lunes, 18 de marzo de 2013

La relatividad de los éxitos

Si miráramos en global, nos daríamos cuenta de que el concepto de ganar o perder, en todo género de opciones y posibilidades, es una interpretación tan relativa como circular, pues, como dicen los expertos, las posibilidades y los recursos son escasos o tienen sus limitaciones, y ello hace que, si uno consigue más que otro, es el otro el que se queda con menos de lo que querría, o debería. En ese tránsito de opciones siempre permanece alguien con menos de lo suficiente, con menos de lo necesario y/o de lo digno para salir adelante. De ahí la necesidad en los Estados evolucionados y democráticos de poner en marcha mecanismos correctores. Con las víctimas, y como comunicadores, hemos de tener esa óptica crítica y constructiva.

Por eso, en estas economías de mercados que han crecido al diez o veinte por ciento en algunas escalas o sectores, que han doblado durante una década beneficios, que han elevado compras y ventas mucho más allá de lo razonable o asequible, son muchos, demasiados, los que quedan fuera, pues el ritmo es muy desenfrenado y las extraordinarias celeridades ocasionan que se produzcan bastantes errores en los planos personales y profesionales con el coste que ello supone.

En realidad, no se gana tanto, cuando se gana, pues, en un análisis sencillo, observamos que buena parte de los dividendos o provechos quedan para otras generaciones venideras, que o bien no los valoran igual, o bien no les sacan el oportuno beneficio, ya que las cifras se trastocan obviamente por el tiempo, o, sencillamente, en los vaivenes cíclicos se pierde lo que con anterioridad se consiguió. Es la lógica de la Naturaleza, que no advertimos en su sencillez porque las miradas son cortas y no panorámicas. Contemplamos demasiado a ras de lo próximo. Lo importante es que veamos que los conceptos relativos de ganar o perder no han de distraernos de que hemos de pugnar porque todos tengamos lo mínimo necesario, sobre todo en lo que se refiere a dignidad. En las informaciones también ha de ser así, más que nada cuando sean relativas a los que más padecen.

La existencia corre muy deprisa, y no sólo porque vayamos de esta guisa nosotros, los seres humanos. Va con premura porque así va. No hace falta que imprimamos más energía de la que precisamos. Como consejo, apuremos, pues, los minutos y los segundos en pos de esa felicidad a la que tenemos derecho y que, por derecho, hemos de sostener. No pensar en el presente, y, más aún, en el futuro de los demás, es un pecado capital que trasciende lo religioso y nos supera. Tengamos presente el bienestar de todos, principalmente de los que menos tienen, esto es, de aquellos a los que sonríe menos la Diosa Fortuna.

Es pura antropología: si no racionalizamos los crecimientos desde la mesura y el conocimiento, procurando administrar lo que tenemos como si de una familia se tratase (lo somos en lo espiritual y en lo físico), nos quedaremos con poco (nada es mucho decir), sin lo suficiente, con desequilibrios que, a su vez, harán germinar desatenciones y desafectos, lo cual es un “sinsentido”. Reequilibrar es tratar con valentía y talento a los que se han quedado en los últimos sitios de la sociedad, por las razones que fueren. Procuremos aprovechar los errores que hemos cometido y desarrollemos los deberes precisos para que no haya injusticias. De haberlas, no pensemos que la paz será fácil, ni la interna, ni la externa, ni la del corazón, ni la de la mente, ni tampoco la individual o la colectiva. Compartamos, por ende, un poco más, algo más. Más, por favor. Compartamos experiencias, sensibilidades, posibilidades de ser y de vivir en los mejores trances. Sintamos que las ocasiones de tratar a las víctimas y de mejorar sus presencias han de ser aprovechadas para dignificarlas y dignificarnos. La labor compensatoria ha de estar vigente y presente en cada ocasión posible ante esta liza permanente que afrontamos desde los medios.


Juan TOMÁS FRUTOS.

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