domingo, 17 de marzo de 2013

Por una sensibilidad que nos haga más capaces

Siempre he pensado que lo que nos diferencia a los seres humanos del resto de la Creación es nuestra sensibilidad y nuestra capacidad, desde el apoyo mutuo, de superar todo tipo de trances. Las crisis ponen a prueba esto que digo. Hasta ahora la Historia, aunque sea en el largo plazo, nos da la razón.
 

Os dejo a continuación una serie de reflexiones (en el marco de diez artículos) en torno a algunos ejemplos de vida, a circunstancias y a interpretaciones que nos pueden servir para cambiar el eje de la mirada e interpretar de otro modo lo que nos sucede hoy en día, en una etapa en la que estamos demasiado amordazados por la crisis. Lo más importante en todo tiempo, también en la actualidad, es el ser humano, como nos decía Aristóteles, medida de todas las cosas. Esperamos provocar en el mejor sentido.

1.-Campeones

Estamos estos días metidos en plenos Juegos Olímpicos, esto es, en unas abundantes competiciones donde, como es lógico, se busca la gloria de ser los mejores, de alcanzar los primeros puestos, en las más diversas modalidades deportivas. Como constantemente podemos comprobar, el ser humano es capaz de proezas que, a veces, se acercan a lo imposible, y que, en la mayoría de las oportunidades, son propias de héroes conocidos o anónimos por su fuerza, su voluntad y los logros que se obtienen, fundamentalmente en los planos anímicos y espirituales. Podemos mucho, más de lo que decimos, y eso que decimos y también demostramos cada jornada que podemos bastante.

Todos los días, siguiendo el ejemplo de las Olimpiadas, estamos viendo a seres humanos que se entregan a la competición, a la lucha contra sí mismos, a las carreras, a los saltos, a las muestras de fuerza y de resistencia, etc. Los observamos con su gloria efímera o duradera, con sus éxitos, que son, según nos decimos, un poco de todos, especialmente cuando vestimos los mismos colores nacionales de los ganadores (lo que no deja de ser una manera de sentirnos distintos, siendo, como somos, tan iguales: ¡es una paradoja!).

Sin duda, el ser humano es excepcional. Lo es por lo que tiene de positivo (prefiero ver, al menos hoy, este lado, esta cara, sabiendo como sé que hay otras facetas extraordinariamente patéticas).  La capacidad que poseemos para sobrellevar cargas pesadas se advierte en los cientos, en los miles, en los millones de ejemplos que constatamos periódicamente.

Somos capaces de aguantar todo tipo de adversidades y de pensar, incluso cuando la complicación y la confusión son extremas, que podemos mejorar, transformarnos y hasta solventar los variados problemas que nos circundan y/o acosan.

Uno se da la vuelta por cualquier lugar y divisa a personas intentándose ganar la vida en condiciones precarias, aguantando el fantasma, real, del paro, viendo como se pierden circunstancias de toda una vida, contemplando cómo se enfrentan muchos congéneres a problemas de salud, conociendo la fuerza que albergan los humanos para sufrir las más diversas carestías y/o adversidades. Somos muy fuertes, muy poderosos.

Todos los días miles de paisanos nuestros vuelven a buscar un trabajo que no llega. Cada jornada salen a la calle muchos ciudadanos para conseguir algo que comer. Cíclicamente nos enfrentamos a problemas de salud, a desigualdades, a injusticias, a cambios, elegidos o no, buscados o nos, que nos desorientan y que nos hacen recomenzar de nuevo. La vida es lo que es, y como es. Nos planteamos muchas cosas, sí. Nos agobiamos incluso, sí. No obstante, al final salimos adelante en la convicción de que juntos, sobreponiéndonos, somos muy capaces de superar los obstáculos y los grandes y graves problemas que nos hacen hincar y hasta doblar las rodillas.

Hay campeones por doquier: campeones que muestran sus mejores caras a sus hijos y a sus vecinos, aunque las condiciones sean austeras; campeones que ganan la partida a la falta de salud, y que, incluso cuando la pierden, son triunfadores en el ademán; hay campeones porque se alegran, cuando les golpea la existencia, de poder aguantar el bofetón recibido; hay campeones que cambian las lagrimas por alegría, que se explican con verbos activos ante la intransigencia y la pasividad de muchas gentes…

Hay muchos casos, miles: son la mayoría de los ciudadanos/as, aunque generen más silencio que otra cosa. Son nuestros héroes, nuestros campeones de verdad, somos nosotros, son nuestros vecinos, conocidos o no, son los que nos saludan en el supermercado, aquellos que hallamos a la entrada de una sala de cine o en la comitiva del carnaval al que asistimos el fin de semana pasado… Bailan ante la vida. Nos los encontramos cantando en un atasco, ayudando a pasar a los abuelos por los pasos de cebra o viendo qué ahorros pueden compartir con los que menos tienen. Parecen la excepción, pero son la norma, la normalidad que no busca protagonismos en los medios de comunicación.

