La libertad de Prensa ha sido el
gran logro de la Democracia. Así de importante es la cuestión, y por eso lo
resaltamos de manera contundente. La gran mayoría estamos de acuerdo en esa
aseveración, en esa perspectiva. El Periodismo, unido como está, y ha estado, a
las Revoluciones Industriales y a los grandes tránsitos de la sociedad, verdadera
depositaria del Derecho a
la
Información, es la base sobre la que se sostiene toda
comunidad de gentes, de personas de bien. Precisamente porque es tan decisivo y
determinante hallamos este derecho en las Constituciones liberales, en
la
Gran Carta Magna americana, en los
principios democráticos de los Estados modernos y en el apartado de Derechos
Fundamentales de
la Constitución
Española del 78, sin olvidar
la Carta de los Derechos
Humanos de 1948. Tengamos en cuenta que estas libertades han de ser ejercidas
con honestidad cuando nos referimos a la protección de las víctimas de
desgracias o de eventos catastróficos o de situaciones más o menos complejas y
comprometidas.
Por ello, y
con motivo de la celebración cada 3 de Mayo, del Día Mundial de la Libertad de
Prensa, nos permitimos recordar algunas consideraciones, en la idea seria,
sencilla y sin dobleces de ayudarnos todos a conservar uno de nuestros bienes
más preciados: el de la comunicación veraz, sin “segundas” intenciones,
clarificadora, plural, ecuánime, diestra, defensora de las minorías y de
aquellos que nos refrescan los pensamientos con su anhelo y su derecho a
disentir. Las víctimas han de tener siempre una máxima protección.
Así, pues,
subrayemos que, dado que los profesionales de la información desarrollamos un
papel básico, los distintos estamentos, las distintas corrientes societarias,
no pueden, no deben, no podemos, ni debemos, poner objeción a las noticias que
están debidamente documentadas y que son absolutamente veraces. Al mismo
tiempo, no podemos, como sociedad plural que somos, aceptar que este tipo de
situaciones se produzcan. Tampoco a la inversa. El respeto mutuo ha de ser la
estrella guía.
Tengamos presente que, cuando los
periodistas no actuamos con la suficiente diligencia, si fuera el caso, cabe
que se pidan, que pidamos, las oportunas rectificaciones o la puesta en marcha
de medidas legales siguiendo los procedimientos establecidos por las normas,
pero jamás -atención- debemos tolerar que se realicen amenazas veladas o de
viva voz. Hemos de reclamar sin ningún tipo de rodeos respeto para el trabajo
de los profesionales, que cumplen, que cumplimos, nuestra función
constitucional de servicio público y de interés general. Para ello, la labor,
como ocurre mayoritariamente, ha de ser impecable.
Añadamos,
igualmente, que la actividad de los poderes y de las Administraciones, de
cualquier entidad pública y privada, si fueran el caso o el objeto de las
informaciones periodísticas, está sujeta, por su propia naturaleza, al conocimiento
y al control societario, eso sí, desde el respeto, desde la consideración plena
de sus derechos y deberes. Parece lógico, ¿no? La sociedad, según la Ley, es la
depositaria del derecho y del deber de informar. Como contrapeso o complemento
a los poderes establecidos, los profesionales de la información hacen de
vicarios o de representantes especializados de esa misma sociedad para conocer
y divulgar aquello que ocurre y que tiene una cierta relevancia observando las
reglas esenciales del buen periodismo. Cuando no sea así, habrá que decirlo
también desde el propio colectivo periodístico. Los tratos discriminatorios o
abusivos deberán ser denunciados, cuando sucedan.
Depositarios de un
derecho
No cabe por
ello aceptar que los periodistas o sus medios sean los culpables de contar
aquellas cosas que sean ciertas, reitero, si lo son, si son verdaderas, y si se
ofrecen oportunamente, con una buena praxis. En determinados momentos, en
ciclos de toda índole, se convierte en una moda esta consideración, esta
apreciación, que trata de lanzar una cortina de humo sobre actuaciones más o
menos lícitas, intentando que el mensajero se lleve un golpe, quizá como aviso
a posibles osados a contar la verdad de cada día en los más diversos planos de
la sociedad a la que, repito, se debe el periodista.
Es claro
que, si nos equivocamos, debemos rectificar, que, si no lo hacemos, están las
leyes, y que éstas deben indicar el camino por el que hemos de caminar todos en
consenso y en comunión normativa. La Federación de Asociaciones de Periodistas,
con 20.000 socios en toda España, está trabajando muy arduamente en este plano.
Con orgullo
decimos que somos periodistas, que hacemos una labor ardua cada día, para la
que esperamos el apoyo de toda la sociedad, que deposita en nuestra profesión
su confianza. Pedimos respeto para nosotros, de paso para nuestras familias, y,
al tiempo, para todas las gentes a las que representamos con firmeza y
fortaleza. Los periodistas, como no podía ser de otro modo, somos sociedad. Todos
estos conceptos son necesarios, y los hemos de recordar cuando informemos de
sucesos que impliquen conductas complejas y víctimas. Todos podemos serlo en
cualquier momento de nuestras vidas, y demostrar empatía y anticipación en este
sentido es un logro que beneficia al conjunto de la sociedad.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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