Cuando
un hijo acompaña a su padre en tramos muy especiales para ambos, cuando
recapitulan lo que han sido, lo que ambos han aprendido, lo que ha supuesto esa
relación en sus vidas…, cuando esto sucede hay todo un modelo de comunicación
humana, que, obviamente, hemos de continuar.
Cuando
ayudamos a los más necesitados, a los que se hallan solos, a los que vienen con
la desesperanza en sus caras, mostramos la faz más amable del ser humano, así
como de lo que es capaz en cuanto a bondad comunicativa. Veamos aquí también un
ejemplo, un buen ejemplo.
Cuando
limpiamos espacios comunes, cuando damos lo que nos sobra, que es mucho, cuando
aprendemos a compartir, cuando nos vemos como un milagro de la creación y no
como el centro del universo, sino como parte de él, cuando observamos el
contexto comunicativo de lo que somos, de lo que son los demás, de la felicidad
que en común podemos lograr, cuando lo hacemos, damos un modelo palpable de
convivencia que nos ha de ayudar a continuar con acierto en este caminar de pretensiones
indelebles.
Cuando
comunicamos mirando a los ojos, mostrando las manos, buscando lo pacífico y lo
equilibrado y sin atesorar más de lo que precisamos, nos colocamos en un
espacio donde la dicha está en los otros y, claro está, en sentirnos partícipes
de ella. Es una especie de milagro sencillo que se consigue con facilidad si
tenemos hartura honesta en el hambre de conocer. Los demás han de ser la
referencia, y el modelo, así como la legitimidad de la experiencia humana. No
somos sin los otros. No es bueno que estemos solos.
Cuando
vemos a gentes humildes de corazón, con el ánimo de destacar únicamente en su
interior, con el valor para aprender todos los días, con el espíritu joven y no
condicionado por lo material, observamos genuinos modelos de convivencia, en
los cuales nos tenemos que ver reflejados de algún modo.
Hay
multitud de actos y de actividades que han de constituirse en ejemplos queridos
y cariñosos y en exponentes de aventuras maravillosas en las relaciones
humanas. Miremos para aprender de todo ello. Seguro que seremos más felices, y,
por ende, más complacientes. Esta dicha que exponemos mejora el tratamiento que
podemos y debemos dar a las víctimas de todo tipo que vemos y sobre las que,
como periodistas, relatamos casi a diario. Tengamos, pues, este sentir en
cuenta.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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