lunes, 18 de marzo de 2013

Sucesos y búsquedas de audiencias

Conviene que reflexionemos acerca de cómo mostramos la realidad en sus diversos perfiles, y, más concretamente, a través de los medios de comunicación. Cada día convertimos en noticias hechos absolutamente dramáticos, en esa búsqueda de una cuota de morbo que nos garantice una audiencia cuantiosa. Así, un hombre se quema a lo bonzo en plena ciudad (en la que sea), en una calle céntrica, ante todo el mundo, rodeado de un público atónito frente a un espectáculo truculento, duro en definitiva, y esas imágenes recorren todo el orbe en varias direcciones, repetidas hasta la saciedad, con planos fijos, ralentizados, vueltos a reponer. El motivo que le ha llevado a este trágico desenlace es lo de menos (para algunos medios periodísticos).

 Todos los “media” acudimos deprisa en busca de la mejor imagen, del pasmo de la muerte en primer plano, de la cercanía con el final de una vida, que, en los primeros momentos de esta situación, es anónima, pero raudamente es llevada a la categoría de lo público mediante una maldita ceremonia de auto-inmolación, que es, duramente, un suicidio. Hace unos años no habríamos dado esto, porque, informativamente, no aportaba nada. Al menos no se habría ofrecido en un medio generalista. Como mucho podría aparecer, un suceso de esta índole, en un soporte especializado en estos eventos dantescos.

Caben muchas preguntas ante ello. Las prisas son malas consejeras, aunque nos permitan primicias. La búsqueda de una más grande audiencia (cada vez más grande, si es posible) es otra de las ingentes mentiras. En realidad justificamos el morbo, la desidia, la torpeza, la muerte, el desgarro en lo físico y en lo emocional, en y con ese afán de atraer un número considerable de gente. Luego ocurre que ese número extraordinario de personas se halla fragmentado y disperso en todos los medios, que ofrecen todos lo mismo, y que, por lo tanto, no pueden conseguir rentabilizar los gastos de su tele-realidad, que no lo es tanto. Tampoco ganan en credibilidad. A la postre, la propia audiencia no tiene más opciones que ver más de lo mismo, o irse a otra parte. Es paradójico.

 
Todo es una locura, y lo es hasta el punto de que alguna cadena, en la búsqueda mimética de lo que brindan las demás, hasta paga por un material que es puro esperpento (pero que tienen las otras con las que intenta competir), y la realidad se transforma en una dureza consentida de una sociedad excesivamente permisiva con este tipo de contenidos. Es una puja por la muerte. No cabe otro objetivo y otra tarea, para recuperar la lucidez y la ética y la estética de las cosas, que recurramos a una autorregulación desde el apoyo mayoritario de unas Comisiones Deontológicas que han de ser, fundamentalmente, operativas y que han de estar apegadas a los ciudadanos y a sus planteamientos y necesidades.

Si no reaccionamos en tiempo y forma, y no nos queda mucho ni de lo uno ni de la otra, estaremos en una difícil espiral de complicado retorno donde nos colmaremos de lo más ignominioso de la sociedad y acabaremos reclamando medidas de urgente factura, más difíciles de poner en marcha tras el retraso. No demos lugar, por favor, a más situaciones cautivas. Las transformaciones son posibles. Escuchemos y respondamos con las máximas y mejores posturas.
 
Juan TOMÁS FRUTOS.

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