Todo
depende de cómo queramos, o podamos, ver y entender lo que nos sucede, lo que
nos llega del entorno. Por ello hay que vislumbrar lo que se percibe
superficialmente, y aquello que está un poco más soterrado. Lo que no siempre
transmite Internet (aunque a veces sí, y para ello hay que realizar un esfuerzo
como emisores y como receptores) son sentimientos, valores subjetivos, pues los
propios soportes condicionan, como diría Mac Luhan, el mensaje. No todo lo que
muestra, o intenta mostrar, el corazón se advierte en su dimensión más
entendible o comprensible. Hay razones que no se otean a la primera ocasión.
Por
eso, el esfuerzo de empatía ha de ser mucho mayor. ¿Cómo comprender lo que nos
dice el habitante de un país asiático, si a veces puede ocurrir que no somos
capaces de ubicarlo ni siquiera en el planeta? ¿Cómo entender cómo vive alguien
de otra religión, cultura o visión de la vida, si no hemos dedicado el tiempo
suficiente a atender sus ideas y consideraciones existenciales? ¿Cómo percibir
la injusticia o las circunstancias de los demás, si no pasamos un poco más
cerca por ellas, si no nos detenemos, si no opinamos desde el sosiego en vez de
la precipitación?
La Red
tiene sentimientos, muchos, y, a menudo, los explicamos utilizando los medios, los
instrumentos y los soportes audiovisuales, que nos ofertan mucha cercanía, que
siempre es muy comunicativa. Lo que pasa es que la instantaneidad e inmediatez
nos dificultan algunas de las comprensiones que deberíamos defender a ultranza.
Sin
explicaciones, sin contextos, sin la seguridad que supone el empeño por conocer
y la tarea diaria por saber algo más, es imposible que demos con las claves que
se trasladan y que son, o pueden ser, muy informativas; y, claro, lo pueden ser
si generamos, además de cumplir los clásicos cánones y con los elementos de los
procesos de la comunicación, pro-actividad, escucha, atención, etc., cediendo,
en paralelo, en nuestros planteamientos, no cerrándonos en banda, eliminando
los ruidos, los filtros y los estereotipos, y abocándonos a la necesidad,
siempre genuina, del conocimiento compartido.
Las
ideas, en sí, no nos hacen sabios, según nos decía Shakespeare. Hemos de
saberlos interrelacionar, como nos apuntaba Víctor Hugo cuando aludía a que las
bibliotecas son actos de fe que hemos de hacer palpables y posibles desde la
inversión oportuna en el tiempo y en la dimensión que nos toque a cada cual.
Los
sentimientos digitales están ahí, pero, para dar con ellos, para consolidar
esos aspectos y perfiles que definen lo que se nos quiere contar, es preciso
que los analicemos e interpretemos de manera conveniente. Si no los advertimos así, no veremos la
mayoría de cosas que ocurren alrededor y que nos llegan a través de esa
permanente revolución positiva que es y puede ser, y debe ser, Internet. Las
contemplaremos, sí, pero el fin que hemos de perseguir es verlas ciertamente.
Si ponemos sentimientos habrá menos víctimas.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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