidad, claro. No obstante, sí hemos de estar convencidos de la actitud, que mueve montañas, que es capaz de dar, cuando es positiva, lo que no somos capaces de imaginar. La confianza es el armazón de unos sentimientos que, en comunicación, serán todo, la matriz. Tengamos fe en el ser humano, en sus posibilidades, y hagamos posible la vida con dignidad y en toda su hermosura. Desde los medios podemos, y debemos, contribuir a ello.

 

Es, la de hoy, una buena mañana, ésta, como otras, y hemos de optimizar los recursos desde ya con el ánimo de llegar tan lejos como podamos, y no para ser más o mejores, sino para alcanzar la gloria de sentirnos plenos con lo que es, con lo que ocurre, con lo podemos ser. La ocasión está al doblar la esquina. Giremos sin prisa, y estemos prestos a los regalos que nos brindan todos los segundos de nuestras existencias, que, junto a la razón, tienen un alto componente subjetivo. Volcarnos en esos pasos intermedios será el sostén de esa comunicación de promisión a la que hemos de tender en todo momento y lugar. Nuestro objetivo ha de ser ayudar a los que más necesidades tienen: por ellos hemos de empezar, y a ellos nos debemos dedicar de manera holgada en los medios de comunicación. Sin ellos, podríamos perder nuestros fines de servicio público, a los que todavía nos obligan las leyes.

 

12.- El vértice de la comunicación, los profesionales periodistas

Si hiciéramos una pirámide con los elementos de todo el proceso comunicativo, habría que ir marcando prioridades y elementos insoslayables. Recapitulemos, antes de todo. La comunicación es crucial. Lo es también el Periodismo. Dentro de éste, es el propio periodista el sustento de todo el sistema. Hagamos varias reflexiones, que tienen que ver con la defensa de una buena praxis de los informadores.

 

Una de las esencias de la comunicación de masas pivota en torno a la labor que desempeñan los profesionales de la información, que disponen los mensajes que conforman las necesidades del público y que le permiten a esa misma audiencia formarse una opinión sobre lo que acontece. Su quehacer es tan básico que las garantías para su ejercicio emanan de la propia Constitución. El derecho a la información es tan grande, tiene tanto reconocimiento, como el derecho a la vida. Por ello hemos de desarrollarlo con pro-actividad a favor de quienes más necesitan ayuda, entre ellos los pobres.

Son varias las características y las condiciones del ejercicio profesional informativo, que es tan básico que, a pesar de los cambios en la mecánica y en los utensilios empleados, sigue tan vigente en sus esencias como hace siglos. La firmeza en la defensa del ejercicio profesional no ha de admitir dudas, pues el profesional periodista representa un derecho ciudadano, al cual se debe. A pesar de las carestías y deficiencias, vamos a defender el que consideramos el oficio más hermoso del mundo. Hemos de hacerlo procurando que el beneficio de su tarea sea por y para aquellos que menos tienen, esto es, aquellos a los que la Diosa Fortuna ha sonreído menos.

No podemos concebir la sociedad sin que ésta tenga el derecho a recibir y a transmitir información veraz por los conductos legales establecidos. La democracia tiene en la comunicación uno de sus resortes esenciales. No puede prescindir de él. La vida tiene sentido si podemos hablar de la comunicación, sobre ella, en comunión y contacto con los demás. Nos hemos de enaltecer como colectivo, y debemos mejorar con hallazgos e interpretaciones que precisan de los demás, de lo que otros dicen y piensan, incluso de sus análisis. Por otro lado, no olvidemos jamás que la comunicación ha de ser “vertebradora”, pensando en los que se hallan al final del sistema.

Los cualificados en este oficio han de ver con calma la responsabilidad que supone el ejercicio de este quehacer, que tiene muchos vectores de influencia e influjos extraordinarios. La sociedad precisa, como decimos, del profesional de la información, pero no olvidemos que éste también necesita de la sociedad, de su complicidad, de su respeto, de sus creencias, etc. Hay una simbiosis que hemos de buscar como perfecta, aunque no lo sea. Junto a esta apreciación ha de estar la obligación de ayudar y de mejorar la presencia y visibilidad de los más pobres.

