En todo caso, en este trabajo vamos a defender
lo obvio, es decir, la dignidad de las personas, su honor, su intimidad, su
derecho a un recogimiento, a un luto, a mostrarse como seres humanos, y a
serlo, hasta el final. Por ello, todo lo que se cuente, cuando esté bajo
investigación (como se suele decir “sub iudice”), ha de presentarse con
cautela, con presunciones de hechos y de inocencias de los mismos. Es más:
cuando algunos hechos no sean demostrables, hemos de omitirlos, salvo que los
contextualicemos bien y nos sean precisos para el relato o historia, eso sí,
siempre evitando hacer el mal a alguno de los protagonistas. Ponderar derechos
es crucial. Por supuesto, no podemos inferir ni deducir porque sí, ni podemos
fomentar explicaciones, ni mucho menos direccionar el sentido de la marcha de
las investigaciones o sus resultados. Por eso, tengamos especial cuidado con
las preguntas, con sus sesgos, y tengamos en cuenta los condicionantes que
ponemos, o podemos poner, en las respuestas a raíz de los cuestionamientos que
formulamos y de los resúmenes que desarrollamos. A veces ocurre que
deterioramos la realidad. Una contestación a medias puede ser dañina, y eso
puede ocasionar una mayor victimización o incluso otras víctimas.
Las fuentes, en éste y en otros casos, son cruciales para dar una noticia de manera oportuna. Hay que fomentarlas, valorarlas, usarlas, cuidarlas, respetarlas… Evitemos, asimismo, el sensacionalismo, la truculencia, ese amarillismo morboso y mordaz que supera las sospechas, los rumores, y hasta los mismos indicios, en busca de resultados oportunistas. No hagamos un tipo de periodismo que practique la tierra quemada. No todo vale. Los resultados negativos o en vacío pueden ocasionar un deterioro atroz.
Cuidado también con los elementos verbales. No todas las palabras significan lo mismo. Ponderemos también los potentes adjetivos o adverbios, que pueden distorsionar los resultados. Pongamos lo necesario, lo que informa de veras, y no tanto lo que no desempeña ese papel. Por señalar un ejemplo, a menudo hablamos de nacionalidades cuando en sí no aportan información, y sí el morbo de esos efectos estereotipados que surgen en el sentido de atribuir falta de cultura o de educación, si fuera el caso. Parece que algunas “castas” son más propicias a vivir en el desastre o el accidente, o incluso a tolerar este tipo de situaciones, cuando no es así, salvo por la injusticia temporal y espacial.
Igualmente, hemos de tener muy presentes los apoyos gráficos. Los iconos suelen ofrecer destellos que nos pueden deslumbrar. Las imágenes significan demasiado para no pensar en su verdadero valor. Procuremos no poner esos primeros planos aberrantes que sugieren emociones contrapuestas y que no aportan información pura y propiamente dicha. Tengamos en cuenta todas las sensibilidades: primero las de los intervinientes en un suceso y las de sus familiares, y, por supuesto, las de los colectivos que debemos proteger especialmente, como es el caso de los menores. A menudo no pensamos que, cuando ponemos una foto de un accidente de tráfico con muertos en una primera página de un periódico, al pasar por delante de un quiosco la puede ver cualquiera. La influencia nefasta está ahí, y debemos reconocer que es de esta guisa para tomar algún tipo de medida siempre desde la autorregulación.
El equilibrio informativo y el respeto, además del
conocimiento de lo acaecido, es garantía de una buena noticia, de un buen
planteamiento, que, asimismo, ha de tener una buena arquitectura, una óptima
técnica, un léxico rico y una conceptualización atrayente. Cuando tratamos
informaciones que tienen que ver con la sensibilidad, todo esto lo hemos de
exponer y aplicar al máximo. Los daños que se pueden derivar de malas
prácticas, de malas interpretaciones, de ligerezas, de inseguridades, de
consentimientos, de negligencias, de limitaciones en el saber, de vaguedades,
etc., son difíciles de cuantificar. Por ello, los debemos evitar especialmente.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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