lunes, 18 de marzo de 2013

Comunicación, educación y víctimas

Como quiera que los conceptos de comunicación y de educación son tan ambiciosos en su factura y presentación como genéricamente utilizados, creo que a menudo es bueno que acotemos su realidad, su significación y, cuando menos, una parte de lo que suponen en el acontecer diario, máximo cuando atañen a cuestiones de enormes sensibilidad como las víctimas. Por ello, todas las reflexiones son pocas. Nos detenemos a continuación en algunos aspectos relevantes, si les parece, fundamentalmente por lo que pueden suponer en lo que concierne a los que sufren y a su presencia en los medios de comunicación masiva.

En la educación actual (suponemos que siempre ha sido así), hemos de considerar que la actitud del emisor, en lo que se refiere a todo proceso de la comunicación, en lo relativo a cualquier experiencia comunicacional, ha de ser eminentemente activa (“eso sí, pero sin agobiar y sin agobiarnos”), tratando que el receptor esté pendiente de aquello que desea trasladarle. La responsabilidad de quien quiere algo, de quien tiene asumido su papel de movilizar, de trasiego, de contar cosas, es, ha de ser, mayor. Hemos de tratar de conseguir la atención del que nos escucha o nos mira, de quien tenemos delante. Apliquemos esto cuando hablemos de eventos penosos, de dolor, de desgracias. Sí, sabemos que no es una tarea sencilla: nada que merezca la pena lo es. Esta obligación, en una radiografía comunicativa clásica, es la que detectamos en la docencia, esto es, a la hora de enseñar en sentido amplio, así como cuando informamos acerca de las víctimas. La virtud, en todo ello, está en la prudencia y la moderación de niveles y de criterios.

Entiendo e interpreto que es complicado asumir el rol de comunicador, y lo sé por experiencia. Hemos de utilizar pequeños e interesantes "trucos", siempre desde la mejor intención y sin amarillismos, en todo acto comunicativo, para ver si el "público" nos sigue con más o menos interés, necesario en toda circunstancia y/o ocasión. Una pequeña anécdota, si hablamos de educación/comunicación, si es el supuesto, un cambio de itinerario en el rumbo del discurso, una pregunta a alguien que no la espera, una cuestión lanzada a todos y a ninguno en particular, etc., pueden hacernos notar en qué instante nos hallamos del trance que queremos provocar o bien nos pueden permitir saber cuál es el calado certero del planteamiento que estamos efectuando. En función de la respuesta, tras el estímulo, hemos de intentar actuar en consecuencia. Aunque cueste trabajo aceptar el axioma de la responsabilidad máxima del emisor, hemos de considerarlo casi un deber. Lo es mucho más cuando nos referimos a las víctimas, a sus circunstancias, a su estado, a sus intenciones y pensamientos.

Hay, innegablemente, una serie de reglas aprendidas con independencia del hecho de que existen valores innatos que constituyen capacidades muy meritorias y que ensalzan muy mucho no solo el proceso de la comunicación en sí sino también sus resultados.  Estas reglas deben ser tenidas en cuenta especialmente cuando abordamos asuntos relacionados con las víctimas.

A veces, un obstáculo que tenemos a la hora de aprender a comunicar es pensar que hay cualidades y sensibilidades cognitivas que no podemos incrementar, fomentar o hasta generar. En la vida todo es posible, si se intenta, si existe la convicción del cambio, de la mudanza, de la mejora. Perseguir algo, ponernos en camino para su obtención, es hacer buena parte de nuestra singladura, como diría Don Quijote de la Mancha a su querido escudero, Sancho.

Conocer a través de la escucha

Escuchar debe ser un hábito en nuestras vidas, y, además, ha de practicarse a y en todos los niveles. Nos perdemos muchas cosas precisamente por el ruido con el que las adornamos (hablamos de ruido interno y externo, no lo olvidemos). No podemos permitirnos esto cuando hablamos de sucesos con víctimas. Sí, nuestros padres nos suelen -o solían- decir que hemos de atender lo que pasa alrededor, y, por lo tanto, que hemos de escuchar, pero interiorizar esta gran verdad implica tiempo para que realmente la podamos interpretar. Por otro lado, no olvidemos que aprendemos viendo tendencias en los demás, y ésta no es precisamente una característica de las sociedades modernas, metidas en premuras y medias verdades con más o menos intencionalidad. Las prisas a la hora de informar son malas consejeras. La sensibilidad ha de ser la prioridad en temas de extraordinaria consideración como son los relativos a las víctimas.

Es bueno que nosotros también estemos atentos a los “otros” para ver qué es lo que les gusta, qué es lo que les atañe, qué es lo que les interesa... El conocimiento ha de ser recíproco, y nuestra labor docente-comunicativa debe ser mucho más activa de lo que se pueda pensar “a priori”, valiéndonos de informaciones que llamen la atención o que reclamen el interés, pero con equilibrio, evitando el sensacionalismo. En todo caso, los datos noticiosos ofrecidos han de ser útiles, válidos, aprestándonos para no caer en el vacío. Seamos sensibles, empáticos. Los ejemplos cercanos son muy provechosos, y el que repitamos lo que más relevancia tiene para nosotros también es muy interesante. Asimismo, utilicemos camuflados descansos (que no se noten mucho) en la marcha de las comunicaciones que practicamos para solicitar el deseo de aprender. La intensidad es, en sí, un filtro cuando debemos informar y comunicar desde la educativa mesura. No tengamos complejos en dedicar el tiempo que sea menester en cada caso, fundamentalmente cuando hablemos de las circunstancias de las víctimas. Cuando hablamos de descanso, hablamos de rebajar la intensidad de la narración, con el fin de incidir informativamente en la audiencia, sin acercarnos al morbo.

La enseñanza es algo tan apasionante a todos los niveles, en los reglados, en la vida diaria, en la familia, en el trabajo, en cualquier instante y lugar que, dentro del caos, del movimiento más o menos intencionado hacia alguna parte, debemos degustarla con una cierta planificación y con la ilusión suficiente para demostrar y demostrarnos que “querer es poder”, mucho más ante las dificultades, siempre presentes. La comunicación es todo, en ella está todo inventado, y, a la vez, todo está pendiente de reforma, de mejora, de superación. Educación y comunicación han de ir estrechamente de la mano al abordar a las víctimas. Hemos de ser constructivos siempre. ¡Mucho ánimo! Éste no ha de faltar para que la honestidad y la sensibilidad gradúen el trato informativo de las personas que sufren situaciones penosas.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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