El atractivo de este trabajo está en la permanente persecución de la verdad. No es fácil dar con ella, y no solo porque siempre hay alguien que puede intentar que no lleguemos a descubrirla, sino también porque no es sencillo dar con una verdad que nos sirva a todos y que sea plena. Hay muchas verdades, diferentes interpretaciones, lo cual casi parece normal. Lo que se ha de pretender, cuando menos, es la búsqueda desde la buena intención. Ahí yace la labor periodística genuina, una labor justificada en pro de las minorías, a las que hay que rescatar cuando estén en situaciones de agravio o de riesgo.

Sin caer en las etiquetas, defendamos la existencia de un oficio que podemos considerar milenario. Siempre hubo alguien que quería contar lo que sucedía. Y siempre hubo alguien que quiso escucharlo, así como otros que trataron de impedirlo. Resistamos en el desarrollo idóneo de este quehacer que a todos nos aporta un valor añadido. No olvidemos que el que aguanta vence. Hagámoslo con dignidad. Es evidente que lo importante no es lo que aparezca en el papel, sino la plasmación que realicemos de lo que estamos contando. No olvidemos que somos lo que hacemos, y no lo que decimos que hacemos. Si favorecemos a los más pobres, nos estaremos beneficiando también a nosotros mismos, interior y exteriormente. Sin duda.


13.- Velocidades hacia la infinita nada

 

Saquemos cuentas y veamos si nos merece la pena. Estamos en el todo y/o la nada. La sociedad que nos toca vivir es la de la superabundancia y superproducción, y eso nos lleva a contradicciones y carencias que debemos explicarnos con quietud. Las prisas son las malas consejeras de este tiempo que consumimos. Todo va para ayer, con premuras, entre superficialidades que nos conducen con más velocidad al día siguiente, que ya llegamos doblemente tarde. Todo es fruto de la celeridad. Vamos raudos al trabajo, y también a casa. Hacemos todo rápido: enseñamos rápido, y nos educamos, o algo así, con la premura del que sabe mucho o bien no sabe nada. Puede que lo último sea un argumento que escondemos con la transitoriedad de unos mensajes que van fluyendo y desapareciendo casi antes de convertirse en cuestiones esenciales. En las premuras (tengámoslo presente) a menudo perjudicamos a los más necesitados, a los pobres, a los que han tenido menos suerte…

 

Claro, las prisas nos llevan a recortar conocimientos, sus expresiones, los párrafos… No tenemos tiempo, pero lo perdemos para no perderlo después leyendo lo supuestamente inútil, o lo que no tenemos tiempo de interpretar; y luego, vuelta a empezar. Es un tanto esquizofrénico lo que experimentamos hoy en día. Nos damos cuenta de ello, o bien hacemos que lo vemos, pero lo cierto es que todo sigue ocurriendo igual o peor. La velocidad del mes pasado se incrementa en éste.  Las prisas nos llevan a tópicos, como los que ostentamos y brindamos en el caso de los pobres, lo cual no ayuda a un mejor conocimiento de su realidad y a conseguir que ésta mejore.

 

De vez en cuando vienen los accidentes, algunos mortales, y, por lo tanto, irremediables. Caemos ante las barricadas de un destino que nos hace saltar por los aires en la economía, con nuestros coches, detenidos de vez en cuando por los errores mecánicos o personales visualizados en forma de velocidad, a través de nuestros sistemas cardiovasculares, que nos hacen arrastrar penas y dependientes calidades de vida… Son sacrificios que no llevan a parte alguna, pues los que penan siguen penando igual.