Poseen, nuestros campeones, un inconsciente coraje, o puede que sea una fuerza medida que no nos quieren explicar para que nadie les arrebate su forma de ser. Son, como digo, los mejores, aunque no se muestren mejores que nadie, no más campeones que los demás. Son los que precisamos cada día, porque, sin ellos, nada tendría sentido. Puede que, sin ellos, no tuvieran sentido ni las Olimpiadas.

2.-Creencias

La vida se basa en hechos reales. Sin duda es así, pero eso no es óbice para saber igualmente que hay muchos intangibles que no vemos y que influyen tanto o más que los contemplados. La ilusión, la alegría, el ser positivos, el creer en los otros, en uno mismo, en el futuro, ayudan mucho a que las cuestiones que tienen lugar o que están pendientes de desarrollo se produzcan de verdad. La fe, como dice el Evangelio, mueve montañas. Así es.

Creer en que algo es posible es andar la mitad del camino para que sustancie. La convicción de que podemos estudiar algo, o trabajar en algo que nos parece atractivo, la creencia en que podemos sanar o en que algo complejo puede resultar estupendamente es ya un cimiento para que todo surja y se fragüe como anhelamos.

Porque es así, en el enunciado de cualquier iniciativa hemos de poner la guinda de la simpatía, de la voluntad, del pequeño o grande sacrificio, en la idea de que todo es posible, incluso lo que nos parece más irremediable o irreversible.

Por lo tanto, a tenor de lo que aquí afirmamos entendemos que el tesoro mayor de cada cual es su visión positiva respecto del futuro. Esa perspectiva es nuestro mayor valor, la riqueza que nos puede permitir superar cualquier afán en contrario, cualquier etapa dura que se nos pueda plantear. Consecuentemente, nos parece lógico defender, y es, precisamente, lo que hacemos, ese razonamiento que insiste en que el pensar en la posibilidad de hacer algo supone realizarlo en muy buena parte.

La memoria y las actitudes suelen ser selectivas, y, en este sentido, solemos quedarnos con aquello que nos parece mejor frente a las malas situaciones o perspectivas. Los recuerdos nos suelen llevar con fuerza a lo que nos gustó y suelen ser más distraídos en relación a lo que no marchó tan genialmente. Siempre nos quedamos con lo mejor, y dejamos atrás las sendas de lo que nos brindó dolor, pena, penuria o algún tipo de tara, patología, o equívoco.

Soportamos con más empeño y ahínco una tensión o un error, si pensamos que no es lo común y que podemos salir de él. Si consideramos que siempre estamos en coyunturas negativas, éstas se reproducen y nos acaban causando más hastío y cansancio. Podemos comprobar cotidianamente que sucede de esta guisa.

La vida no es sencilla, pero ciertamente tiene muchos aspectos buenos, a menudo de mayor calado que los malos. Las situaciones estériles o contraproducentes se suceden antes o después  sin que las podamos evitar. Las podemos retrasar, mitigar, neutralizar o superar, pero nada más. Por eso, debemos fomentar una mentalidad fuerte con un cuerpo sano y con ganas de ir hacia delante cuando las condiciones no sean tan favorables.

Parte de la crisis en la que estamos se halla en que no creemos en muchas cosas. Más bien creemos en pocas, o en casi ninguna. Es verdad que vamos con el paso cambiado, pero, por fortuna, no hay ninguna cuestión negativa que dure eternamente, sobre todo cuando hacemos propósito para estimular su extinción.

Hoy en día no creemos, en multitud de ocasiones, en los demás, en sus quehaceres, en sus buenas opciones y voluntades, en lo que quieren para sí mismos y para los convecinos… No creemos, por no creer, en los valores que suponen el amor, la amistad, la cooperación, el sentido común, la paciencia, el compromiso, etc. No creemos, por no creer, en nosotros, y eso hace que todo se quede atascado, fundamentalmente en una etapa en la que no podemos, no debemos, perder el tiempo.

