Conviene
que reflexionemos acerca de cómo mostramos la realidad en sus diversos
perfiles, y, más concretamente, a través de los medios de comunicación. Cada
día convertimos en noticias hechos absolutamente dramáticos, en esa búsqueda de
una cuota de morbo que nos garantice una audiencia cuantiosa. Así, un hombre se
quema a lo bonzo en plena ciudad (en la que sea), en una calle céntrica, ante
todo el mundo, rodeado de un público atónito frente a un espectáculo
truculento, duro en definitiva, y esas imágenes recorren todo el orbe en varias
direcciones, repetidas hasta la saciedad, con planos fijos, ralentizados,
vueltos a reponer. El motivo que le ha llevado a este trágico desenlace es lo
de menos (para algunos medios periodísticos).
Todos los “media” acudimos deprisa
en busca de la mejor imagen, del pasmo de la muerte en primer plano, de la
cercanía con el final de una vida, que, en los primeros momentos de esta
situación, es anónima, pero raudamente es llevada a la categoría de lo público
mediante una maldita ceremonia de auto-inmolación, que es, duramente, un
suicidio. Hace unos años no habríamos dado esto, porque, informativamente, no
aportaba nada. Al menos no se habría ofrecido en un medio generalista. Como
mucho podría aparecer, un suceso de esta índole, en un soporte especializado en
estos eventos dantescos.
Caben muchas preguntas ante ello.
Las prisas son malas consejeras, aunque nos permitan primicias. La búsqueda de
una más grande audiencia (cada vez más grande, si es posible) es otra de las
ingentes mentiras. En realidad justificamos el morbo, la desidia, la torpeza,
la muerte, el desgarro en lo físico y en lo emocional, en y con ese afán de
atraer un número considerable de gente. Luego ocurre que ese número
extraordinario de personas se halla fragmentado y disperso en todos los medios,
que ofrecen todos lo mismo, y que, por lo tanto, no pueden conseguir
rentabilizar los gastos de su tele-realidad, que no lo es tanto. Tampoco ganan
en credibilidad. A la postre, la propia audiencia no tiene más opciones que ver
más de lo mismo, o irse a otra parte. Es paradójico.
Todo es una locura, y lo es hasta el
punto de que alguna cadena, en la búsqueda mimética de lo que brindan las
demás, hasta paga por un material que es puro esperpento (pero que tienen las
otras con las que intenta competir), y la realidad se transforma en una dureza
consentida de una sociedad excesivamente permisiva con este tipo de contenidos.
Es una puja por la muerte. No cabe otro objetivo y otra tarea, para recuperar
la lucidez y la ética y la estética de las cosas, que recurramos a una
autorregulación desde el apoyo mayoritario de unas Comisiones Deontológicas que
han de ser, fundamentalmente, operativas y que han de estar apegadas a los
ciudadanos y a sus planteamientos y necesidades.
Si no reaccionamos en tiempo y
forma, y no nos queda mucho ni de lo uno ni de la otra, estaremos en una
difícil espiral de complicado retorno donde nos colmaremos de lo más
ignominioso de la sociedad y acabaremos reclamando medidas de urgente factura,
más difíciles de poner en marcha tras el retraso. No demos lugar, por favor, a
más situaciones cautivas. Las transformaciones son posibles. Escuchemos y
respondamos con las máximas y mejores posturas.
Juan TOMÁS FRUTOS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario