Uno contempla en algunos medios,
sobre todo en los audiovisuales, los dramas cotidianos, y el mundo parece
enloquecer aún más. Mucha gente, demasiada, llora delante de las cámaras. Mucha
gente, demasiada, se ahoga en todos los sentidos ante una pantalla, la del
espectador, que, sin saberlo, se pervierte, al desconocer él, o ella, lo que la Naturaleza no olvida.
Miro reiteradamente determinados eventos recurrentes, de cuyo nombre y circunstancias no quiero acordarme, y pienso, como el artista, aquello de ¡qué solos se quedan los vivos!, a los que, seguramente, les gustaría llorar solos, o con los suyos, con los suyos vivos, también solos, con aquellos que saben entender que todos valen para enterrar a un muerto excepto los sepultureros, como dijo Borges. Quizá a la sociedad no le guste, o no sepa, enterrar algunas cosas con la dignidad que merecen. Debe ser fruto del estado de confusión de la vida, como señala Encarna Belluga. En paralelo, Black indicó que cuesta desprenderse de lo que más amamos. Eso se entiende. Lo que estamos viviendo en algunos programas televisivos no se comprende tanto.
Por favor, dejemos que los afligidos lloren
en la intimidad, que no ellos solos, con ellos mismos, con los suyos, con los
que se saben en una empatía silente. Permitamos (sí, por favor) que experimenten
esos duros trances con la dignidad debida. Seguro que todos nos sentiremos más
aliviados. Será así por muchos motivos, que también hemos de guardar. Respeto y
honor han de ser dos premisas en nuestra actuación diaria. Creo que hemos sido
muy claros.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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