Creer es la base para saltar por encima de los obstáculos y superar los enredos en los que nos encontramos. Ya sabe que la fe nos salva, más de lo que a menudo creemos.

3.-Hábitos en tiempos de hostilidad

Mantener los buenos hábitos, las costumbres que considerarían sanas nuestros ancestros, es cosa fácil cuando las situaciones son amables. Cuando la coyuntura es de hostilidad (de crisis, como se le dice ahora), otro es el gallo que canta. Las crisis sacan lo mejor y lo peor de cada cual. Por eso es preciso que generemos hábitos, conductas, que nos lleven a comportamientos de coherencia, de equilibrio, de raciocinio y también de sensibilidad ante etapas complejas e itinerarios llenos de meandros.

Los expertos en comunicación corporativa, en reputación, en comunicación interna, en flujos de comunicación de todo tipo, siempre nos hablan de un manual de crisis, escrito o no (en todo caso, bosquejado y ensayado), que nos permita e invite a seguir un determinado camino en caso de que las estructuras que conocemos se tambaleen y se produzcan complicaciones. Para lo bueno todo el mundo está, teóricamente, preparado, aunque haya excepciones. Para lo malo lo excepcional es que tengamos una formación o un modelo de conducta determinado o determinante.

Los valores, cuando nos asaltan las dudas y todo se mueve, son fundamentales. Hemos de saber en qué o en quiénes creemos. La individualidad, el egoísmo y la dura competencia no siempre casan con los momentos de sumo embarazo en cuanto a la economía o en lo referente a la necesidad de los demás. La solidaridad es un concepto que tiene que ver con la empatía, con el conocimiento del otro, con el respeto, con el amor, con la amistad, con la escucha de lo que los demás quieren o precisan, y para ello hace falta diálogo, conocimiento, tiempo, hábito… Las palabras se corroboran si hay hechos. Lo que decimos puede ser un buen anticipo de lo que vamos a realizar, pero, si no cumplimos con nuestro deber, con lo que se espera de nosotros, difícilmente  tendremos credibilidad.

Es cierto que estamos en una era donde todo se transforma a una celeridad tal que es complicado conocer lo que sucede, pero lo que sí podemos plantear y predecir es lo que vamos a hacer, si lo tenemos claro. Por eso hemos de practicar, si es posible en los momentos más plácidos y de menos exigencia, esos argumentos que hemos de experimentar cuando las circunstancias son más pétreas, duras y pesadas.

Decimos que somos lo que hacemos, y por esa razón precisamente hemos de realizar cotidianamente acciones que nos fortalezcan para esas etapas que ponen a prueba nuestra resistencia. Por decirlo de alguna manera es bueno entrenar; y, además, no olvidemos que cuando hacemos actos de ayuda personal o ajena, individual o colectiva, si es posible de todo tipo, nos sentimos más a gusto con nosotros mismos. De ahí que se aconsejen ejercicios diarios de escudriñar qué podemos hacer por el vecino o por el colectivo.

Sí, es evidente que todos dudamos ante una situación de crisis fuerte e inesperada; y, aunque la veamos venir, nos genera dudas en cualquier caso. Recordemos cómo vacilaba el niño de aquel aguerrido padre de “La Carretera” (The Road), cuando el infante le preguntaba a su progenitor si ellos serían, si llegarían a ser, como los demás, en el caso de pasar hambre. El padre, firme, y con el ademán de tener claro lo que deseaba para su hijo, le dice: “Ya estamos pasando hambre, y no hacemos lo que ellos”. Aunque actuaban bien, dudaban porque el ecosistema era para vacilar y mucho.

Ahora todo gira y gira, y sigue dando vueltas. El mareo es fuerte, pero nuestras convicciones han de serlo mucho más. Por ende, cuando veamos que lo que aparece nos genera zozobras o dificultades enormes, intentemos cambiar lo que anhelamos poco a poco, y, cuando lo nuestro vaya mejor de lo esperado, fijémonos en los demás, para que, aunque sea en nuestra modesta capacidad, se produzcan cambios también en nuestros vecinos. Es posible que las opciones para ayudar sean limitadas, pero seguro que podemos desarrollar mucho si nos esforzamos en las dosis o proporciones a las que lleguemos. Para ello, hay que generar hábitos y costumbres salubres, aunque éstas sean lentas, dificultosas o con obstáculos. Podemos más de lo que pensamos.

