Creo
que hace unas décadas pensábamos que las cosas podrían cambiar, que las
tecnologías y los avances nos llevarían por otros derroteros más bondadosos y
optimistas. No obstante, el ser humano es paradójico, contradictorio. Es capaz
de lo mayor, de lo más grande, y de lo más mísero. No olvidemos que en la vida
diaria se puede ser culpable por acción y por omisión, esto es, somos
responsables incluso, también, por aceptar, mirando para otro lado, situaciones
que deberían ser inadmisibles.
Siempre he pensado que una de las mayores
tragedias del ser humano es morir de hambre. Es muy duro ver acercarse a la
Parca con la lentitud y la agonía propias de ese ser del Apocalipsis que nos
retrató algún Evangelista y/o iluminado. Claro que debemos interpretarlo como
un hecho tremendo, como también debemos observar y catalogar como una maldición
la tolerancia que, cada uno desde su atalaya, desde su responsabilidad, se
practica o consiente desde un mal llamado Primer Mundo.
Miles de recursos son
sobre-explotados todos los días, para todos los días acabar en un basurero. Es
la locura del consumismo, que, por excesivo, produce más de la cuenta para
tirar más de lo que deberíamos permitirnos, de modo que conseguimos, como
resultado de todo ello, que falte lo más mínimo a cinco sextas partes de la Humanidad,
una apreciación que pierde en algunos terrenos el valor de tal denominación.
Si hay algo (hay más cosas) que no
se entiende en el Siglo XXI es el hambre, la carestía de alimentos, como
tampoco es de recibo esa infamia de que haya ciudadanos y ciudadanas de
segunda, tercera, cuarta o quinta clase a la hora de afrontar y de sufrir
determinadas enfermedades, para las que hay cuidados que implican su extinción
o que, por lo menos, lo son, existen, de tipo paliativo. No hay derecho a que
esto ocurra. No hay derecho a que lo aceptemos.
Hallamos, no obstante, iniciativas
ciudadanas, que parten de multitud de Organizaciones No Gubernamentales, y que
tratan de contener en lo posible esas consecuencias de la avaricia de unos
pocos. Es claro que no ayuda, en modo alguno, el silencio de un porcentaje de
personas mucho mayor. El silencio nunca es rentable, y, en este caso, aún
menos. Asistimos cada jornada a las frías estadísticas de unos informativos
audiovisuales que buscan en el amarillismo y en lo truculento sus mejores y más
atractivos menús. El hambre vende, como vende la opulencia y la descarnada
soberbia de quienes se creen (o nos creemos) más por ser más afortunados en
cuanto al lugar de nacimiento y las condiciones familiares. La perspectiva
mediática debería transformarse en un afán liberador de tópicos.
Además, miles de recursos
energéticos, miles de toneladas “polucionantes” infectan un planeta azul que
cada vez es menos azul por la acción de unas sociedades que miran por encima
del hombro a los que menos tienen. Por eso quizá les regalamos una buena dosis
de nuestra contaminación. Aquí sí somos solidarios, y la hacemos suya
igualmente. Las técnicas comunicativas fallan a la hora de contar que todos
somos iguales de verdad y de añadir que debemos alejarnos de quienes piensan
(piensan en demostrarnos), como en la fábula de George Orwell, que algunos son
más iguales que otros. Con este último aserto nunca podremos estar de acuerdo,
pues, antes o después, la Diosa Fortuna nos lo puede explicar en negativo y en
forma de “esos últimos” que nos decía Bertolt Brecht.
Es difícilmente explicable el hecho
de que millones de personas, y, especialmente, niños, padezcan y mueran de
hambre todos los años. Hay recursos en esta sociedad desarrollada para que ello
no sea así. Aceptar esa simiente dolorosa e injusta es someternos a un destino
donde la mirada se tercia horrorizada. Podemos hacerlo todo, todo lo bueno,
para cambiar, para cambiarnos. ¿Hambre en el Siglo XXI? Por desgracia, sí, y
otros males. Luchar con todas nuestras fuerzas contra esta injusticia nos da
perspectiva y empatía para una mejor muestra de aquellos/as que son, que somos,
víctimas. Comulguemos con los convencidos/as, aunque tengamos que
reinventarnos. Los medios cumplen un papel decisivo, y aún resta por hacer.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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