 

Pasa la existencia a todo esto, compañeros y compañeras, y lo hace, igualmente, deprisa. Cuando analizamos lo que hacemos, nos damos cuenta de que no llegamos tampoco: el tiempo se nos agota. Nos falta para vivir, para ser nosotros, para recuperar infancias, adolescencias o etapas de madurez que se fueron extinguidas por el fuego de las prisas, de nuevo para nada, para empezar otra vez, para acogernos a letargos que nos exprimieron con torturas de insanas mentes, enturbiadas por lo urgente, y pocas veces por lo importante. En el lado de lo fundamental está que ayudemos a los pobres, también en el ámbito comunicativo, para que puedan sortear su realidad, para que se acaben las injusticias, para que no se produzcan sucesivas “victimaciones” de su realidad, ya demasiado cruda.

 

Sí, pedimos hacer todo recortado. Recortamos el tiempo de la faena, del aprendizaje, de la familia, de lo que queremos narrar, de nuestras vidas, y, a menudo, esos recortes nos hacen perder de nuevo el tiempo, pues nos marchamos antes de que nos salgan las cuentas, que, para quien no lo sepa, cuando no tenemos hartura, cuando no sabemos pararnos y plantarnos, no salen, nunca salen, o pocas… Cojamos los ejemplos cotidianos y busquemos la sencillez de la vida, eso sí, sin tantos recortes, que ya se encarga ella, la propia vida, de mostrarnos sus tijeras. Contemplemos lo que ocurre en la calle y advertiremos que la gran mentira es seguir corriendo hacia la infinita nada. La comunicación de que otra realidad es posible pasa por continuar con cambios moderados en nuestras rutinas diarias.

 

Estemos del lado de los que viven la estructura de una carestía que, por serlo en lo esencial, es injusta. Los medios de comunicación y sus profesionales han de esforzarse con propiedad en este sentido para que la imagen de los pobres sea mejorada, mejorable y llena de dignidad, siempre con un propósito de enmienda societario, con el fin de devolverles ese mínimo que a todos nos puede dar brillo y prestigio.

 

14.- Soluciones conjuntas ante la realidad periodística

 

Miremos lo que sucede en el ámbito del Periodismo, y tratemos de “consensuar” sus posibles soluciones. Los resultados de los análisis sobre el sector periodístico son elocuentes. Quizá demasiado, pero miremos con buenas actitudes. Las últimas encuestas resaltan que más de la mitad de los periodistas ganan menos de 1.000 euros. La situación es mucho más dura para los más jóvenes, que, por otro lado, constituyen la generación, en este ámbito y en otros, más formada. Me remito al dato siguiente: el 77 por ciento de los periodistas tiene titulación universitaria, y, de esta cantidad, el 83 por ciento posee una formación específica en Periodismo.

 

Además, con más cifras en la mano, se trata de un sector expansivo, en crecimiento continuo: se ha doblado el número de empresas desde el año 2.002, alcanzándose las 103. Por otro lado, dos terceras partes de los profesionales de la información tienen menos de 40 años. Es, pues, un sector joven, en un segmento de edad muy interesante para incorporarse a nuevas fórmulas de trabajo y con una plena utilización de las Nuevas Tecnologías.

 

Hay datos para el optimismo, porque, además, queremos tener una actitud positiva, a pesar de que sólo un tercio de los contratos son indefinidos, pese a que un 12 por ciento de los empleados trabaja todos los fines de semana del mundo, aunque un 18 por ciento sale todos los días más tarde de las 22 horas, aunque la precariedad alcanza más a los más jóvenes y a pesar de que el intrusismo sigue estando ahí con fórmulas que llegan a ejercicios profesionales tan arduos como los de aquellos que laboran sin contrato (hay un 10 por ciento en esta tesitura).

 

Pues sí, hemos de ser optimistas con el fin de poder afrontar con fuerza y con coraje este siglo XXI, que aún se halla en sus albores, lo cual quiere decir que está pleno de oportunidades, que hemos de aprovechar. Únicamente con una perspectiva de ímpetu y de tesón podremos llegar a solventar muchos de los problemas que se repiten en los diversos territorios de nuestro país.