4.-A propósito de una etapa de rescates

Andamos estos días un poco revueltos con el famoso término “rescate”. Unos creen que es el más adecuado para referirnos a lo que se ha pedido, a lo que se podría otorgar, a lo que ya tenemos encima de la mesa o a la vuelta de la esquina, mientras otros afirman que se trata de una ayuda con matices y explicaciones que se acercan o se alejan de los primeros criterios en función del talento, el talante o las apreciaciones que se quieran reseñar. Hay un exceso de intereses contrapuestos. Lo que pasa, con todo esto, es que no sabemos muy bien qué es lo que sucede, no conocemos el porqué, por acción, por omisión, por llegar pronto o tarde, porque nos faltan especificaciones y datos… Parece como si hubiera una voluntad manifiesta por parte de todos los estamentos con cierta autoridad de recurrir a unos eufemismos que, en vez de tranquilizar, generan más zozobra e inseguridad.

Estamos, ciertamente, en una etapa de muchas incertidumbres. Las dudas sobre las bondades del sistema, sobre lo que hay de verdad y de mentira en cuanto se dice sobre la economía financiera de cada país y mundial, están ocasionando un desmoronamiento del modelo que hemos conocido en las últimas décadas, que parecía tener futuro por el hecho de disponer de organismos superiores que, en caso de necesidad, acudirían a los mercados para avalar y comprar los activos tóxicos o dificultosos que pudieran existir. Ahora nada de eso vale, no funciona. Eso indican las cifras de las Bolsas y las primas de riesgo.

Lo primero que nos intranquiliza de los rescates es que no sabemos si estamos secuestrados por nuestras deudas o no. Tampoco conocemos el dinero que tenemos que dar para recuperar la normalidad que hace poco todavía conocíamos. Nos enzarzamos más en culpabilidades que en solucionar la situación, y, cuando tomamos medidas, parece que éstas son tardías. El sistema financiero internacional sigue, sin apenas detenerse, cobrándose la inestabilidad y/o inconsistencia que hemos provocado en las últimas dos décadas.

Lo peor es que, para pagar el rescate, estamos aceptando perder cuestiones básicas, amén de ciertos grados de bienestar que nos ha costado muy mucho alcanzar. La zozobra, la ansiedad, del momento actual nos lleva a pérdidas que esperemos que no sean irreparables. Hemos trabajado enormemente, aunque digan que no algunos expertos, para perder ahora derechos económicos y también morales.

Recuerdo, quizá porque la economía lo impregna todo, por lógicas razones, que había por ahí una frase que se preguntaba aquello de “qué nos sirve ganar todo el oro del mundo, si perdemos nuestra alma”. Matizando lo que aquí se quiere reseñar, y adaptándolo a las circunstancias actuales, creo que deberíamos plantearnos de qué nos vale equilibrar (que no terminamos de hacerlo) las cuentas y las cifras, si por el camino se nos quedan los menos afortunados de la Tierra. Estamos de acuerdo en que de ellos será el Reino de esos Cielos eternos en los que creemos la mayoría de los seres humanos, con independencia de la religión que profesemos. No obstante, mientras llega ese Reino tienen derecho a un poco de respeto en aras de la evolución, del progreso, de lo que hemos cosechado a lo largo de siglos de Historia.

Hablamos, hoy en día, de rescates, de palabras que rechinan porque se quedan un poco vacías de contenido al no contemplar que definen las circunstancias internas de millones de personas. Hablamos de ayudas, de salir y de seguir adelante, pero, en verdad, no podemos dejar atrás a niños, a ancianos, a los sistemas educativos y sanitarios que universalizan la dignidad. Entiendo que lo humano es destacar que no podemos abandonar a quienes lloran o padecen, a aquellos que no cuentan con lo mínimo. Estos últimos son los primeros que merecen ser rescatados. Si no es así, estaremos en manos de una tómbola o de una supuesta certidumbre económica que nos dejará tocados durante mucho tiempo, incluso más allá de la superación de la crisis, que llegará, y para ese momento hemos de estar preparados.

5.-Demostrar que no estamos solos

El ser humano ha avanzado en sus miles de años por el devenir terráqueo gracias a su idea de clan, esto es, al hecho de trabajar cada cual unido a otros de su especie. Los progresos más manifiestos han sido lo que han tenido que ver con una plasmación más diáfana de este comportamiento. Cuando ha habido actitudes antagónicas o de luchas sin sentido, el retroceso y/o las pérdidas han sido considerables.

