Vivimos del crédito que nos da la ciudadanía, o que debería
darnos. Sin él, no somos nadie como colectivo profesional. El periodista vive
de decir la verdad, pero los ciudadanos y ciudadanas no piensan que la digamos,
y así lo resaltan en las encuestas que hacemos al respecto. Hemos de cambiar de
actitudes. La presunción de inocencia, el derecho a la intimidad, la
preservación de la imagen, de los menores, de los más desfavorecidos y de los
que precisan de garantías suficientes para tener una determinada presencia
social han de sostener la estructura de la Comunicación y del Periodismo. El
papel del periodista es esencial, y hemos de demostrar que lo es, que lo sigue
siendo. Refresquemos conceptos.
Llegar los primeros no tiene sentido, si no decimos las
cosas de manera adecuada. Debemos hacer los relatos contrastando las
informaciones, destacando lo que sabemos, y lo que no conocemos con certeza ha
de ser entrecomillado, puesto en cautela, con los términos de presunción que
sean menester. Ya habrá tiempo de contar el resto de la información cuando
sepamos las cosas con más precisión. Aparezcamos con los datos exactos, o
esperemos a tenerlos. Las exclusivas hacen daño cuando no son tales, o cuando
son frutos de mentiras, o cuando son medias verdades, que son las peores
falsedades.
Además, cuando nos equivoquemos, hemos de saber pedir perdón,
de dar las respuestas necesarias, de corregir los datos incorrectos, de dar las
versiones adecuadas, procurando que la sociedad sepa en todo momento lo que
sabemos de verdad. No tengamos prisa, por favor. El exhibicionismo, el
amarillismo, la búsqueda de la truculencia,
a menudo para dar con más audiencia, hace un daño tremendo a los
profesionales y al sector y nos introduce en una dinámica dañina y de tierra
quemada.
No olvidemos que el derecho a informar tiene sus límites en
el respeto de los derechos de la ciudadanía. Por otro lado, hemos de ponderar
las libertades y las consideraciones de todos/as: cuando hagamos más daño que
beneficio, en el caso de equivocarnos, hemos de mantener la información
guardada hasta que sepamos que los datos son ciertos, o hasta que podamos
complementar las visiones que tengamos del acontecer que nos ocupe.
Volamos muy alto (hemos de recordarlo), y tenemos una
responsabilidad con la sociedad y con todos y cada uno de sus integrantes. No
hagamos mal la labor periodística, o la interpretación que se tiene de nosotros
perderá muchos enteros, quizá demasiados. Estamos a tiempo de enmendar la
plana, y de ir con un poco de más sosiego. No infrinjamos torturas a posibles
verdugos antes de saber si lo son, o, de lo contrario, si lo hacemos mal, se
presentarán como víctimas anticipadas de un sistema que no terminamos de
aprovechar en todas sus fases y elementos. Busquemos calidad, fundamentalmente,
en vez de cantidades en todos sus extremos, que nunca son buenos.
Lo importante no es ser los mejores y los más famosos: lo
importante es ser buenos. Lo que pedimos es autocontrol. El fin primero y
último ha de ser la ciudadanía, a la cual servimos por mandado constitucional.
El respeto estricto y escrupuloso nos hará recuperar el prestigio social que es
la base de nuestro quehacer.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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