 

La situación es compleja, dura, para muchos jóvenes, chicos y chicas formidablemente enamorados de su quehacer, llamados al ejercicio de una profesión que hoy encuentra en ellos más vocación que nunca, quizá por las dificultades y por la saturación del mercado periodístico. Hay que ser imaginativos para utilizar fórmulas y remedios innovadores frente a las estructuras que estamos generando.

 

Repetimos a menudo que la unión hace la fuerza, y así es. Hemos de apostar por soluciones conjuntas, pactadas entre todos, cargadas de esperanza y de solidaridad, de amistad en sentido amplio. Vibremos, por lo tanto, en el mismo espectro de soluciones a los problemas que nos vienen planteados. Vivamos en la seguridad de que todo tiene solución, pero, para ello, claro está, hay que ponerse en marcha con determinación todos y cada uno de los días de nuestras existencias. Podemos mejorar una herencia que tiene que ver con el silencio y el conformismo. Mudemos los ejes de esa realidad cambiando un tanto de mentalidad.

 

Entretanto se produce ese cambio de modelo, apostemos por entender la realidad de los menos agraciados, entre ellos los pobres. Seguro que los “desniveles” que sufrimos nos pueden ayudar a ser más empáticos. Deberían al menos. Al tiempo que denunciamos nuestras injusticias, las que vivimos en las propias carnes, hemos de conseguir que se solucionen mirando en colectivo, y, fundamentalmente, contemplando la necesidad de ayudar a los que están aún peor. Aunque no fuera la descrita nuestra realidad, deberíamos proceder de esta guisa. Dicho lo que antecede, sumamos más razones.

 

 

 

15.- Respeto de todos los derechos en la comunicación periodística

 

El axioma ha de ser claro: los derechos y libertades públicas e individuales han de ser el referente en las prácticas periodísticas. Hay veces en que las condiciones de los medios periodísticos alteran los mensajes. En tales casos hemos frenar algunas tendencias. Nos explicamos. Las prisas por llegar los primeros a la hora de informar nos han dejado, a los periodistas, con la credibilidad por los suelos, y sin esa valoración es difícil que podamos defender el campo de la información con el ahínco y el tesón que nos gustaría y que seguramente tanto precisamos. Hemos de huir de las premuras, del sensacionalismo, del divertimento a ultranza, de las informaciones sin cautelas, y nos hemos de implicar mucho más por llegar a tiempo, pronto si es posible, pero, ante todo, debemos hacerlo en óptimas condiciones.

 

A menudo, cometemos ciertos errores, proferimos unas torturas que ocasionan que las víctimas se precipiten antes de ser juzgadas en el  abismo de un juicio que no tiene, ni mucho menos, las garantías mínimas constitucionales. Estamos, los profesionales de la información, para ser testigos, para trasladar lo que dicen instituciones y ciudadanos, pero con el debido contraste, sin acusar antes de que se produzcan resoluciones judiciales. No secuestremos la realidad, ni mucho menos la verdad, o las consecuencias serán muy duras para el sector, ya diezmado en su credibilidad.

 

Vivimos del crédito que nos da la ciudadanía, o que debería darnos. Sin él, no somos nadie como colectivo profesional. El periodista vive de decir la verdad, pero los ciudadanos y ciudadanas no piensan que la digamos, y así lo resaltan en las encuestas que hacemos al respecto. Hemos de cambiar de actitudes. La presunción de inocencia, el derecho a la intimidad, la preservación de la imagen, de los menores, de los más desfavorecidos y de los que precisan de garantías suficientes para tener una determinada presencia social han de sostener la estructura de la Comunicación y del Periodismo. El papel del periodista es esencial, y hemos de demostrar que lo es, que lo sigue siendo. Refresquemos conceptos.