Por eso, en estos tiempos de crisis lo que toca, lo que deberíamos hacer, es pensar en cómo ayudar a la sociedad a la salir adelante. Como resaltaba John Fitzgerald Kennedy, “no preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país”. Por ahí va parte del camino, qué debemos hacer, obviamente, con el derecho a la discrepancia, a la crítica constructiva, pero siempre persiguiendo objetivos comunes, compartidos, que nos hagan más felices a todos.

Hemos leído en el frontispicio de las religiones de todo el mundo que cuando ayudamos al vecino, en realidad nos ayudamos a nosotros mismos. Al margen del bien material que podamos procurarle, se halla la dicha que nos regala la paz espiritual que cosechamos, igualmente, cuando pensamos en los demás al tiempo que en nosotros mismos.

Parte de la crisis viene de la inseguridad que nos da el pensar que se han fragmentado bienes esenciales. Se habla, y es verdad, de crisis de valores. La solidaridad y la cooperación han de ser máximas para salir adelante desde el acompañamiento y el apoyo en los brazos de los otros, en los cuales hemos de reconocernos.

Hay demasiado ruido en este momento de contrastes, de desniveles, de injusticias y de carencias en grupos de población a los que hemos de ayudar porque su situación es extrema por la falta de un trabajo y/o de los suficientes recursos. El derecho de éstos, y de sus hijos, así como de las personas en coyunturas de riesgo, a tener un futuro mejor es lo que nos dignifica como sociedad. El silencio, como señalaba Unamuno, equivale a mentir.

Hemos caminado mucho tiempo en comandita, el ser humano ha construido muchos puentes y ha avanzado lo suficiente para que nos planteemos que hay conocimientos y bienes en abundancia para que se modifiquen en positivo las deficiencias que se puedan haber cimentado. No es un imposible, no es un tópico. Sí que es una carrera llena de obstáculos, de dificultades y de zozobras que hemos de superar.

Decía Kapuscinski que no cabe el cinismo en el Periodismo, como no cabe la hipocresía, ni la doble moral, ni el doble rasero. No cabe ni en Periodismo ni en la sociedad, que han de caminar unidos en el afán de una prosperidad que a todos  concierne. Mirar al otro, ayudarle, demostrarle que sabemos de su existencia, que nos preocupamos y ocupamos de sus circunstancias, implica una comunicación plena que ha de ir mucho más allá de lo abstracto y que hemos de traducir en actividades y actuaciones concretas y reales.

Lo más juicioso en una sociedad que se ve cercada por los números y por una importante carga de negatividad es que veamos que no estamos solos. Hemos de demostrarlo también.

6.-Desde una consideración humana

Nos hemos convertido en números. Los hay por doquier. Están bien, y son necesarios, para definir determinadas cuestiones racionales de una manera rápida, pero, tal y como evoluciona el mundo con la globalización, todo parece indicar que nos hemos convertido de manera excesiva en estadísticas, en cifras, con las que ofrecer a los poderes políticos, económicos, comerciales, financieros, sociales, etc., una determinada perspectiva.

Contamos con números que indican direcciones, pertenencias a empresas, para cotizar, para determinadas vinculaciones bancarias, para expresar ganancias o deudas, para caracterizar nuestro coche, para saber lo que producimos, lo que andamos, lo que conseguimos, lo que perdemos, lo que somos, los años que tenemos, lo que valen nuestros atuendos, lo que consumimos diariamente, etc. Todo tiene vinculación a un número, y éste refleja nuestro potencial, nuestro poderío, nuestra autoridad, nuestra vigencia, si fuera el caso, nuestras motivaciones y/o opciones…

Hay números por todas partes, para poner a los días, a los meses, a los años, a los que nos rodean, a los kilómetros de las carreteras por las que circulamos y en los domicilios a los que vamos. La cultura del número y de la matemática, muy práctica y útil para ganar tiempo y poder referenciar lo que realizamos, puede esclavizarnos y, de hecho, lo hace cuando no somos capaces de pagar facturas, cuando la crisis nos manda a la calle, cuando nos quedamos sin bienes materiales. Ahí, en ese instante, notamos que somos más números que nunca, pues no importa que el bien que perdemos sea esencial o no. No es lo mismo quedarnos sin teléfono, que es prescindible (algunos abrirán interrogantes aquí), que quedarnos sin casa, o sin desayuno, o sin poder pagar el alquiler o la ropa con la que vestimos.

