En la educación actual (suponemos que siempre ha sido así),
hemos de considerar que la actitud del emisor, en lo que se refiere a todo
proceso de la comunicación, en lo relativo a cualquier experiencia
comunicacional, ha de ser eminentemente activa (“eso sí, pero sin agobiar y sin
agobiarnos”), tratando que el receptor esté pendiente de aquello que desea
trasladarle. La responsabilidad de quien quiere algo, de quien tiene asumido su
papel de movilizar, de trasiego, de contar cosas, es, ha de ser, mayor. Hemos
de tratar de conseguir la atención del que nos escucha o nos mira, de quien
tenemos delante. Apliquemos esto cuando hablemos de eventos penosos, de dolor,
de desgracias. Sí, sabemos que no es una tarea sencilla: nada que merezca la
pena lo es. Esta obligación, en una radiografía comunicativa clásica, es la que
detectamos en la docencia, esto es, a la hora de enseñar en sentido amplio, así
como cuando informamos acerca de las víctimas. La virtud, en todo ello, está en
la prudencia y la moderación de niveles y de criterios.
Entiendo e interpreto que es complicado asumir el rol de
comunicador, y lo sé por experiencia. Hemos de utilizar pequeños e interesantes
"trucos", siempre desde la mejor intención y sin amarillismos, en
todo acto comunicativo, para ver si el "público" nos sigue con más o
menos interés, necesario en toda circunstancia y/o ocasión. Una pequeña
anécdota, si hablamos de educación/comunicación, si es el supuesto, un cambio
de itinerario en el rumbo del discurso, una pregunta a alguien que no la
espera, una cuestión lanzada a todos y a ninguno en particular, etc., pueden
hacernos notar en qué instante nos hallamos del trance que queremos provocar o bien
nos pueden permitir saber cuál es el calado certero del planteamiento que
estamos efectuando. En función de la respuesta, tras el estímulo, hemos de
intentar actuar en consecuencia. Aunque cueste trabajo aceptar el axioma de la
responsabilidad máxima del emisor, hemos de considerarlo casi un deber. Lo es
mucho más cuando nos referimos a las víctimas, a sus circunstancias, a su
estado, a sus intenciones y pensamientos.
Hay, innegablemente, una serie de reglas aprendidas con
independencia del hecho de que existen valores innatos que constituyen
capacidades muy meritorias y que ensalzan muy mucho no solo el proceso de la
comunicación en sí sino también sus resultados. Estas reglas deben ser tenidas en cuenta
especialmente cuando abordamos asuntos relacionados con las víctimas.
A veces, un obstáculo que tenemos a la hora de aprender a
comunicar es pensar que hay cualidades y sensibilidades cognitivas que no
podemos incrementar, fomentar o hasta generar. En la vida todo es posible, si
se intenta, si existe la convicción del cambio, de la mudanza, de la mejora.
Perseguir algo, ponernos en camino para su obtención, es hacer buena parte de
nuestra singladura, como diría Don Quijote de la Mancha a su querido
escudero, Sancho.
Conocer a través de
la escucha
Escuchar debe ser un hábito en nuestras vidas, y, además, ha
de practicarse a y en todos los niveles. Nos perdemos muchas cosas precisamente
por el ruido con el que las adornamos (hablamos de ruido interno y externo, no
lo olvidemos). No podemos permitirnos esto cuando hablamos de sucesos con
víctimas. Sí, nuestros padres nos suelen -o solían- decir que hemos de atender
lo que pasa alrededor, y, por lo tanto, que hemos de escuchar, pero
interiorizar esta gran verdad implica tiempo para que realmente la podamos
interpretar. Por otro lado, no olvidemos que aprendemos viendo tendencias en
los demás, y ésta no es precisamente una característica de las sociedades
modernas, metidas en premuras y medias verdades con más o menos intencionalidad.
Las prisas a la hora de informar son malas consejeras. La sensibilidad ha de
ser la prioridad en temas de extraordinaria consideración como son los
relativos a las víctimas.
Es bueno que nosotros también estemos atentos a los “otros”
para ver qué es lo que les gusta, qué es lo que les atañe, qué es lo que les
interesa... El conocimiento ha de ser recíproco, y nuestra labor docente-comunicativa
debe ser mucho más activa de lo que se pueda pensar “a priori”, valiéndonos de
informaciones que llamen la atención o que reclamen el interés, pero con
equilibrio, evitando el sensacionalismo. En todo caso, los datos noticiosos
ofrecidos han de ser útiles, válidos, aprestándonos para no caer en el vacío.
Seamos sensibles, empáticos. Los ejemplos cercanos son muy provechosos, y el que
repitamos lo que más relevancia tiene para nosotros también es muy interesante.
Asimismo, utilicemos camuflados descansos (que no se noten mucho) en la marcha de
las comunicaciones que practicamos para solicitar el deseo de aprender. La
intensidad es, en sí, un filtro cuando debemos informar y comunicar desde la
educativa mesura. No tengamos complejos en dedicar el tiempo que sea menester
en cada caso, fundamentalmente cuando hablemos de las circunstancias de las
víctimas. Cuando hablamos de descanso, hablamos de rebajar la intensidad de la
narración, con el fin de incidir informativamente en la audiencia, sin
acercarnos al morbo.
La enseñanza es algo tan apasionante a todos los niveles, en
los reglados, en la vida diaria, en la familia, en el trabajo, en cualquier
instante y lugar que, dentro del caos, del movimiento más o menos intencionado
hacia alguna parte, debemos degustarla con una cierta planificación y con la
ilusión suficiente para demostrar y demostrarnos que “querer es poder”, mucho más ante las dificultades, siempre
presentes. La comunicación es todo, en ella está todo inventado, y, a la vez,
todo está pendiente de reforma, de mejora, de superación. Educación y
comunicación han de ir estrechamente de la mano al abordar a las víctimas.
Hemos de ser constructivos siempre. ¡Mucho ánimo! Éste no ha de faltar para que
la honestidad y la sensibilidad gradúen el trato informativo de las personas que
sufren situaciones penosas.
Juan TOMÁS FRUTOS.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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