 

Llegar los primeros no tiene sentido, si no decimos las cosas de manera adecuada. Debemos hacer los relatos contrastando las informaciones, destacando lo que sabemos, y lo que no conocemos con certeza ha de ser entrecomillado, puesto en cautela, con los términos de presunción que sean menester. Ya habrá tiempo de contar el resto de la información cuando sepamos las cosas con más precisión. Aparezcamos con los datos exactos, o esperemos a tenerlos. Las exclusivas hacen daño cuando no son tales, o cuando son frutos de mentiras, o cuando son medias verdades, que son las peores falsedades.

 

Además, cuando nos equivoquemos, hemos de saber pedir perdón, de dar las respuestas necesarias, de corregir los datos incorrectos, de dar las versiones adecuadas, procurando que la sociedad sepa en todo momento lo que sabemos de verdad. No tengamos prisa, por favor. El exhibicionismo, el amarillismo, la búsqueda de la truculencia,  a menudo para dar con más audiencia, hace un daño tremendo a los profesionales y al sector y nos introduce en una dinámica dañina y de tierra quemada.

 

No olvidemos que el derecho a informar tiene sus límites en el respeto de los derechos de la ciudadanía. Por otro lado, hemos de ponderar las libertades y las consideraciones de todos/as: cuando hagamos más daño que beneficio, en el caso de equivocarnos, hemos de mantener la información guardada hasta que sepamos que los datos son ciertos, o hasta que podamos complementar las visiones que tengamos del acontecer que nos ocupe.

 

Volamos muy alto (hemos de recordarlo), y tenemos una responsabilidad con la sociedad y con todos y cada uno de sus integrantes. No hagamos mal la labor periodística, o la interpretación que se tiene de nosotros perderá muchos enteros, quizá demasiados. Estamos a tiempo de enmendar la plana, y de ir con un poco de más sosiego. No infrinjamos torturas a posibles verdugos antes de saber si lo son, o, de lo contrario, si lo hacemos mal, se presentarán como víctimas anticipadas de un sistema que no terminamos de aprovechar en todas sus fases y elementos. Busquemos calidad, fundamentalmente, en vez de cantidades en todos sus extremos, que nunca son buenos.

Lo importante no es ser los mejores y los más famosos: lo importante es ser buenos. Lo que pedimos es autocontrol. El fin primero y último ha de ser la ciudadanía, a la cual servimos por mandado constitucional. El respeto estricto y escrupuloso nos hará recuperar el prestigio social que es la base de nuestro quehacer.

 

Si tenemos todo esto en cuenta cuando informemos sobre los pobres y acerca de lo que padecen, seguro que nos podremos reconciliar con la sociedad al completo. Estoy también muy convencido de que haremos una extraordinaria labor, y la ciudadanía lo reconocerá.

 

16.- La calidad deontológica de la información cuando hablamos de los más pobres

 

Hay saberes que atañen a lo general, y otros que se refieren a lo específico. No todo puede tener el mismo comportamiento. La responsabilidad ha de presidir cualquier actividad humana, sobre todo cuando representa intereses sensibles. En todo proceso comunicativo hemos de pretender que, por el camino, no se pierda la esencia de lo que queremos narrar. No es sencillo. Decía Marshall McLuhan que “el medio es el mensaje”, que sus recursos, que todo lo que interviene en sus procesos condiciona a los mismos fenómenos que les acompañan. Hace cuarenta años que lo subrayó, y creo que nunca antes ha tenido más vigencia que ahora. Las propias condiciones y los condicionantes de unos medios que aspiran a presentarse como enteros hacen que lo que sale de las empresas periodísticas no siempre se fije en los intereses colectivos globales, sino en los de una parte de la propia sociedad, con fines más o menos níveos.

 

Cuando tratamos noticias o informaciones en general que tienen que ver con situaciones de penuria hemos de procurar mantener el equilibrio entre los fines comunicativos y la dignidad de las personas, de lo que representan y de lo que son en relación a su entorno. A veces hay que insistir en la necesidad de contribuir al anonimato, para que no se den a conocer innecesarios aspectos gravosos o dolientes. Procuremos tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros. Puede ser un buen sistema. La perspectiva ha de ser darnos un baño de humanidad cada vez que informemos de cuestiones sensibles y/o delicadas.