Los números dicen qué tipos de ciudadanos somos, más allá incluso de nuestra cultura o actitud. Dicen si poseemos algo o no, esto es, subrayan nuestro grado de riqueza o de pobreza, y muchos confunden eso con ser o no ser. Lo que podría ser una ayuda, esto es, tener cifras para aproximarnos a la realidad, se confunde con la realidad misma, y así no hay manera de afrontar, incluso desde el plano subjetivo, coyunturas complejas como las que vive la sociedad hoy en día.

Vemos los datos que dan las máquinas, las que venden, las que expenden, las que nos prestan el dinero, las que nos dan lo que es nuestro, las que bareman nuestra productividad, las que atesoran lo que fuimos o pudimos ser, las que cuentan lo que albergamos en todos los ámbitos, a veces creyendo saber más que nosotros mismos sobre nosotros mismos. Los números son así. No entienden el universo de otro modo. Para eso fueron creados.

Por eso precisamente debemos ser nosotros, hombres y mujeres de este mundo, los que cambiemos esa vocación que hemos conformado por hábitos mal adquiridos. Los números, como los hechos, tozudos ellos, precisan de su contextualización, de sus elementos colaterales o principales. Hemos de contar las historias con todos los matices que sirvieron de influencia. Ésa es la razón por la que en los juicios, además de indagar sobre los eventos, se pregunta por su interpretación, para saber por qué ocurrieron de una determinada guisa.

En estos tiempos de una cierta oscuridad por causa de la crisis, de las crisis, por la ausencia de referencias fiables, es seguro que hemos de defender y de apoyar el lado más impresionante que tenemos, el que nos distingue, esto es, el humano, que se adereza de algo esencial en nuestra condición, la fe, la esperanza, la confianza en que las cosas pueden ocurrir y en que puedan suceder en positivo. Para que esto sea así nos hemos de ver desde el corazón, sabiendo que somos, porque lo somos, más que unos números, mucho más.

7.-Velocidad y complicidad

Atravesamos las calles a velocidad de riesgo. Hay mucha prisa. Pasamos por itinerarios repetidos que nos salpican de unas rutinas que nos hacen llegar a casa sin saber muy bien cómo. Pasamos por paisajes y paisanajes sin contemplar lo que suponen, y no vemos la intrahistoria que podría explicar la historia dentro de muchos años. Es la premura, que nos hace cabalgar con celeridades que impiden ver lo que sucede, y, sobre todo, que no hacen fácil que archivemos en nuestras memorias lo que ocurre.

Las marchas sin descanso hacen que no visionemos a los que concurren y a cuantos nos acompañan en el día a día. Los miramos, al menos un tanto, pero no vemos lo que llevan dentro, lo que nos expresan con sus gestos y con sus ademanes, con sus distancias, con sus silencios… La cara, los ojos, la mirada… son fundamentales para conocer  cómo es una persona, lo que siente,  pues indican lo que han “forjado” los años de nosotros.

Una mirada expresa mucho: habla de asentimiento, de camaradería, de verdades, de seguridades, de confianzas, de bondades, de aprendizajes, de estar en lo que se dice, de no estar, etc., y nos puede indicar, claro está, todo lo contrario, esto es, nos puede destacar, una mirada, si una persona miente, o si está insegura, si es buena o mala...

Los ojos nos refieren todo, o casi todo, de una persona. Sabemos si está triste, o si se halla alegre, si hay picaresca, si hay chispa, si se siente ilusionada o interesada respecto de lo que escucha o vive, si comunica y asiente, si no comprende… Los ojos corroboran o desmienten lo que subrayamos y/o hacemos. Por eso son tan fundamentales en las relaciones. Por ello, precisamente, nos gusta mirar a quien tenemos al lado, para conocer lo que piensa o no piensa en relación a lo que señalamos.

Bueno, eso de que nos gusta mirar a los ojos está bien destacado, pero también es cierto que por sus hechos los conoceréis, y la verdad es que no nos fijamos tanto en los demás cuando vivimos con tantas y tan constantes prisas. Si no contemplamos a los vecinos, no podremos saber si son simpáticos o no, si creen en las mismas cosas que nosotros o en otras, si se dedican a unos menesteres u otros...

Realmente es preciso saber algo de los demás, de cómo son interiormente, pues, al fin y al cabo, somos, como decía el filósofo, nosotros y nuestras circunstancias, y estas circunstancias, que tanto nos condicionan, son complejas de afrontar, de analizar y de baremar si no nos divisamos sabiendo lo que transmiten o no nuestros ojos.