 

Aunque nos duela el reconocerlo, los medios constituyen ese “callejón del gato” del que hablaba Valle Inclán: reflejan lo que es la sociedad, lo que acepta por acción u omisión. La culpabilidad, o, más bien, las responsabilidades surgen por hacer o por dejar hacer. La falta de pro-actividad para mejorar ciertas actitudes o comportamientos nos llevan al punto en el que estamos. Lo que vemos en medios masivos como la televisión es lo que consentimos de un modo u otro. No olvidemos que lo que nos dicen las encuestas cualitativas no siempre se traducen en aspectos cuantitativos. Indicamos consumir unos programas, pero, realmente, digerimos otros, a menudo bien distintos. Hay una cierta “multi-frenia” en la sociedad que se traduce en actitudes que no consuelan o mejoran la realidad de los que viven peor o pasan por situaciones complejas.

 

Además, tengamos en cuenta que las propias características de los mensajes (rápidos, transitorios y fugaces), basados en la atracción y con la superposición de los niveles afectivos a los racionales, con el mismo afán recaudador de audiencia, nos distancian constantemente de esa labor de búsqueda del interés público, que no es exactamente igual a lo que conocemos, supuestamente, como el interés del público.

 

Asimismo, la propia estructura empresarial hace que se impongan, en múltiples ocasiones, los deseos de los responsables a los del público en general, o particularmente de los periodistas, de los creativos, de los técnicos o de los que garantizan los soportes y contenidos. El medio, repetimos, es el mensaje, es el mensaje mismo. Y lo es también cuando hablamos de pobreza.

 

El deseo, el afán, y los objetivos que nos debemos marcar en el tratamiento de este tipo de noticias, o de sus más extensos reportajes, es que la información se base en la calidad, en la profesional y en la humana, al tiempo que hemos de pensar que hablamos de personas, de sus realidades, de sus familias, de dolor… Eso exige un tratamiento especial, bondadoso, solidario, sustentado en la empatía, en la puesta en escena de valores intangibles de amor y de concordia, de ayuda en lo especial y en lo genérico, de entendimientos a toda costa y sin fisuras. Creo que lo primero que tiene que ser un periodista es una buena persona. Entiendo que ha de actuar con la mejor de las actitudes y de las intenciones, consultando muchas fuentes, pensando con claridad y con pausa lo que quiere contar y por qué, y cómo…

 

Detrás hay mucha vida en juego, y también mucha felicidad. Hemos de contribuir a que la calidad en la existencia que buscan los médicos halle en los profesionales de la información a sus mejores cómplices, porque podemos hacerlo, porque lo hacemos, porque debemos. Hay ejemplos en positivo de lo que estamos destacando. Muchas veces se hacen bien las cosas, y son esos modelos los que nos han de servir de referencia. Por lo tanto, precisamos humanidad, bondad, mucho cariño y prudencia y cautela con las estridencias en las que podamos caer. El morbo y la rapidez no ayudan, precisamente, a lo que estamos intentando defender. Tengamos mucho ánimo, y más ilusión. Ya saben: deontología y mucha responsabilidad, que no falten. Los resultados nos llegarán en forma de un magnífico legado a todos/as. El sentirnos a gusto con nosotros mismos tiene su fundamento en una labor leal y bien intencionada, que siempre hemos de defender. En este caso los pobres del planeta nos lo agradecerán, y también nosotros a nosotros mismos.

 

 

17.- El mandato constitucional de informar

 

La Constitución española del año 1978 es clara: el derecho a la información es uno de los fundamentales. Tanto lo es que está en el Título I de la Carta Magna. En paralelo, la información tiene una alta dosis de responsabilidad. La comunicación, que es el proceso que hace posible que nos llegue a todos, también. Conviene recordar de vez en cuando esa obligación (para algunos obvia, para otros no tanto) de informar a la sociedad como mandato constitucional, una obligación que forma parte de una moneda en la que se expresa por una cara el derecho y la libertad de poder contar lo que sucede, así como lo que opinamos al respecto, y por la otra se advierte que esa potestad es, igualmente, un mandato erigido en la base del mismo desarrollo democrático. No olvidemos que son muchas las personas que han trabajado, que han pugnado por ese derecho a informar (incluso muchas han perdido la vida defendiéndolo: insistamos en ello). En el frontispicio de toda evolución societaria está el poder comunicar libremente.

 

La sociedad debe conocer lo que pasa, las circunstancias que le rodean, los protagonistas de los eventos que nos circundan, los peldaños que se suben o los obstáculos que se colocan o que, cuando menos, existen en el día a día. Los condicionantes cotidianos deben ser expuestos para que, entre todos, podamos tomar las medidas que sean más oportunas. Así crece una sociedad. El ocultismo y el secretismo producen rupturas, desniveles e injusticias.

 

Es un derecho, el que administran los periodistas (los sujetos cualificados de la información, en palabras de José María Desantes Guanter), que está sometido a salvaguardas, a ciertas garantías, para el mismo informador, y también para la sociedad, que ha de estimar, o ha de poder hacerlo, el que la administración de los procesos de comunicación esté supeditada a ciertos valores de responsabilidad, de equidad, de respeto, de sensibilidad, de conocimiento, de contraste de fuentes y de pareceres, de educación, de entrega a los demás, etc.

 

Es una alta responsabilidad. Lo sabemos, pero hemos de seguir subrayándolo. El deber de informar del periodista es el mismo derecho que tiene el ciudadano a ser informado y a recibir cualquier dato, circunstancia, evento o acontecer con credibilidad, con fuentes dignas de crédito, con valentía, con el respeto a los derechos de la sociedad misma, teniendo en cuenta las leyes vigentes y las garantías constitucionales de todo tipo que posee cualquier ciudadano, y ciudadana, de un país democrático.

 

El periodista debe afanarse por contar la verdad, la verdad de todos, desde la mejor de las intenciones, entregándose a las necesidades de la sociedad a la que sirve, a la que se debe por encima de todo. El derecho a la información es ciudadano, y lo que hace el periodista es administrarlo en su nombre. José María Desantes Guanter habla del derecho del sujeto universal a estar bien informado: ese sujeto es la propia ciudadanía. Hacia ella, por sus intereses, han de conducirse el sujeto cualificado, el periodista, y el que denomina sujeto organizado, la empresa, que ha de equilibrar, según señala nuestro autor, los objetivos económicos y periodísticos, sin que prevalezcan los unos sobre los otros.

 

En momentos complicados para la profesión, con pérdidas sustanciales de empleos y con una merma de las condiciones esenciales de trabajo, hemos de defender más que nunca el trabajo del periodista, que, para realizarlo oportunamente, ha de contar con unos mínimos que permitan que la traslación de mensajes se lleve a cabo de manera oportuna, edificante y liberadora. En ello, para ello, todos hemos de apoyar. No dejemos de pensar que, en las grandes iniciativas, proyectos, empresas, deberes, derechos, libertades y actividades, todos contamos. Hemos de contar. Lo que está escrito en la Constitución debemos hacerlo efectivo y real cada día. Como decimos en comunicación, sólo así los derechos existen de verdad. Indudablemente, entre esos derechos están los de un sector de la sociedad muy castigado, el de los pobres, que han de ver en los medios de comunicación y en sus informadores unos auténticos aliados para su mejoría integral dentro de un marco de respeto máximo. No caben, pues, en las comunicaciones sobre la situación de los pobres, actitudes de desprecio o de amarillismo en busca de audiencias y de mercados y con tratamientos descompensados. Hemos de evitar hacer más daño a un grupo de población ya bastante menoscabado. La responsabilidad ha de ser el eje.