Tanto la kinesia como la proxémica, esto es, las ciencias y las capacidades que analizan los gestos y los usos de las distancias, son esenciales en la comunicación. Lo son tanto que condicionan o complementan parte del lenguaje verbal que manifestamos. Por eso, cuando las gentes de medio mundo andan, o andamos, un poco locas en pos de conseguir llegar antes, o de no llegar tarde, tras unas travesías excesivamente costosas y largas, no se dan cuenta, no nos damos cuenta, que esas prisas son malas consejeras, puesto que impiden que afrontemos lo crucial de la vida con sus aspectos más señeros.

Las miradas dan la complicidad con nosotros mismos y con lo que nos conviene. Algo estaremos haciendo mal para que se nos escapen algunas intenciones, puede que muchas.

8.-Luces y sombras

La vida está llena de éxitos y de derrotas, de avances y de retrocesos, de luces y de sombras, de cuestiones positivas y de otras negativas. No sé si hay una paridad. A veces creo que sí. En todo caso, lo que parece cierto es que a todos nos ocurre de todo, aunque para algunos las condiciones sean mucho más paupérrimas de antemano.

Las  circunstancias no se distribuyen por igual. Es imposible que vivamos en la paridad, entre otras cosas porque el ser humano se ha empeñado desde hace siglos, casi desde siempre, en perseguir las complicaciones, que envenenan algunas partes de nuestras historias vitales.

Sea como fuere, el eje desde el que miramos, la perspectiva que enfoca cada suceso, tiene mucho que ver con el ánimo personal, aunque éste no siempre sea el determinante absoluto. Los hechos, sus opiniones, dependen muy mucho de cómo deseamos o queremos, o nos dejan, verlos. La misma situación se interpreta de manera diferente en función de lo que
experimenta cada cual. Las vivencias particulares juegan un papel decisivo.

Hay personas con coraje que se sobreponen a pérdidas importantísimas, incluso algunas irreparables. Aunque los golpes sufridos sean duros, no se paran, no se detienen. Con la queja en la garganta, siguen esperando tiempos mejores, sabiendo que el cambio se producirá en la medida en que puedan afrontar los avatares con empeño y tesón.

Son, los actuales, tiempos de crisis, una crisis que coloca a cada uno de nosotros en un lugar. No siempre el sitio dispensado es el merecido, o así lo interpretamos. En cualquier caso, no es cuestión de ponernos a lamentarnos sin descanso. Sí que podemos, y hasta debemos, enfrentarnos al duelo y a la pena, pero, una vez superado todo, lo más pronto que sea posible, hay que continuar, y en adelante más endurecidos por las circunstancias y sin perder un ápice de humanidad.

Aunque las visiones sean dispares en función de los márgenes que nos puedan ir quedando, esto es, en relación a lo que conseguimos o perdemos, a los grupos en los que nos colocan los espacios, sus tiempos y las condiciones reinantes, pese a todo ello, hemos de tener una perspectiva antropológica, una de ésas que animan al cambio compartido, con renuncias de todos, sobreponiéndonos a espejismos y amparándonos en los sentimientos más bondadosos y repletos de universalidad societaria. 

El barco es de todos, y a todos incumbe; y, aunque el cielo nos traiga tantos rayos de Sol como nubarrones, tantas luces como sombras, hemos de aglutinar fuerzas para proseguir laborando por un futuro que, con sus incertidumbres, seguro que nos será provechoso.

Para que así sea, es necesario, siempre es necesario, que no vivamos el individualismo a ultranza, pues, aunque no existen las panaceas, es una realidad que la unión, el juntarnos en las causas comunes, que comunes hemos de hacer, es garantía de progreso. La historia así nos lo dice. No dudemos en corroborarla.

9.-Dispendios

Nadie duda de que estamos sujetos a errores continuos. Los realizamos, los experimentamos, los sufrimos, y hasta nos los recuerdan, algunos, sistemáticamente. Yo creo, no obstante, en el olvido, en el derecho al perdón. Estoy convencido de que todos podemos cambiar, y, si es posible, si lo intentamos con tesón, para mejor.

Digo esto porque están de moda hoy en día los errores económicos que todos como sociedad podemos haber cometido. Es posible que, como sociedad, insisto en ello, hayamos sobrepasado nuestras posibilidades y que ahora tengamos que viajar no con crédito, que ya no tenemos, sino con el poco o mucho dinero que nos quede.