 

18.- Palabras para la Humanidad

 

Andamos buscando el ciudadano 7.000 millones. Parece ser que ha nacido por Asia, donde la sobrepoblación es una constante, sobre todo en el último siglo. Sí, un nacimiento siempre es una buena noticia, una noticia feliz, una buena nueva, pero mucho me temo que, en cuanto tenga uso de razón, ese niño o esa niña y, en definitiva, todos comenzarán, comenzaremos, a conocer que las cosas andan de mal en peor en cuanto a la economía y a su reparto. La pobreza se ha convertido en un mal endémico.

Le contaremos, seguramente, que hay demasiados niños a los que no alimentamos bien, a los que no les suministramos el agua suficiente, ni de la suficiente calidad, e incluso hay millones que mueren todos los años por deficiencias coyunturales, estructurales, y, por desgracia, por carencia de niveles éticos en la convivencia.

Los datos nos indican que los países pobres son más pobres, o, si no lo son conceptualmente, tienen cada vez más pobres, esto es, los desniveles crecen, y ese objetivo que era hacer clases medias no está dentro de aquellos que podríamos definir propios de este milenio.

Hemos conseguido combatir la enfermedad mejor que nunca, tenemos más vacunas y hallazgos que en ningún otro período histórico, pero, al mismo tiempo, las distancias en esta globalización nos esclavizan a la hora de conseguir antídotos para todos, medicinas para el total de la población (para que lleguen, vamos). Al menos, el intento podría ubicarnos más cerca de la solución, y no lo parece.

Al ciudadano (o ciudadana) 7.000 millones le diremos que hay 30 guerras vivas en el planeta, que es cada vez un poco menos azul, por la contaminación, por los cambios climáticos, por todos los residuos que generamos. Le contaremos que el dinero que es la solución para todos nuestros males anda escondido en paraísos fiscales donde no producirá nada, y, de hacerlo, será para imprimir más dinero que también será improductivo. Alguien le contará a este nuevo ser humano cuando sea un poco mayor aquella parábola de los talentos no utilizados, y se dirá a sí mismo que a dónde le hemos convidado a venir.

Hambre, guerras, pandemias, envejecimientos o concentraciones de poblaciones no siempre con los adecuados y oportunos recursos… Todo un elenco de indisposiciones que nos sorprenden como a aquel poeta que decía que estamos aún esperando a los Estados evolucionados y suficientemente avanzados, porque la pregunta es: Progreso, ¿para qué? (¿Para quiénes?)

El Fondo de Población de las Naciones Unidas indica que este mismo siglo XXI llegaremos a los 10.000 millones de habitantes en la Tierra. Se trata de un crecimiento acelerado si pensamos que a principios del siglo XX había 1.500 millones de habitantes. Todo este aumento nos plantea interrogantes desde el punto de vista laboral, económico, de salud, de convivencia, de respeto y de fomento de aspectos deontológicos y humanitarios. Las respuestas, con todas sus incógnitas, deben llegar ya, y, por supuesto, no se pueden quedar en meras teorías. El ciudadano/la ciudadana 7.000 millones, como usted o como yo, precisa saber que no perderemos por el camino esos universales por los que entiendo que tácitamente fuimos convocados a este discurrir existencial. Es una cuestión de Humanidad.

 

Porque tenemos la obligación de sobrevivir, de ser felices y de avanzar en común, hemos de hacer un gran esfuerzo desde los profesionales de la comunicación, y desde el oficio de periodista, para que haya una auténtica libertad de los ciudadanos más pobres, y para que éstos mejoren sus situaciones y puedan elegir en un universo democrático, equilibrado y justo. Tengamos siempre presente que nuestra razón de ser como sociedad es ayudar a los más débiles.

 

19.- Fuentes consultadas

 











 

Nota: Aconsejamos, indudablemente, lecturas diarias en los más diversos medios de comunicación sobre los pobres y la pobreza desde las ópticas social, económica, cultural, política, etc. Seguro que llegaremos a reflexiones elocuentes.