Las economías familiares pueden haber errado en algunas decisiones. No lo dudo porque conocemos a personas que han vivido por encima de lo que podían. Sin embargo, el sistema actual se ha llevado por delante a muchos que cometieron errores, y a otros, igualmente, que no se endeudaron o no se endeudaron en exceso. Los que han perdido el trabajo con mínimos sueldos de partida, y que hicieron inversiones modestas, no pueden ser acusados de falta de previsión. Todo el mundo desea vivir, y no precisamente con miedo.

Entre los 5.300.000 parados hay muchos que hicieron sus deberes, y que ahora viven un infierno. Entre los que actualmente pierden sus hogares asimismo los hubo que hicieron sus cálculos sin grandes alegrías. El modelo ha saltado por los aires, y todos lo estamos pagando de alguna manera, incluyendo el abono, también para todos, de impuestos más altos.

En todo caso, lo que más me llama la atención es que estamos contemplando como muchos que cometieron errores de altura en los niveles económicos siguen sus trayectorias sin más problemas, entre ellos los bancos y las cajas de ahorro, mientras los que recibieron préstamos no saben lo que les deparará el futuro. Hay millonarias inyecciones de dinero para reflotar el sector financiero (no digo yo que no debamos hacerlo), pero no se está llegando todo lo necesario a los niveles más bajos de la sociedad, que están sufriendo una auténtica hecatombe.

Dispendios ha habido muchos, demasiados. Lo sabemos, pero no podemos condenar a la generación que viene, a la que ha llegado, a la que debería despegar ya, a no poder trabajar, a no tener trabajos dignos, a no poder vivir en condiciones respetuosas, pues, de hacerlo, de consentirlo, cometeremos el peor dispendio: nos desaprovecharemos a nosotros mismos, lesionando nuestro tesoro más valioso: nuestra condición humana.

10.-Superaremos la crisis

Me pide un amigo un artículo en el que trate de ver el lado positivo de la crisis, esto es, que trate de darle la vuelta a la perspectiva actual para ofrecer un toque un poco más ilusionante y optimista. Lo hago de mil amores: primero porque es un gran amigo, porque es una persona cabal, honesta y leal; y, segundo, porque sinceramente entiendo que no hay otra posibilidad que mirar hacia el futuro sabiendo que podemos cambiar las cosas y que, además, debemos.

Siempre ha habido crisis. No sé si peores, o mejores. Bueno, seguro que muchas han sido peores, realmente. Los avances, hoy en día, otorgan unos beneficios y unos provechos en todos los órdenes que nos colocan en un buen punto de partida, aunque esto se comprenda actualmente un poco menos por la cantidad de gente que lo está pasando mal, muy mal.

Hay 5.300.000 parados, con el drama que ello supone para todas las personas involucradas, incluidas en las familias en sentido extenso, sin las cuales la coyuntura sería mucho más dura. Quizá éste es un lado amable de la crisis, es decir, con ella hemos sabido con quiénes contamos y con quiénes no. Las familias son un núcleo que, más allá de los apoyos económicos, implican afectos y cercanías que nos fortalecen en lo anímico, en lo espiritual y en lo personal, lo cual redunda, o puede redundar, positivamente en los órdenes  profesionales.

Las crisis son siempre puestas en cuestión del orden establecido, vigente, o de las costumbres que hemos ido adquiriendo en función de las condiciones y circunstancias de cada momento. Nada permanece, y de ahí que los cambios y transformaciones sean algo más que una necesidad. El consejo primordial es que suscitemos las suficientes empatías para que los resultados estén donde deben. El intento no debe faltar en nuestras vidas.

Miremos, incluso, a nuestras historias personales, colectivas, teniendo en cuenta los siglos de existencia de la Humanidad, y veamos que siempre se han superado los más penosos avatares. Somos más fuertes de lo que pensamos. De todo se sale.

Por lo tanto, hemos de realizar el esfuerzo de mirar el futuro con un poco de optimismo, cada día con un poco más, por mucho que cueste. Nuestra profesión periodística es una de las más golpeadas en los últimos años por la crisis. Así es, pero debemos hacer una apuesta decidida, desde la unión del sector, de todo el sector, de todos los implicados, con organizaciones, asociaciones, entidades, sindicatos, Administraciones, ciudadanos en general, con todos, para que, desde una visión conjunta, consigamos la fuerza suficiente para salir adelante.

Sin duda, podemos. Partamos desde una recuperación de la credibilidad perdida en algunos momentos y de la fe en nosotros mismos. La crisis económica lo es también de valores. Recuperarlos y ponerlos operativos es parte de la solución.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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